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 Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]

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Evan
Veran
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Veran

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Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Empty
MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime04/05/10, 07:18 pm

Capítulo 10 - En las garras del mal II parte

-------------------------

Cuando no podía contener por más tiempo el peso de mis propios párpados, cerré el libro y lo dejé sobre la mesa de madera, acomodándome en el sillón y entregándome a los brazos de Morfeo.

Mis correrías por la casa me habían dejado agotada. Cansada de que en algunas de las habitaciones el polvo se colara por mis narices y me hiciera estornudar, cogí una escoba que encontré en el ático y barrí lo justo y necesario. Con todo, la tarea que me impuse fue más ardua de lo que en un principio planeé, terminando sobre las seis y media aproximadamente. ¡Me había saltado la comida y no me había dado ni cuenta! Bueno, tampoco era tan raro. Os recuerdo que soy seminmortal, mi organismo no es como el vuestro. El cuerpo no me pide comida constantemente, pero de vez en cuando hay que rellenar el depósito. A mí personalmente me gustaba comer a menudo, incluso en ocasiones innecesarias, pero lo hacía en contra de la Orden. Usaba el dinero de sus arcas para pegarme grandes atracones, lo cual ocasionaba la desesperación de los jefes cuando echaban un vistazo a las cuentas de la organización. Era la forma que tenía de demostrarles mi “aprecio”.

El resto del día lo había pasado leyendo, sumergida en mis pensamientos, envuelta en un halo de tranquilidad que jamás había experimentado. Sentía envidia por los antiguos moradores de aquel acogedor lugar. Hasta que recordé lo que me había llevado a acudir allí. Cerré los ojos con fuerza desperezándome y con un largo bostezo me estiré. Me froté el ojo derecho mientras miraba la chimenea encendida del salón.

Fue entonces cuando lo vi. Detuve instantáneamente mis movimientos examinando mejor aquella aura rojiza con tintes verdosos que se mezclaba con las juguetonas llamas. Me levanté del sillón a la par que el fuego se extinguía por sí mismo, quedándose bruscamente sin oxígeno del que alimentarse después de que concentrara mi caos.

Durante toda mi exploración en el interior de la casa, no encontré ni un ápice de caos que pudiera delatar la presencia de algún ente extraño. Ni siquiera cuando encendí la chimenea. El aura había aparecido repentinamente, muestra inequívoca de la presencia de un ser ajeno a la naturaleza de los mortales.

- Sé que estás ahí. Déjate ver.

No hubo respuesta. El aura, como una mancha de humedad, continuó allí, marcando el fondo de la chimenea. Me levanté de un salto pasándome las manos por las faldas del camisón mientras le hablaba seriamente a alguien que no aparecía.

- Sabrás a qué he venido aquí, ¿verdad? –continué hablando aun carente de respuesta, cruzándome de brazos –He venido a devolverte al mundo en el que deberías estar. Sin embargo, no voy a cumplir con mis ordenes en el momento.

Caminé por la estancia sumida en el silencio hasta llegar a la puerta, sin dejar de mirar la chimenea. El tamaño del aura había aumentado con cada palabra que brotaba de mis labios, dando a entender que me estaba escuchando sin perder detalle.

- Te daré la oportunidad de que te vayas por tu propio “pie”. Voy a habitar esta casa durante una semana. Si para entonces, me has molestado, o no has podido marcharte, me encargaré yo misma de mandarte a tu hogar. Y depende de cómo te portes, te mandaré por las buenas, o de una patada. ¿Lo has entendido? –golpeé el marco de la puerta de doble hoja -. Un golpe es sí. Dos golpes –di los dos golpes para mostrárselo – significa no.

Se hizo esperar. El aura había dejado de crecer y a los cinco segundos exactos se escuchó un golpe seco y metálico. Mi víctima estaba escondida en el sistema de calefacción de la casa. Perfecto.

- ¡Por fin alguien inteligente! No toquetees mucho la calefacción, quiero dormir bien esta noche. No querrás que me levante de mal humor y te eché mañana, ¿no?

Negó dando dos golpes metálicos más.

- Así me gusta. Que tengas buenas noches. Me voy a dormir ya. Recuerda el trato.

Accioné el interruptor de la luz para sumir la habitación en la penumbra y subí las escaleras de la entrada cruzada de brazos.

Llegué a mi habitación, despojándome de la bata de manga larga colgándola a los pies de la cama y me arrebujé entre las mantas congeladas. Tirité un poco hasta que conseguí entrar en calor y terminé de coger el sueño de nuevo. No me preocupaba en absoluto aquel fantasma. Su aura era rojiza, si, la marca indeleble de un demonio, pero no había intentando atacarme con anterioridad. Esta forma de actuar rara vez se veía en un ser demoníaco, que eran los entes más peligrosos que podías encontrarte. No obstante, el ente de aquella casa estaba atrapado. No había intentando atacarme desde un principio y ni siquiera había mostrado la cara. Con lo cual, podía dormir tranquila.

