Eternal Hunters UN HOBBY , UNA PASIÓN Y UNA VIDA - APOYO 100 % Y SI , SOMOS LIBRES DE DAR NUESTRAS OPINIONES , LIBERTAD GAMER PARA TODO SIN UN MEDIO OPRESOR QUE RETENGA NUESTROS PENSAMIENTOS - EL HYPE CALLO POR SI SOLO ANTE EL VERDADERO TALENTO , QUIEN ARRIESGA ,GANA ¡¡¡ |
|
| Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] | |
| | Autor | Mensaje |
---|
Veran
Nº Mensajes : 112 Gamers Points : 16197 Reputación : 4 Fecha de inscripción : 02/04/2010
| Tema: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 07/04/10, 11:27 am | |
| Ilustración by: Andreu Romero Buenas ^^ Traigo otro fanfic, esta vez basado en el mundo de Fallout, y más concretamente, en la historia de Fallout 3. Para los que aún no hayáis jugado a esta obra maestra, se trata de un shooter-rol. El mundo ha quedado destrozado ante una guerra nuclear. Solo queda la vasta tierra a la que llaman el Yermo, salvaje y llena de todo tipo de peligros: terribles mutantes, bandidos, condiciones de lo más adversas... En Fallout 3, eres un habitante del Refugio 101, creado antes de la guerra pero que después de la hecatombe e ignorando las instrucciones, se mantuvo cerrado a cal y canto, incomunicados con el exterior. En mi escrito, tendremos de protagonista a una chica de ese Refugio, Artemisa, que se verá obligada por azares del destino a salir al vasto Yermo y a sobrevivir en él. Este es un fanfic compartido: dos escritores más están colaborando en él, cada uno con su propia historia subida a sus respectivos blogs. Evidentemente, y al no ser obras mías, no voy a poneroslos aquí, pero si voy a daros las direcciones de cada blog para el que tenga curiosidad, entre y lea los otros puntos de vista: - Blog de Kraric (Campaña de Razor): [url=Ellamentodelsilencio.blogspot.com]Ellamentodelsilencio.blogspot.com[/url] - Blog de Andreu Romero: [url=Narrables.blogspot.com]Narrables.blogspot.com[/url] Advertencias: +13 años. Posibles "spoilers" del juego. Fanfic de carácter mensual: subiendose a capítulo por mes. Aquí intentaré que los tengais los que hasta ahora se han publicado para que nadie se quede atrás ^^. Nota final: Como habreis visto, el fanfic no tiene titulo. Esto se debe a que tengo un concurso en el blog: para que la gente vaya dejando títulos y colabore un poco. El elegido se sabrá una vez terminado el fanfic, con la apertura de la página web oficial. Los que queráis, podéis participar desde aquí, dejando vuestra respuesta en los comentarios al fanfic. Tenéis de tiempo hasta que el fanfic finalice. ¡Suerte! ^^ ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- PRÓLOGO: La caminata se convirtió en unos pasos apresurados buscando una salida. Los pasos apresurados, en una carrera al verla. La carrera se detuvo en seco cuando unos pasos se unieron tras ella. Alcé las manos por encima de mi cabeza. Sabía lo que me encontraría si me daba la vuelta: al jefe de seguridad apuntándome a la cabeza con su revolver. - ¿Qué ha pasado allí arriba? ¡¿Qué le has hecho al señor Tenpenny?! Permanecí callada. Con los labios apretados, esperando el impacto. Él insistió. - ¡¿Qué es lo que le has hecho?! - Lo mismo que te voy a hacer a ti Giré sobre mis talones, perdiendo el equilibrio a consciencia. Mientras mi cuerpo caía, saqué mi arma y le disparé. Él hizo lo mismo. Su proyectil atravesó mi hombro. El mío, entró limpiamente en el centro de la frente y salió por la coronilla. Para cuando él llegó al suelo con un golpe sordo, yo ya había echado a correr. El hombro me dolía a horrores, pero había conocido otro dolor mucho más fuerte y punzante, así que podía soportarlo. La verja que protegía la entrada a la Torre Tenpenny estaba vigilada por un solo hombre, un soldado. Abrió la boca para darme el alto, pero no le di tiempo ni a chillar. Otra de mis balas le perforó el cráneo. Me acerqué al botón de apertura que aquel vigilaba, y en un suspiro, ya estaba fuera. El yermo me daba otra vez la bienvenida, ansioso de un cadáver fresco. Donde todos somos iguales. Donde las edades son las mismas. Donde las oportunidades son nulas. Soy Artemisa. Y esta es mi historia. Capitulo 1: De la vida en el Refugio 101 Capitulo 2: De la vida en el Yermo: Springvalley
