-CAPÍTULO I-
-Deserción-
-¡Levántate!- me exigió la voz que venía de ninguna y todas partes.
Me levanté despacio y restregándome los ojos.
-¿Otra misión?- pregunté- No ha pasado ni un día.
-Es muy urgente. Ahora, ¡ve!.
Pocos segundos después la oscuridad del pasillo subterráneo infinito se cambió por una gran llanura verde salpicada por pocos árboles. Miré hacia arriba: el cielo estaba plagado de estrellas. El único ruido existente era el de la hierba al ser movida por una ligera brisa. Todo estaba en calma.
-Es bonito- dije en voz alta. Pero debía centrarme.
Detecté a pocos metros de mi a una persona de espaldas. Medía exactamente lo mismo que yo y poseía la misma ropa. La única diferencia visible era que sus dos alas, aunque muy parecidas a las mías, eran de un color grisáceo oscuro en vez de negras y, llevaba el pelo de color níveo recogido en una coleta de samurái.
-Veo que te ha enviado a por mí- se volvió y me traspasó con su mirada de ojos dorados- no quiero luchar contigo.
-¿Hablas?- fue todo lo que se me ocurrió decir- el resto de seres oscuros no hablaban.
-Ah, ya veo, eres tan preso como lo fui yo...- extendió una mano hacia a mí- ven conmigo.
-Se que me engañas, no eres el primero en parecer un tío legal, aunque si en hablar como ya he dicho.
-Me gustaría hablar contigo pero, no tengo tiempo. Supongo que no confías en mí...
-Exacto.
-Entonces tendremos que luchar- parecía tranquilo en todo momento. Realmente no me parecía un mal tipo, no parecía ningún ser oscuro.
-¡Hawyeih, ifopher naq svec!- grité.
No hubo efecto alguno.
-Soy tan “humano” como tú- pronunció humano con sorna- pero no puedo entretenerme más. Lo siento pero vas a morir.
Se lanzó a por mí, era mucho más ágil que yo y, aunque esquivé un primer puñetazo suyo, no estaba preparado para los siguiente: en sus manos aparecieron dos espadas con una guarda oriental.
-¿Katanas?- se me escapó. Luego reconocí que no sabía el motivo de conocer el tipo de arma que era. No era la primera vez que me pasaba.
Una de su espada me hizo un corte poco profundo en el tórax mientras que la otra la esquivé por los pelos. Me llevé una mano a la herida, sangraba.
-Duele.
No tenía ninguna oportunidad contra mi oponente. Estaba desarmado y él era más rápido.
Se acercó lentamente a mí, traté de retroceder pero me tropecé con una piedra que había entre la hierba y me caí al suelo. Ya estaba casi encima de mí. Cogí a la desesperada la piedra y se la lancé pero, la esquivó con un pequeño movimiento de cabeza.
-Perdóname, en serio- descargó su arma contra mí pero...un rayo de hielo salió disparado desde detrás de mí y congeló su arma en el aire. Él la soltó y agarró su sable restante con ambas manos.
-¿Dos puros?- dijo- ya veo que me considera una amenaza.
-¿Estás bien?- me dijo un chaval casi clavado a mí pero el pelo azul, cayéndole en un flequillo que le tapaba la vista de uno de sus ojos del mismo color.
-¿Quién eres?- pregunté, poniéndome en pie con un gesto de dolor por la herida.
-Me envía la Voz Inexistente por la misma razón que a ti.
-¿Voz Inexistente?- enseguida caí en la cuenta de a que se refería y asentí- vamos a por él.
El chico del pelo azul materializó un arco de hielo con varias flechas- estás desarmado ¿no?. Usa esto, estas también herido así que cúbreme.
-Nunca lo he usado- admití.
-Sabrás usarlo si mi teoría es correcta...
No entendí a lo que se refería pero, tampoco había entendido a mi enemigo mientras me hablaba.
-Vale- cogí el arma de larga distancia y el carcaj helado y me lo puse a la espalda. El “peliazul” volvió a formar otro arma por arte de magia: una lanza de tres puntas.
-Un tridente- dije entre susurros. Y volví a tener la misma sensación que con las “katanas”.
La pelea empezó, mi compañero parecía muy bueno en el combate y rápido pero, el otro seguía siendo superior, lancé un par de flechas y, para mi sorpresa, podía apuntar prácticamente a la perfección.
Aunque ambas fueron repelidas por el sable enemigo.
-No tengo tiempo, chicos- el de la coleta de samurái comenzó a acumular rayos entre sus brazos- me gustaría que fuese diferente.
La verdad es que, aunque me extrañó bastante, por una parte lo veía natural.
-¡Échame un cable!- me pidió mi compañero. Enseguida comprendí la frase. ¿Dónde la había oído antes?. No lo recordaba- yo uso agua y hielo, el trueno puede conmigo- me explicó- ¡Usa tu fuego!.
Me ahorré un ¿Qué? y le respondí:
-No se.
-Concéntrate, deséalo pero por favor, si no, vamos a morir.
Tuve que hacerle caso, ahora él perdía la batalla de una forma mucho más clara.
“Concéntrate” me dije. Comencé a divagar, a dejar la mente en blanco y, de pronto, una imagen de un mar de llamas recorrió mi mente. Abrí los ojos, asustado.
El arco y el carcaj de hielo se habían deshecho. Y, como si hubiese hecho algo así toda mi vida extendí un brazo y grité:
-¡Llamarada!- una bola de fuego del tamaño de mi puño salió despedida contra el tipo de trueno.
-¡Eso no puede conmigo!- nos sorprendió a ambos no solo usando trueno (había pensado que si mi amigo usaba agua y yo fuego y el trueno, no podíamos usar nada más) repeliendo el ataque con escarcha- yo también se manejar el hielo. Aunque no tan bien como tú- le indicó a mi amigo.
Volví a intentarlo de nuevo junto con la combinación de un combo del tridente de mi compañero. Bloqueó su ataque y esquivó el mío. Parecía emocionado.
De repente, su cara se tornó en angustia:
-¡Ya está aquí!- algo le atravesó por detrás y, se materializó detrás de él un hombre envuelto en una capa oscura.
-Veo que fue demasiado trabajo para ambos- nos reprochó.
Reconocí su voz:
-¡Tú eres la Voz Inexistente!- le copié el nombre al “peliazul”.
-Sí- admitió- dejó caer al “peinado-samurái” al suelo y extendió un brazo en nuestra dirección- ¡ahora volved a vuestros hogares!.
Una gran tormenta de viento empezó a soplar. Sabía que volvería a mi cueva en segundos. Pero amainó repentinamente.
El del pelo de samurái se había puesto en pie y le había congelado la mano.
-¡Huid!- nos gritó- ¡Él es el verdadero malvado!- hizo una pausa pues sabía que no lo entendíamos- ¡Buscad la pluma y lo entenderéis todo!.
Mi colega de azul, que estaba más cerca del tipo de la capucha negra salió corriendo y, yo por instinto, lo seguí.
-¿Dónde vamos?- le pregunté.
-¡No lo se!- y luego añadió- ¡Sigamos corriendo!.