Abandonando todo pensamiento, acudí a la llamada del sueño. Sin sospechar que en la planta inferior, en el salón, una mano podrida asomaba entre la reja metálica de la chimenea y arañaba el metal con sus largas y vastas uñas.

* * *

La tormenta estalló sobre la casa sin compasión alguna. El repiqueteo de las gotas de agua se fue haciendo más intenso conforme avanzaba la noche y los rayos iluminaban cada cierto tiempo los terrenos de la casa. El olor a tierra mojada ahogaba al resto.

No fue la tormenta exactamente lo que me despertó. De hecho, ni siquiera estaba segura de que estaba despierta. Como en duermevela, entreabrí los ojos en la penumbra de mi habitación, con la sensación de que alguien me observaba. No sentía mi cuerpo y menos aún podía moverlo. Así que me conformé con observar, sin poder actuar, a aquella sombra que se colaba en mi habitación sin tener que abrir la puerta. Se escurría del techo, de la rejilla del sistema de calefacción de la casa. Conseguí emitir un gruñido cuando la sombra más oscura que el resto se alzaba a los pies de la cama hasta formar una la silueta de una figura antropomorfa con el ademán de acercarse a mí. Noté que mi corazón redoblaba su latir y un sudor más frío aún que la habitación se escurría por mi sien. Fue al contacto de éste último cuando desperté con brusquedad y me incorporé en la cama.

Me froté la frente para quitarme el sudor y sin poder evitar algo de temor, eché un vistazo disimulado a la habitación. Estaba vacía. Había sido un mal sueño. Suspiré sintiéndome como una idiota por aquel estúpido terror que me había invadido. Ya era mayorcita para temer a las pesadillas y se supone que soy exorcista, así que menos miedo debo de tenerles a los espíritus a los que elimino.

Incapaz de tragar saliva, me levanté de la cama y me eché la bata por encima. Necesitaba un vaso de agua. Me arrepentí de no haberlo cogido antes de acostarme ya que entonces tendría que bajar las escaleras, atravesar el pasillo para llegar a la cocina y repetir el trayecto para volver. Vamos, que se me iba a ir el sueño por el camino. Genial.

Con un suspiro amargo mientras me ajustaba la bata, me asomé a la ventana para comprobar el temporal.

Gruesas gotas de agua se habían quedado en el cristal. Agua... Mejor pensar en otra cosa. Me estaba entrando más sed. Mi respiración formó una nubecilla de vaho que nubló el cristal y que tuve que limpiar con la mano. Fue entonces cuando le vi. Una figura saltaba la verja de entrada envuelta en ropas negras y corría por el caminito de piedra hasta la fuente, donde le perdí de vista.

Intrusos. Amenaza para mi misión. Tenía que echarle de allí antes de que el ente tomara cartas en el asunto.

Tal y como estaba la casa, los ladrones no debieron de haberse percatado de que estaba abandonada y no habían robado nada en todo el tiempo que había pasado sin habitantes. O eso, o el fantasma se había encargado de ellos. Tenía que actuar antes que el ente o podría formarse una buena.

Sin preocuparme en absoluto por mi aspecto, salí de mi habitación sigilosamente calzada con un par de calcetines. Me asomé por el pasamanos de las escaleras y escuché en el silencio interrumpido por algún que otro trueno lejano. El chasquido y crujido de una puerta abriéndose se oyó a los pocos segundos. Habían entrado en la casa. Mascullé una maldición y rogué interiormente que el ente no se entrometiera.

Unos tímidos pasos casi ahogados por el estruendo del diluvio caminaron por la entrada sin saber muy bien a dónde dirigirse. Un inexperto. Aguardé en mi posición, esperando a poder ver su figura. No tardó mucho en asomarse, plantándose justo bajo las escaleras, quitándose el gorro mostrando sus cabellos blancos contrastando con la oscuridad del lugar. No levantaba la cabeza y se agachó poco después para buscar con más ahínco. La oportunidad perfecta. Tomando apoyo con una mano en la baranda de la escalera, tomé impulso y salté sobre la misma hasta caer de pie en perfecto equilibrio justo frente a él. Habría caído sobre su cabeza si hubiera tardado unas décimas de segundo más en saltar. El individuo de pelo blanco se quedó mirando mis calcetines durante unos instantes antes de ir levantando la cabeza poco a poco hasta que pude ver su rostro con claridad.