Última edición por Veran el 09/04/10, 11:37 am, editado 2 veces | |
| | | Evan
Nº Mensajes : 1637 Gamers Points : 20084 Reputación : 28 Fecha de inscripción : 12/03/2008
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 07/04/10, 06:10 pm | |
| Bastante bien, un tanto corto, aunque así son la mayoría de los Prólogos. El caso del Fallout 3 es diferente al del Silent Hill, he tenido la ocasión de jugar (de hecho, me lo he pasado) aunque si la historia también incluye "spoilers" sobre los capítulos extras de esos sí que no se nada xD. | |
| | | Veran
Nº Mensajes : 112 Gamers Points : 16197 Reputación : 4 Fecha de inscripción : 02/04/2010
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 08/04/10, 11:21 am | |
| CAPITULO 1. De la vida en el Refugio 101
Se puede decir que todo empezó, evidentemente, con mi nacimiento. Mi madre dio a luz a una preciosa niña pelirroja, gordita y llorona, de profundos ojos azules. Heredé la peca en el lóbulo de la oreja de mi madre, y la nariz de mi padre. Ella murió minutos después de que yo naciera, y fue mi padre quien se hizo cargo de mí. Un hombre sabio y respetable, médico en el refugio, y que intentó meterme en la cabeza que quedarme allí, en aquel refugio, era lo mejor que podía pasarme en este mundo. Lamentablemente, él mismo dio al traste con sus palabras, pero eso es algo que ya contaré más adelante.
Nací y me crié en el Refugio 101. Estos refugios se pusieron en funcionamiento justo antes del desastre nuclear que mandó al mundo a la mierda, y el nuestro en particular seguía permaneciendo incomunicado desde que empezó la guerra. Del resto, no sabíamos nada.
Era un lugar pequeño y agobiante, un laberinto de túneles iluminados por las luces halógenas que pendían del techo. Todos nos conocíamos allí, aunque eso no significa que todos nos llevásemos bien…
Había pocos niños. Los suficientes para llenar una sola clase, a pesar de las diferencias de edad. Solo tuve una amiga, Amata, hija del supervisor. El padre era un auténtico cabrón: la ignoraba, y al resto nos trataba con condescendencia. Sus lavados de cerebro eran más que evidentes, y nadie de por allí se atrevía a decir una sola mala palabra de él; bien porque había conseguido doblegar sus voluntades; o bien porque, si así lo hacías, desaparecías del mapa. Mi padre era uno de estos últimos: su opinión del supervisor no distaba mucho de la mía, aunque el se callaba alegando que la vida en el refugio era el mejor regalo que podía darme, y no pensaba estropearlo.
Otras figuras que construyen mi infancia fueron los “Serpientes de túnel”. Eran solo una pandilla de críos inmaduros que acosaban al resto del refugio si no les obedecías o, simplemente, les caías mal. Tuvimos bastantes “encontronazos”. Sobre todo con Butch, el cabecilla del grupo. Aún no se me ha olvidado la que armó en la fiesta de mi décimo cumpleaños, y todo por un maldito bollo de pan.
Aún con todo, recuerdo esa fiesta con cariño. Con mucho cariño. Acudieron prácticamente todos los habitantes del refugio, incluso aquellos con los que apenas me cruzaba mientras me paseaba por los corredores porque vivían en la zona más alejada a la mía.