Se trataba de un muchacho joven, de unos 13 escasos años de edad. Sus ojos grises se clavaban en los míos abiertos de par en par. Me sorprendió ver que no era terror lo que reflejaban, sino sorpresa. Ladeé la cabeza sin perder el contacto visual. Me digné a hablarle movida por la curiosidad.

- ¿Has perdido algo, chaval? –al tener la garganta totalmente seca y mi lengua rasposa, mi voz me sonó extrañamente desconocida, muy ronca pero sin perder el tono amenazante de siempre.

- Tu debes de ser la amiga de aquel hombre tan raro...

No pude evitar fruncir el ceño desconcertada. ¿Aquel hombre tan raro?

Permití que el chico se levantara, llegando a alcanzar mi altura. Me crucé de brazos examinándole de arriba abajo, comprobando que no llevaba armas de ningún tipo.

- No sé tu nombre, pero debo advertirte que corres peligro aquí...

- Metete en tus asuntos –le corté rápidamente dándole la espalda bruscamente y sin una pizca de amabilidad -. Esta casa es de mis padres y...

- ¿El hombre de pelo azul del mercado medieval es tu padre?

Lo entendí todo enseguida. Heraclio se había ido de la lengua, seguramente emocionado por su obsesión con las espaditas...

- ¿Qué te dijo? –giré un poco la cabeza para mirarle por encima del hombro.

El chico tragó saliva y me sostuvo la mirada. Valiente, sin duda. Aproveché un poco de caos para examinar su aura. El azul celeste claro me llamó la atención. Un aprendiz o bien alguien cuyo caos está terminando el proceso de maduración.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Leo. Leo Thanatos.

Un nombre extraño para un chico extraño. Sí señor.
Una idea cobró forma en mi mente al segundo siguiente. Leo Thanatos. L. T.

- ¿Tu has estado aquí anteriormente, cierto?

El muchacho asintió.

- Por eso he vuelto. Hicimos una apuesta y mis amigos y yo entramos aquí para ver al fantasma.

- Y salisteis por patas dejando atrás... –registré los bolsillos de la bata en vano. La linterna que encontré a mi llegada la había dejado en el abrigo – Mierda...

- ¿Qué ocurre? –inquirió el chico.

- La tengo en el abrigo... Ven –le cogí de la muñeca y tiré de él con autoridad.

Le llevé a rastras hasta mi habitación sumida en las tinieblas, registré los bolsillos de mi abrigo aún sobre la cama y le devolví la linterna. El chico la examinó con atención sin saber muy bien que decir.

- Si no tienes nada más que hacer aquí, ya puedes marcharte. Tengo cosas que hacer.

- Debo advertirte que este lugar es peligroso –encendió su linterna apuntando a su cara, cegándose a sí mismo. Cerró los ojos con fuerza –Aquí vive un...

- Fantasma, si, claro. Y yo soy exorcista –dije en tono irónico.

A empujones, llevé al chico de vuelta a la planta baja, sin prestarles atención a sus quejas y objeciones. Sin que tuviera que abrir la puerta, el frío se apoderó de la casa de forma brusca y repentina. Ambos nos detuvimos, atónitos por el brusco cambio de temperatura, en mitad de nuestra lucha.

La luz de la entrada parpadeó un par de veces. Algo malo iba a ocurrir. Con la mosca detrás de la oreja, nos quedamos en silencio para tratar de entender aquellos susurros helados que invadieron nuestros oídos. Palabras sin hilar, carentes de significado, ininteligibles. Leo pegó su espalda a la mía vigilando en dirección al cuartucho del teléfono. Con disimulo, deslicé mis manos hasta los bolsillos de mi bata, y una vez más me llevé un chasco. Me había dejado las cuchillas en la habitación.

Usando un poco de caos, comprobé el aura rojiza que surgía del salón aumentando cada vez más su volumen. La amenaza iba a acudir desde allí. Me interné en las tinieblas de la amplia estancia dejando al chico atrás, buscando el epicentro del aura, punto donde se encontraría el demonio en cuestión. Guiándome por las auras, caminé a tientas hasta la chimenea, lugar de dónde provenía la creciente aura. Me preparé para lo peor, reservando el caos para la entrada “triunfal” de mi víctima. Mas ésta no llegó a producirse. Unos pasos acolchados por la moqueta despertaron mi alarma interna y a la par que echaba un vistazo a la entrada del salón para descubrir al intruso, el aura decrecía y se colaba por la rejilla metálica de la chimenea hasta desaparecer. Mascullé una maldición antes de dirigirme a Leo.

- ¡Rápido! ¡Al dormitorio!

Tirando de su brazo una vez más con brusquedad y prisas, le conduje hasta mi habitación, lugar dónde se encontraría seguro hasta que terminara mi trabajo. Me asombró bastante su actitud. Se dejaba llevar con facilidad y parecía ser consciente de la situación en la que nos encontrábamos. Los susurros se iban apagando a nuestro paso.