Fue el día que, de no haber estado ahí, a estas alturas ya estaría muerta. Recibí mi Pipboy, un artefacto electrónico que todos llevaban a modo de brazalete. Era muy útil: leía tus constantes vitales, tenía lecturas de radiación, mapas e incluso radio. Claro, que, entre aquellas paredes, no llegaba la señal más que de la megafonía por la que el supervisor nos sermoneaba todas las mañanas. Fue uno de los regalos que más valoro. Ese, y mi primer arma. Una pistola BB, cortesía de mi padre y su compañero científico Jonas. Ese mismo día fui a probarla junto a ellos, y una mutacucaracha salió a nuestro encuentro. Me llegaba hasta las rodillas. La plaga de mutarachas era un fenómeno común en el refugio, por muchos guardias de seguridad que el supervisor asignara para su exterminio. Fue el primer ser vivo al que disparé. Lo recuerdo como si viera ahora mismo una película a cámara lenta: la bala cruzando el aire e impactando en la cabeza, que se convirtió en una mancha de líquido maloliente y viscoso. Me hice una foto con mi padre para rememorar el acontecimiento. La foto se habrá perdido o la habrán destrozado después de mi marcha… A los 16, y pese a mis reticencias, hice mi G.O.A.T. Un examen inútil. Las respuestas que diéramos en él nos asignaría un puesto de trabajo en el refugio de por vida. Mucha gente se asustaba ante la posibilidad de ser un basurero toda su vida, y yo por aquel entonces no era menos. Mi padre descubrió el pastel. Supuse que a él, su G.O.A.T. le había llevado hasta allí: el único médico del refugio. Hacerme la enferma solo sirvió para ganarme una regañina pacífica de mi padre y que me mandase de vuelta a la clase. Mi memoria no alcanza para recordar en qué consistían todas las preguntas, pero la última me quedó grabada en el cerebro por las respuestas a elegir: El supervisor; El supervisor; El supervisor; y El supervisor. Con unas respuestas así, se veía a la legua que la prueba no servía absolutamente de nada. Me asignaron como profesor, y tuve que estar detrás del nuestro como una perra faldera, aprendiendo los gajes del oficio.
El delicado equilibrio se rompió 3 años después. Una mañana, Amata me despertó. Tenía las lágrimas saltadas, temblaba y su voz se entrecortaba cuando intentaba ahogar el llanto. Al preguntarle que le pasaba, ella no pudo más y dejó que las lágrimas surcaran su cara. Me contó que mi padre se había ido. Se había marchado del refugio. Había conseguido saltarse la extrema vigilancia y los mandatos del supervisor y había salido al exterior. No me lo creí. Me reí de ella, pero su cara no dejaba lugar a dudas: algo grave estaba pasando. Me instó a que me marcharan. Me contó que habían matado a Jonas, el compañero de mi padre. Y que venían a por mí. Sabía que en su interior tenía lugar una lucha encarnizada: quería a su padre, pero había visto con sus propios ojos lo que había hecho con Jonas y como se había puesto al enterarse que uno de los internos se había escapado. Algo así no se pasa por alto, ni mucho menos se finge. Así que terminé haciéndole caso, contagiada por su nerviosismo y confusión. Las alarmas resonaban, ensordecedoras por todo el refugio, y por megafonía el supervisor pedía mi cabeza. No podía quedarme ni un segundo más allí.
Me armé de valor, mi pistola BB, balas y poco más. Salí corriendo de allí junto a Amata, que me explicó que debía acudir al despacho de su padre y abrir un pasadizo que me conduciría hasta la entrada del refugio. Nos separamos sin despedirnos.
Vigilaba cada esquina, apretaba el paso evitando hacer ruido o ser vista. Era realmente complicado: habían movilizado a todos los guardias del refugio, incluso los que se encargaban de erradicar a las mutarachas. Éstas aprovecharon la oportunidad y acamparon a sus anchas. En menos de una hora, se había organizado un auténtico caos.
Pillé desprevenido a uno de los vigilantes. Estaba de espaldas a mí, a punto de entrar en otro pasaje. No lo dudé un instante y apunté a la cabeza. La bala chocó contra el cuero cabelludo, pero no penetró. La pistola BB era un arma demasiado básica. Muy poco dañina, y delató mi presencia. Ahora no me quedaba otro remedio que matarle. Y así lo hice, antes de que terminara de darse la vuelta. Otro disparo en la cabeza acabó con él.
Había tenido suerte de encontrarle de espaldas. El uniforme de esos tipos estaba formado por un mono antibalas y casco. Además, sus armas eran más potentes que las mías. Verlo hizo que se me ocurriera una idea: me sería más fácil pasar desapercibida y entrar en el despacho del supervisor si iba disfrazada como un vigilante más del refugio. Desvestí al tipo en un momento, evitando mirarle a la cara, y llevé a cabo mi plan escondida en una estancia cercana que servía a modo de almacén.