Ahora se me planteaban dos objetivos. Proteger al chico y detener a ese demonio sin que el muchacho se enterase de quien era yo realmente. Sería fácil si me organizaba.

Usé un poco de caos para sellar la puerta, dejando libre la rendija de ventilación. Así, si el demonio decidía colarse, solo tendría un lugar por donde hacerlo, y ese hueco estaría bien vigilado.

Sin perder de vista la rejilla, caminé de un lado a otro de la habitación, pensando en los pormenores de mi estrategia.

- Te dije que había un fantasma –dijo de pronto el joven

- Cállate. Intento pensar –con las manos entrelazadas detrás, continué dando amplias zancadas en mi habitación, concentrada en mis pensamientos y murmurando en voz alta sin darme cuenta –. Con testigos, no puedo usarme a fondo. Tengo que...

El joven Leo examinó por su parte mi dormitorio, dejándome a solas con mis planes. Se me encogía el estomago de fastidio solo con pensar que tendría que terminar con el demonio en aquel momento y tendría que abandonar la casa después. Y encima, tenía que cargar con aquel chaval de aura extraña...

Podía “malherir” al demonio, no terminar directamente con él, y así podría continuar viviendo allí durante el resto de la semana. Pero no. Era demasiado arriesgado, ya que sería provocar aún más a aquel ente, y tendría que terminar con él de todas formas. Tenía que haber alguna manera de que...

- La mano salió de la chimenea –soltó de pronto Leo.

- ¿La mano? ¿Qué mano? –me volví hacia él respondiéndole de forma agresiva. Mi humor estaba empeorando por momentos.

- La mano del fantasma. La que araña las paredes. Cuando la vimos, salió de la chimenea –me hizo una señal que no supe entender levantando las cejas.

Me froté la sien en un intento de despejar mi mente.

- La chimenea... –murmuré para mí misma –Cuando me senté en aquel sillón, el aura también surgió de ahí.

- ¿Aura? –inquirió el chico

- Y cuando decidió demostrarnos su presencia hace apenas un minuto, también salía el aura de esa chimenea –obvie su pregunta y continué con mi razonamiento -. Está dentro del sistema de calefacción de la casa –me senté al borde de la cama cruzándome de brazos bajo la atenta mirada del joven -. Es una mala señal. Las chimeneas de toda la mansión están interconectadas por un conjunto de tuberías unidas unas con otras. ¿Sabes lo que significa eso, no?

- Sí. En mi casa tenemos algo parecido. Si se enciende una chimenea, aunque las otras estén apagadas, el calor se extenderá por toda la casa.

- Con lo cual, la cosa esa tiene acceso a todas las habitaciones que tengan ese sistema de calefacción. Aquí dentro no estas a salvo.

Me levanté y me acerqué al escritorio con parsimonia. Por culpa de mi invitado, no me quedaba otro remedio que acabar con el demonio en ese instante. De mala gana cogí mis dos cuchillas dormidas en su superficie y me las guardé en los bolsillos de la bata. En el exterior, la lluvia había parado y las nubes iban ahuecándose para dejar entrar por la ventana los tímidos rayos de la luna, reflejándose en las hojas de mis armas. El chico se dio cuenta del brillo y adivinó lo que estaba guardando.

- Tenemos que averiguar dónde se ha escondido nuestro fantasma –decidí retirándome la cortina de pelo que me caía sobre un hombro con un roce de la mano –Hay que encontrarle en ese sistema de calefacción.

- ¿Y cómo lo vamos a hacer?

Me volví hacia él y le examiné de arriba abajo. Su chubasquero negro aún conservaba algunas gotitas de agua de la anterior precipitación y la cabellera blanca se le había revuelto sobre la marcha. En la semipenumbra, sus ojos tenían otro color muy diferente al que le vi de primeras. Un verde esmeralda muy claro.

Si mi idea era que el chico se colara por una de las chimeneas para que echara un vistazo, era imposible llevarla a la realidad. El joven era unos centímetros más alto que yo. No cabría. Maldije una vez más mi suerte mirando con fastidio al suelo.

- ¡Mierda! ¡Tiene que haber algo con lo que podamos verle...! –detuve la frase a la mitad cuando encontré la bolsa del supuesto médico aún tirada en el suelo.

Me tiré al suelo y abrí el maletín con dedos ansiosos. Saqué el estetoscopio y se lo mostré a Leo con una media sonrisa divertida.

- Si no podemos verle...

- ...Podremos escucharle –completó Leo.

* * *

Pegué el frío metal de la campana del estetoscopio contra la rejilla del fondo de la chimenea del salón. Cada uno con una de las olivas en nuestras orejas, escuchamos con atención el suave ronroneo de la caldera. Nos mantuvimos así, de rodillas en la moqueta, durante dos minutos exactos.

Enojada, me quité el estetoscopio y lo lancé contra el suelo, cruzándome de brazos pegando la espalda contra el costado de la chimenea.

- ¿Nos ataca y ahora que le respondemos no da señales de vida? ¡Será cobarde!

- Mejor así a que nos vuelva a atacar, ¿no? –el chico recogió el estetoscopio y me lo tendió –Yo me alegro de que esa mano podrida no haya salido en cuanto nos hemos acercado a la chimenea.

Cogí el instrumento con avidez y lo guarde junto a mis cuchillas en el bolsillo de la bata, levantándome tomando apoyo en la pared. Se me había escapado. Si no hubiera tenido que proteger a Leo, me podía haber encargado de él perfectamente. Por eso estaba tan molesta. Aunque por otro lado, era un alivio que el ente hubiera decidido desaparecer por el momento.

Aún así, el cabreo iba ganando.

- Bueno, Leonard, ya has hecho bastante por hoy. Así que, ¿qué tal si llamó a la policía para que te lleve a tu nuevo hogar? –descalza, salí del salón y me dirigí al cuarto del teléfono con Leo trotando apegado a mis talones.

- ¿A la policía? ¿Nuevo hogar? ¿A qué te refieres?

- No te hagas el tonto. Has entrado en mi casa sin permiso. Osease: allanamiento de morada.

- ¿Es que vas a denunciarme? –el joven se detuvo en el umbral de la pequeña estancia, mirándome con los ojos abiertos de par en par, atónito.

Cogí el teléfono y me puse el auricular en la oreja, acercando mi dedo peligrosamente al teclado numérico, mirándole.

- ¿Por qué no debería?

- ¡Si lo haces, le diré a la policía que tenías dos cuchillas!

- Natural. Fueron un regalo, quería protegerlo de ladrones como tu.

- ¡La casa no es tuya! ¡Pertenecía la familia Back!

- Que más tarde fue comprada por mis padres –respondí, mordaz.

El chico abrió la boca para responder, pero no encontró palabras para rebatirme. Gané el asalto. Marqué los dos primeros números dándole la espalda.

- Entonces, les diré que no eres humana.

Mi dedo se detuvo en seco a punto de marcar la siguiente tecla. Giré un poco la cabeza hacia él, dedicándole una mirada de odio por el rabillo del ojo.

- ¿Qué has dicho?

El joven tragó saliva, pero mantuvo su pose firme. Nos sostuvimos la mirada mutuamente durante unos minutos casi interminables manteniendo un tira y afloja mental. Tal y como estaban las cosas, dentro de poco tiempo tendría que abandonar la casa y aquel chico había sido testigo de la actuación del fantasma. Ya poco o nada podía hacer para que mi identidad siguiera en secreto, así que no tenía nada que perder. Me rendí dando un suspiro y colgando el auricular del teléfono.

- Por esta vez has ganado –me volví hacia él –, pero no te confíes. Mi misión es acabar con el fantasma de la casa, y si tengo que matar a un testigo inoportuno, lo haré sin dudar. Avisado quedas.

Le dejé con una estúpida sonrisa de satisfacción infantil y subí las escaleras. Ya no había aura demoníaca por ninguna parte, así que quería aprovechar las pocas horas de noche que aún quedaban para echar algún sueñecito.

Suerte que ahí estaba Leo, para terminar de estropear mis planes. Por eso no soporto ir acompañada a las misiones.

- Bueno, ¿dónde estará mi habitación? –subió rápidamente las escaleras tras de mí.

- ¿Tu habitación? En tu casa, claro está –entré en mi dormitorio y le cerré la puerta con un portazo en las narices.

El chico no se molestó por mi gesto y entreabrió la puerta asomándose.

- Pero si habías aceptado que me quedase...

¿Perdona? –fingí no haberle escuchado bien –Debes de estar mal del oído. Acepté no demandarte. Otra cosa muy distinta es que te quedes en mi casa.

Levanté la almohada y dejé mis cuchillas debajo con cuidado.

- ¡Vamos! Ehm... ¿Cómo te llamabas?

- Veran... –gruñí, sentándome en la cama y estirándome un poco.

- Veran, un nombre curioso –observó -. Bueno, después de lo que ha pasado, quiero ayudarte a echar a ese fantasma de aquí. ¡Estoy seguro de que puedo servirte de ayuda! Conozco muchas leyendas y...

- Me importan un comino las leyendas. Un fantasma es un fantasma, y los cuentos de hadas son solo eso, cuentos de hadas y troles –me quité la bata dejándola colgada en el cabecero de la cama y me eché arropándome con las mantas –Vete a casa.