Mi idea fue bastante buena, he de admitirlo. Algunos guardias pasaron de mi culo como si no existiera, aunque hubo un par que, seguramente elegidos por la G.O.A.T., decidieron aniquilar a todos los civiles que se cruzasen en su camino por si las moscas. Ese fue el caso de una pareja que, asustada por la plaga, decidió salir corriendo de sus habitaciones y se toparon con ellos. Sus risotadas llegaron a mis oídos, y probé con ellos el arma que le había robado al guardia que maté. También me crucé con Butch, que había olvidado su carácter y actitud para venir llorando a cualquiera para que ayudase a su madre. Al acercarse, me reconoció, pero aún así siguió suplicando por ella: las mutarachas se habían colado en su habitación.
Pensé en todas las veces que se había reído de mí. En lo grave de la situación que tenía entre manos y lo mal que me caía. Fue el segundo cadáver que encontrarían aquel día, sin su chaqueta de “Serpiente de Túnel”.
Tuve que quitar de en medio más cucarachas hasta que por fin llegué al maldito despacho. La puerta estaba cerrada con llave, pero yo tenía la solución. Es un detalle que me he saltado, pero que ahora merece la pena ser mencionado: se me daban bien las ganzúas, y siempre llevaba alguna escondida, ya fuera en los bolsillos o incluso en mi ropa interior.
La puerta no supuso mayor problema, y después de abrirla por la fuerza, la volví a cerrar con todos los protocolos de seguridad que pude para ganar tiempo. El despacho era más grande que el cuchitril que tenía asignado como habitación. Había varias taquillas, una mesa en el centro y un ordenador. Supuse que el ordenador controlaba la entrada al pasadizo del que me había hablado Amata, así que intenté acceder. Al contrario que con las ganzúas, los ordenadores no eran lo mío. Necesitaba una contraseña para poder entrar en la terminal. Busqué por la mesa cualquier pista. En los cajones y taquillas. Al final, encontré escondido en una de éstas últimas, como quién no quiere la cosa, un trozo de papel arrancado de alguna página con solo una palabra escrita: Amata. Introduje el nombre en el ordenador y éste me dio la bienvenida identificándome como supervisor. Reí para mis adentros. Ya estaba fuera. Solo tenía que seleccionar la opción de “Abrir salida de emergencia”, y no me detuve a mirar los documentos que el supervisor guardaba, aunque me carcomía la curiosidad. No era el momento.
Con un silbido, el pedacito de suelo bajo la mesa empezó a moverse, mostrando unas escaleras que descendían. Justo en ese momento, unos pasos se acercaron a la puerta, e intentaron abrirla. Al ver que no podía, el supervisor alzó la voz:
- ¡¡Sé que estás ahí!! ¡Guardias! ¡Tirad la puerta abajo! ¡Está aquí!
Me acordé de su madre antes de bajar las escaleras a todo correr. Caí en los últimos escalones y llegué rodando al suelo, pero llegué.
Ya no quedaba nada del metal que cubría suelo y paredes, ni siquiera de la tecnología. El pasadizo conducía hasta una cueva natural, con la roca al descubierto y la salida cubierta por una enorme puerta de metal con forma de engranaje. Había un pilar con un teclado a pocos metros. Me acerqué a él. El teclado, más que teclado, eran unas instrucciones que indicaban que, para abrir la puerta del refugio, debía pulsar la tecla “Enter”. Así lo hice. Sobre mi cabeza hubo un estruendo atroz, mezcla de los guardias que ya habían conseguido entrar en el despacho y el mecanismo de apertura de la puerta del refugio, que se conectó con la puerta y la hizo a un lado a paso lento. Mis perseguidores ya descendían. No podía esperar más.
Me escurrí por la pequeña apertura que había conseguido dejar el mecanismo, escuchando los primeros disparos surcar el aire en mi dirección y rebotar contra el metal. Oía gritos y carreras, pero no quise entenderlos. Toda mi atención se la llevaba la valla de madera que tapiaba la apertura de la salida. El pequeño túnel que conducía hasta ella se me hizo eterno, no solo por la situación, sino también porque mis ojos, poco acostumbrados a la luz natural, se vieron de pronto inundados por ella. Sin apuntar, descerrajé un solo tiro a los tablones, y luego una patada. Cedieron sin rechistar. Las carreras, los gritos, los disparos, mi vida, todo quedó atrás. No se atrevieron a seguirme, pero si escuché el profundo golpe de la puerta del refugio volviéndose a cerrar. No había vuelta atrás.