- ¡Pero sé muchos detalles de todo lo que pasó aquí! ¡Del asesinato de los Black!¡De la maldición! ¡De...!

Suspiré agotada y de aún peor humor que antes. ¿Es que el chaval era ciego? ¡Quería dormir un poco, no escuchar sus sandeces!

- Además, haré todo lo que tu me ordenes. ¡No seré un estorbo!

Hum. ¿Ser un estorbo? Aquello empezó a recordarme cosas que no quería recordar. Mejor cortar la conversación antes de que las cosas se torcieran aún más.

- La explicación se la darás después tú a tus padres. En este pasillo, primera puerta a la izquierda. No salgas de ahí hasta las ocho de la mañana, hora en la que me prepararás el desayuno. Y nada de acercarte a las chimeneas ni a la caldera.

Ya que el chico iba a quedarse, al menos le sacaría algo de provecho. Con un suspiro resignado, cerré los ojos e intenté recuperar el sueño, dando por finalizada la conversación. El chico agradeció la oportunidad y cerró la puerta. Escuché sus zapatillas de deporte correteando por el pasillo y el crujido de una puerta cercana abriéndose. Después, el silencio.

A pesar de mis esfuerzos, no pude conciliar el sueño. Había demasiadas cosas en mi cabeza que me lo impedían. Tenía planeado quedarme en aquella casa unos días para descansar de los malos recuerdos y por culpa de aquel mocoso, mis memorias regresaban con más intensidad aún. A la misión se había añadido una nueva norma, proteger al muchacho. Cómo siempre, una misión más al garete. ¿Por qué tenía tan mala suerte?

No hubo más incidentes en toda la noche que fueran dignos de mención.

* * *

En bata, descalza y despeinada, me encontré a la mañana siguiente en la cocina, devorando el aceptable desayuno que Leo había preparado, obediente, y que me hizo olvidar un poco mi antipatía hacia él.

- ¿Te has preparado algo tu? –conseguí articular tras tomarme sin respirar siquiera el vaso de leche -. No tenía pensado tener compañía, así que no sé si habrá provisiones suficientes para ambos.

- ¡No te preocupes por eso! Sé desayunar bien sin tener que malgastar mucha comida. Además, la nevera está llena hasta los topes y las alacenas también. Hay comida suficiente para un mes entero, y en caso de que falte, yo mismo iré a comprar lo necesario al pueblo.

- Olvídate de eso –mordí con avidez un pequeño bollito –Nada de asomar la nariz por el pueblo.

- ¿Qué? –se sorprendió.

- Me gustaría que la gente no se entere de que estamos aquí. No me gustan los curiosos y podrían añadir más pegas a mi misión –le miré de arriba abajo culpándole con los ojos.

El joven tragó saliva. A pesar de la noche intempestiva, su pelo no se había despeinado ni un ápice y sus vaqueros y sudadera estaban tan pulcros como cuando llegó. No pude evitar preocuparme.

- ¿Has dormido bien?

- Bueno, no tenía sueño, así que estuve escribiendo unas cosillas para ti. ¡Espero que te sirvan de algo!

- Anoche mencionaste algo sobre los asesinatos de la familia Black –Obviando su comentario y dando fin a mi gula, aparté la bandeja de delante y le miré apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando las manos -. ¿Podrías explicarme a qué te referías?

Antes de responder, Leo recogió la bandeja y la dejó en el fregadero. Se volvió hacia mí con una sonrisa radiante.

- ¡Te lo explicaré en un momento! ¡Espérame aquí!

Como una flecha, el joven salió disparado escaleras arriba, hacia su nuevo dormitorio, y bajó con un manojo de hojas entre las manos que puso ante mí.

Ojeé despacio el montón. Eran hojas escritas por él mismo, dónde como un escritor, había relatado todo lo que sabía acerca de la casa y los anteriores habitantes. Busqué las relacionadas con la familia Black, pero Leo se adelantó a mi lectura y comenzó a narrar en voz alta:

- La familia Black ocupó esta casa en la década de los 80. Eran un matrimonio bastante serio y adinerado. El hombre pasaba mucho tiempo viajando a lugares remotos dentro y fuera de Europa y la mujer era profesora de inglés.

- ¿No sabrás por casualidad como se llamaban ni en que trabajaba el marido, verdad? –pregunté encontrando por fin la hoja del tema que estábamos tratando.

- No, pero alguna vez se lo he oído decir a mi padre. Aunque no sabría recordar ahora mismo...

- No te preocupes, el nombre es lo de menos. Sigue.

- Está bien. En uno de esos viajes, el señor Black había conocido a un extraño brujo. Dicen que fue entonces cuando sobrevino la maldición a esta casa. Me contaron que el señor Black provocó al brujo, y que esté le lanzó una maldición que fue enloqueciéndole hasta el punto de escuchar susurros en su cabeza y un extraño frío le acompañaba por toda la casa, aunque tuviera todas las chimeneas encendidas.

- ¿Susurros y un extraño frío? Eso lo sentimos ambos anoche –murmuré en voz alta aunque para mí misma -. ¿Su mujer no los sentía?

- No lo sé. Lo que sí sé, es que antes de que sucediera el asesinato, la señora Black dejó de acudir a su trabajo de maestra en el pueblo y que llamaron a un médico para que fuera a atenderla.
Me vino a la mente el maletín con los bocetos y el estetoscopio que encontré en mi habitación al llegar. Dejé el montón de folios sobre la mesa de madera.

- ¿Para que llamaron a un médico? ¿Por la maldición o por una enfermedad corriente?

- Bueno, creo que fue por el bebé... –añadió inseguro.

- ¿El bebé? –fruncí el ceño. No me estaba gustando el cariz que estaba tomando la historia -¿La familia Black tenía un bebé?

- Iban a tenerlo. Llamaron al médico porque la señora Black abortó de repente. Algo normal, supongo.

- No, no es normal. No en una casa con una “maldición”. Continúa –ya me estaba haciendo una imagen general de lo que podría haber ocurrido. Sin embargo, decidí escuchar la historia hasta el final.

- Bueno... –tragó saliva –El caso es, que después de perder a su hijo, el señor Black llegó a la fase final de su locura. Esto lo he leído en los periódicos –aclaró –. El señor Black asesinó a su mujer... No encontraron el cadáver, pero si su sangre en una de las habitaciones. Nadie podía haber sobrevivido tras perder todo eso. Intentaron detenerle y murió poco después en el calabozo, cortándose su propio cuello. ¿Desagradable, verdad?

- Esclarecedor –corregí echando la silla hacia atrás haciendo ruido al arrastrarla –Muy esclarecedor.

El muchacho me miró sin comprender, levantándose seguidamente y siguiéndome. Cerrándome la bata, subí por las escaleras del pequeño rellano y me colé en mi habitación cerrándole la puerta en las narices. Saqué de mi mochila mis útiles de aseo y ropa limpia y salí a su encuentro.

- ¿Adónde vas?

- ¿En el pueblo habrá hemeroteca, no? –pasé por delante de él y dejé mis cosas en el baño.

- La biblioteca es bastante grande. Creo que...

- Pues ya sabes a dónde voy –le interrumpí –. Quiero averiguar todo lo que ocurrió aquí.

- ¿Ves cómo te he servido de ayuda?

- No te emociones –me dirigí a él con frialdad -. Solo me ha picado la curiosidad. Puedo llevar a cabo el exorcismo sin saber toda su vida.

- ¿Exorcismo? ¿Es a eso a lo que te dedicas?

No permití que continuara la frase, cerrando la puerta con pestillo de un sonoro portazo. Ensimismada en mis pensamientos, me desvestí y me metí en la amplia ducha, dejando correr el agua templada.

Con su roce, conseguí olvidarme momentáneamente de mis preocupaciones. Dejé la mente en blanco mientras los minutos transcurrían con calma. Me envolví en la toalla y me sequé el pelo usando un poco de mi caos para provocar una instantánea brisa caliente que tras revolverlo un poco le devolvió todo su volumen. ¿A que eso no lo hacen en una peluquería?

Me vestí, ya totalmente seca, en un santiamén y me miré en el espejo sobre la coqueta a la vez que terminaba de abrocharme los botones de la camisa blanca y me ajustaba un poco los puños. Para completar el conjunto, me había puesto una falda negra plisada y unas botas negras. Normalmente prefiero los pantalones a las faldas, pero aquella ocasión requería un vestuario especial. Necesitaba que aquel que me viera, pensara que era una joven más, común y corriente. Ir con mi indumentaria de costumbre no estaría muy bien visto.

Salí del baño lista para irme, a la vez que Leo me esperaba en la puerta, preparado para irnos.

- ¿Cómo iremos, en coche, en moto, en..?

- Andando –corté con rapidez bajando las escaleras con Leo siempre detrás –Tráeme el abrigo y ponte tu chubasquero.

Asomando por su rostro un mohín de molestia pero sin rechistar, Leo subió las escaleras de nuevo y volvió como una ráfaga tendiéndome el abrigo y echándose encima su chaquetón negro. Elogié su velocidad y salimos de la casa, cerrándola con llave.

- Oye, ¿de verdad tiene que ser andando? Tardaríamos media hora...

- Media hora de contaminación que le ahorramos al mundo. Camina.