Me froté los ojos y esperé un poco a que se acostumbrasen a la luz. Respiré bocanadas de lo que esperaba que fuera aire fresco, pero solo me llegó un aire contaminado, enrarecido y viciado. Una brisa fugaz me llenó de tierra la boca. Al enfocar el nuevo paisaje, me hallé ante el panorama más desolador, que ni los viejos del refugio y sus historias habían podido describir. Solo había tierra. Vacío. No se oía nada ni a nadie.
Alce la vista al cielo con una mano de visera para protegerme los ojos. Era la primera vez que lo veía, y tenía miedo. Era inmenso, pero gris y plomizo, a pesar de que no había ni una sola nube. Bajé de nuevo la vista.
Cielo y tierra, destrozados. El vacío me esperaba. Bienvenida al Yermo en el que nunca creíste.
P.D.: ^^ gracias por los coments | |
| | | Evan
Nº Mensajes : 1637 Gamers Points : 20084 Reputación : 28 Fecha de inscripción : 12/03/2008
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 08/04/10, 03:39 pm | |
| Wooo, creía que iba a ser una historia alternativa...¡pero muy buena!, parece que "repasaré" la historia con el Fic jaja. Estoy deseando saber si por alguna razón la chica bajará su karma, lo mantendrá o lo subirá....aunque matar a Butch no creo que sea lo mejor para ser "un angelito" jaja | |
| | | Veran
Nº Mensajes : 112 Gamers Points : 16197 Reputación : 4 Fecha de inscripción : 02/04/2010
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 09/04/10, 11:37 am | |
| Capitulo 2: De la vida en el Yermo: Springvalley
Vagué sin rumbo fijo, de un lado a otro, sin saber qué hacer, a dónde dirigirme o por donde coger la situación. No muy lejos de donde me encontraba podía ver algunos edificios, despojos de civilización tirada a su suerte. Hacia allí se encaminaron mis pasos. De pronto, y tras un chirrido escalofriante, empezó a emerger la voz. Recia, de hombre. Con la misma tonalidad de lava-cerebros que la del maldito Supervisor.
- ¡Soy Jhon Henry Edén! Presidente… de vuestro corazón.
Surgía de mi muñeca. De mi Pipboy, del que apenas echaba cuentas. De pronto, me sentía aterrorizada. Desnuda en medio de un campo abierto. Blanco fácil de todos los peligros que pudiera haber, y todo por culpa de aquella maldita voz. Toqueteé nerviosamente los botones de la máquina hasta que por fin la voz acalló, dejando paso a la estática. La muñequera había rastreado dos señales radiofónicas, aparte de la megafonía del Refugio: Radio Enclave y Radio Galaxia.
Apartar el cursor de Radio Enclave no hizo que la voz acallara. Seguía oyéndola, algo más lejos. Descendí por la pendiente con mil ojos y el arma bien sujeta, mirando atrás de vez en cuando, hacia la salida del refugio. Nadie había salido en mi búsqueda, sorprendentemente.
Entré en las ruinas. Los edificios, corroídos y llenos de polvo, pendían de un hilo ante la inhóspita carretera que atravesaba la población abandonada. Mis ojos, no acostumbrados a la repentina luz, veían manchas oscuras en ventanas y farolas apagadas. La voz sonaba más cerca. Se estaba acercando.
Me parapeté tras unas rocas a un lado de la calzada. Se acercaba algo: un especie de bola metálica, algo más grande que una pelota, con una antena a través de la cuál emitía aquellos sonidos. Sentí de pronto una urgente necesidad… Un instinto por el que me dejé llevar.
Un solo tiro bastó para que aquella chatarra parlanchina sufriera un cortocircuito y cayera pesadamente al suelo con un sordo ruido metálico. La voz se distorsionó y acabó silenciándose. Me invadió una sensación de triunfo que me arrancó una sonrisa. La borré en cuanto me di cuenta de ella. ¡La situación era extremadamente seria!
Ya no se oían voces, pero no me sentía mucho más tranquila. No se veía ni se oía a nada ni a nadie en kilómetros a la redonda. La soledad era sobrecogedora, y la sensación de peligro inminente era cada vez mayor.
Continué caminando hasta toparme con un cartel, raído y oxidado, que tardé bastante tiempo en descifrar con los ojos entrecerrados y doloridos: “Bienvenidos a Springvalley”. Estaba caído, enterrado en una vieja gasolinera. Un par de coches descansaban en las cercanías. Seguía sin ver a nadie…
Un disparo cortó el aire. Instintivamente, me escondí tras el cartel y busqué el origen. Agucé el oído tanto como pude hasta alcanzar a unas risas histéricas a cierta distancia. A mi alrededor seguía el vacío. Las seguí, guiándome hasta un edificio aún más tosco que el resto. El viento enrarecido aullaba al cruzar sus ventanas y puertas caídas y desvencijadas. Un letrero sobre la entrada principal rezaba: “Escuela elemental de Springvalley”. Me pareció vislumbrar una sombra removerse en alguna de las ventanas superiores, de las últimas plantas, que me hizo buscar un escondite detrás de una casa. Allí dentro había gente. Gente que se reía salvajemente y que habían disparado a algo…o a alguien.
Aún no sé muy bien qué fue lo que me movió concretamente a entrar. No sé si fue la curiosidad o el olor a sangre que tanto tiempo me había estado esperando. Entrar allí dentro fue una de las acciones que, ahora que lo pienso, fue de las más inconscientes y faltas de sentido común que he llevado a cabo a lo largo de mi vida, pero que sin ella, no habría llegado a ser lo que hoy soy…
Olía a muerte regada con el vino del tiempo y el olvido. Las paredes estaban desconchadas y se caían a pedazos. Veía el interior de las clases desde la entrada gracias a los enormes boquetes horadados en la piedra por la despiadada garra de la guerra. Ennegrecidos e irreconocibles, había cadáveres humanos colgados de los muros como los trofeos de caza que había visto en los comics de Grognak. Las risas habían acallado, pero había un murmullo que no se iba nunca, junto a unos pasos que se acercaban y alejaban, montando guardia.
Noté el sudor frío goteándome por la barbilla y agarré bien el arma, que dejó de tiritar en mis manos. Firme y alerta. Siguiendo el instinto más primitivo: sobrevivir.
Distinguí un par de sombras. Me escondí tras la esquina y asomé un poco la cabeza: dos siniestros personajes se movían por uno de los pasillos e iban vestidos con la misma guisa: ropas raídas y sucias cuyo material no podía distinguir muy bien. Desde luego, no eran para nada como los uniformes del Refugio, monos que picaban una barbaridad. Uno de ellos soltó un chiste que hizo carcajearse a mandíbula batiente al otro. Eran las risas que oí desde fuera. Estarían a tres o cuatro metros de distancia y dándome la espalda. Pude ver que uno de ellos llevaba un arma de fuego en la mano, con un aspecto mucho más imponente que la mía. Conté hasta tres, aunque realmente no quería hacerlo. Lo que realmente quería hacer era salir de allí pitando, buscar un lugar donde esconderme de aquel mundo vasto. Mi cuerpo no me hizo caso.
- ¡Eh! –les llamé la atención saliendo a su encuentro, levantando mi arma.
Se dieron la vuelta. El chistoso no tuvo tiempo ni siquiera de eso: de un tiro limpio una de mis balas le atravesó la cabeza de lado a lado. Su compañero tuvo tiempo de dispararme una vez: una sola vez, y el proyectil pasó rozándome. Mi respuesta le agujereó el pecho.
Mi voluntad volvió a tomar el control de mi cuerpo, pero el mal ya estaba hecho. Me quedé un rato parada, sin saber que hacer o decir. Recordé al guardia del Refugio al que disparé para escapar. Luego aquellos dos. De una forma tan fría y…
«Tan fácil»
Llevaban armas. Eran o ellos o yo. Es lo que aún me digo para tranquilizarme y poder seguir adelante. Y en aquel entonces seguí adelante. Mi conciencia, dividida, quería que por lo menos les tomase el pulso. Eso, y no mirarles. La malsana curiosidad se preguntaba que aspecto tendría un hombre al que acababan de disparar en la cabeza. Al que YO acababa de disparar en la cabeza… Empataron. Sin dejar de mirar el continuo manar de la sangre de aquel agujero, les tomé el pulso a los dos. Estaban más que muertos. Lo había hecho con tanta precisión…
…que merecía un premio.
Examiné sus ropas, mucho más raídas y zarrapastrosas que las mías, cubiertas por el polvo del Yermo. Cada uno tenía un arma distinta y varios cargadores, que pasaron a mis bolsillos.
Por un momento me pareció hasta divertido, porque realmente mi alma no estaba allí. Deambulé por aquellos pasillos sirviéndome de cada recoveco para asegurar mi camino. Me encontré con más personas con las mismas ropas ajadas y deslustradas, armadas hasta los dientes. Todas sucumbieron a la fiera en la que me convertí: un ser cuya alma se distanciaba de tal forma que su cuerpo no sufría cuando las balas le rozaban, con la puntería del tirador más experimentado. Robaba todo lo que llevaban sus cadáveres encima, y no paraba.
Llegué a unas escaleras oscuras que ascendían hasta un segundo piso. El olor a suciedad quemada era tan fuerte que hizo arrugar el gesto a esa Artemisa ajena y animal. Subí por ellas con ojo avizor, disparando a todo lo que se moviera. ¿Qué se me gastaban las balas? ¡Usaba las armas que les había robado a los de allí abajo! ¿Cómo iba a parar la diversión por esa nimiedad?
De pronto me vi enganchada en aquel macabro juego entre la vida y la muerte. El frío metal me calentaba las manos, instándome a seguir. Emitía por mi piel suaves impulsos eléctricos que me empujaban a seguir disparando y matando a los cobardes que se escondían en las aulas en un esfuerzo desesperado de reducirme con una desorganizada emboscada. No tuvieron ni una sola oportunidad.
El pasillo se cerraba con un derrumbamiento. Solo me quedaba una clase por registrar: con doble puerta con los cristales rotos. A cubierto, miré a través del hueco para asegurarme de que el campo estaba libre. Vislumbre una figura bajita correteando hacia un rincón, quedándose en el lado ciego de mi visión. Le di una patada a la puerta para abrirla y esperé a los disparos con la espalda pegada a la pared.
No hubo tiros. No hubo disparos. Solo un grito ahogado. Apuntando en la dirección hacia la que vi correr a la figura, me adentré en el aula.
Sus ojos se clavaron en los míos, más hirientes que el arma de mayor calibre. Fue un choque brutal. No había brillo ni esperanza en ellos, como los vastos terrenos con los que me topé al salir del refugio. Era solo una niña de cabellos pajizos, sucios y pegajosos. Una niña con un vestidito andrajoso, pegado al cuerpo, con la falda medio arrancada y al que le faltaba un hombro. Podía leer en su sucia cara que mi irrupción no era motivo para asustarse. Para ella no.
Lo contrario ocurría con el hombre. Estaba a su lado, sentado en el suelo. Su mano me apuntaba temblorosa con una vieja escopeta. Sus ojos eran muy vívidos. Demasiado para un mundo como aquel. Llevaba una camisa marrón desabrochada, mostrando un viejo y desgarbado pecho lleno de pelo y una extrañamente bien criada barriga. Los pantalones que llevaba estaban rotos por tantos sitios, que no sería justo llamarlos “pantalones”.
Los dos nos apuntábamos. Mejor dicho: el lo intentaba. Yo bajé mi arma sin dejar de observar a la pequeña. No temblaba. Ni un solo tic.
- ¿Estáis con los de fuera?
- ¿Con los bandidos? –el tipo hablaba apresuradamente, escupiendo en su maltrecha barba de varios días - ¿Lo estás tú?
- ¡Responde!
- ¡¡No!! –se encogió -. ¡Solo quiero algo de leña para que mi hija no se congele todas las noches!
La chiquilla no dejaba de mirarme. Me ponía nerviosa.
- ¿Cómo habéis subido hasta aquí con todos los que había abajo?
- ¡No había tantos cuando llegamos! –se le saltaron las lágrimas y bajó el arma -. Ten compasión… Solo queremos un sitio donde dormir…
Si lo que intentaba era darme pena, iba mal. Me estaba dando asco. Le valué durante un rato. Había empezado a llorar y moquear como un niño, suplicando piedad una y otra vez. Esperaba que la hija también se echase a llorar, pero se habían cambiado los papeles. La niña se acercó a su padre y le abrazó. Su contacto le calmó. Bajé el arma, pero mantuve los sentidos bien alerta por si acaso.
- ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
- No sé ya ni de dónde venimos… -el padre se sorbió la nariz produciendo un sonido asqueroso -. Hemos recorrido kilómetros bajo el yugo del Yermo. Nos han expulsado de todas las ciudades y rincones que sobreviven a duras penas porque no hay sitio en la vida para nadie más… Ni siquiera en Megatón hemos podido quedarnos, ¿verdad, cielo? –miró a su hija.
- Verdad, papá –respondió la niña sin acento ni emoción en la voz.
Examiné a aquella extraña pareja una vez más. Verlo así, abrazados… por un momento me recordó a los buenos tiempos del Refugio. Los abrazos de mi padre estaban tan… cálidos. Me di cuenta de que había empezado a tiritar de pronto. Si estuviera ahí conmigo…en aquel momento, igual que estaba ese padre con su hija…
¿Por qué se fue de esa forma…? ¿Por qué me dejó atrás?...
- ¿De dónde vienes tú…? –el padre se había estado pensando la pregunta, no muy seguro de saber formularla adecuadamente. - De ninguna parte. ¿Hay algún lugar cerca en el que pueda parar para abastecerme que no este lleno de “bandidos”? - Megatón –la niña me dirigió la palabra.
- No queda lejos -completó el padre -; solo tienes que seguir la carretera junto a la gasolinera de este pueblo. Es una fortaleza enorme de latón. La encontrarás sin problemas…
Por primera vez desde que salí al yermo sonreí. Seguro que mi padre estaba ahí. Seguro que era un lugar agradable, donde no pasaría frío, ni hambre. Donde no tendría que volver a ver el Yermo nunca más. Donde retomar la vida segura donde la dejé… - Tened –a cambio de su información, quise recompensarles. Les dejé algunas de las cosas que había robado a esos bandidos: armas, ropa y otros cachivaches. El hombre no paraba de hablar y de decir gilipolleces. La niña guardaba un silencio sepulcral y miraba al suelo, con la mano un poco enrojecida del apretón que le daba su padre.
No me costó separarme de ellos. Quizás el alejarme de la pequeña si me afectó un poco, pero no demasiado. Es verdad que me inspiraba cierta apatía. Y que las pocas veces que se había atrevido a mirarme a los ojos, bajo el manto de desesperanza que los cegaba, se escondía cierto atisbo de urgencia. Quise interpretar en ellos una señal, pero… ¿qué señal iba a ser? Yo no podía salvarla de aquel infierno en el que el mundo se había convertido. Ni siquiera podía salvarme a mí misma. ¿Con quién iba a estar mejor que con su padre hasta que alguno de los peligros de ahí fuera no le quitase la vida?
Estos pensamientos acallaron a mi conciencia. Desanduve mi camino, pasando por encima de cuerpos inertes. Ya no había carcajadas. Ya no había disparos. El lugar estaba limpio como una patena y yo ya tenía un destino al que dirigirme: Megatón.
P.D. a Evan: hombre, "repasar", lo que se dice repasar... Es un fanfic, así que aunque use como guía la historia de Fallout, habrá elementos nuevos, y, evidentemente, no la seguiré a rajatabla. Este es el último capitulo subido, el siguiente será en abril (si, ya sé que estamos en abril, pero estoy de trabajo hasta arriba...) De todas formas, y como ya he indicado en el primer post, estos capítulos con uno de los puntos de vista. Si seguis los links hallareis el resto. Anoche se subió un nuevo capitulo (Fallout monster cap. 2) al blog de "El lamento del Silencio". ¡No os lo perdais! ^^
Saludos! ^^ | |
| | | Evan
Nº Mensajes : 1637 Gamers Points : 20084 Reputación : 28 Fecha de inscripción : 12/03/2008
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] 10/04/10, 01:03 pm | |
| Está bien ^^ no hay mucho que añadir | |
| | | Contenido patrocinado
| Tema: Re: Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] | |
| |
| | | | Fanfic Fallout 3 [Aún sin título] | |
|
Temas similares | |
|
| Permisos de este foro: | No puedes responder a temas en este foro.
| |
| |
| |
|