Las nubes habían decidido dar una tregua tras la espantosa noche anterior y agujereaban el cielo en amplios claros que dejaban traspasar la clara luz del sol de la mañana. Tanto la casa como el jardín, iluminados, daban una impresión muy distinta que a mi llegada, sumidas en la niebla. La claridad le daba un tinte al jardín un tinte de claridad que lo sacaba del cuento de terror. El olor a tierra húmeda seguía flotando en el aire y de las hojas de los matorrales y árboles reluchan brillantes gotas de la lluvia nocturna. Nuestros pasos resonaron al golpear nuestras suelas contra las piedras mojadas y con un chirrido, la verja nos franqueó el paso, cerrándola después a mis espaldas. Con tranquilidad, nos pusimos en camino, rodeados de un silencio tenso roto a veces por el canto armonioso de algunos pajarillos.

- ¿Eres exorcista? –fue la manera de Leo de romper el hielo al rato de haber perdido la mansión Black de la vista.

- Algo así –respondí concentrada en el sonido de mis botas al pisar la alfombra de hojas mojadas concentradas en la cuneta de la solitaria carretera.

- Mis amigos se sorprenderían de oír eso

- Te equivocas. No se sorprenderían porque jamás lo escucharían. Ni ellos, ni nadie.

- ¿Y eso por qué? –frunció el ceño.

- Porque no voy a permitir que se lo cuentes a nadie más. Normalmente suelo cargarme a los testigos de mis hazañas y contigo iba a hacer una excepción. No me hagas cambiar de opinión –mentí descaradamente, pero el muchacho no pareció darse cuenta.

Tragó saliva sin saber muy bien cómo continuar la conversación.

- ¿Has visto a muchos...”fantasmas”?

- Más de lo que un mortal como tú pueda soportar.

- Eso significa que no soy el único que tiene el “don” –sonrió tontamente.

Por primera vez en todo el trayecto, le miré asombrada. Había pronunciado una palabra maldita que jamás debía pronunciar un mortal.

- ¿Qué don?

- Yo también los veo. No me refiero a la figura. Sino a el color que los rodea. Como un aura.

Mis impresiones sobre él estaban en lo cierto. Aquel chico era un elegido del caos y le faltaba poco para que éste terminara su proceso de maduración en el interior de su juvenil cuerpo.

- ¿Les ves auras a los cuerpos de los fantasmas? ¿Cuántos fantasmas has visto tu?

- Dos...bueno, tres –se corrigió enseguida –Si contamos el de la casa Black, claro.

Asentí con un gruñido.

- El resto de personas también tienen auras. Aunque eran todas iguales hasta que te vi a ti y al tipo extraño de las espadas.

Lord Heraclio. Había dejado su aura al descubierto cuando visitó el mercado medieval. Menudo incompetente.

- ¿Qué aura dices que tengo yo?

- Es un color algo extraño. Entre el azul y el morado...

- Añil –señalé.

- ¡Si, ese! –se le iluminó la cara -¡Venga! Pregúntame otra.

- ¿Y el color de tu propia aura?

El chico se quedó callado sin saber qué responder. Suspiré resignada. Leo solo podía ver las auras en momentos especiales, usando sin saberlo el caos.

- La próxima vez que te mires al espejo, concéntrate e intenta mirar tu propia aura.

- ¡Lo haré! –el chico me miró a los ojos con decisión.

Esquivé su mirada clavando la mía en el suelo. Me vino a la mente la imagen de mí misma cuando la Orden descubrió mi poder. La sangre me regurgitó de odio.

- Escúchame bien –procedí a avisarle de lo que le iba a ocurrir. Ya que yo no estuve preparada, no iba a permitir que la Orden hiciera lo mismo con aquel chico –Si ves a algún gordo acercarse a ti y decirte que pertenece a la Orden de Corver...

- ¿Sí?

- Pégale una buena patada y dile que va de mi parte.

El chico se echó a reír a carcajadas. No supe dónde le veía la gracia.

- ¿De qué te ríes?

Leo no respondió. Su risa armonizaba con la de los animales de alrededor, que extrañamente, dieron al unísono señales de vida, cantando con él. Me entró un escalofrío que recorrió mi espina dorsal de arriba abajo. ¿Estaba usando caos para atraer a los animales?

- Haré lo que me has dicho. ¿De qué conoces a ese hombre?

- Él me amargó la existencia. Simplemente no quiero que le ocurra lo mismo a nadie más –me crucé de brazos. Toda la algarabía de antes se difuminó en la suave brisa que se levantó de repente.

- En el fondo eres buena persona. Gracias por el aviso –solté un bufido intentando sonar desagradable, cosa que no conseguí.

Me quedé callada el resto del trayecto, oyendo sin escuchar a Leo contándome su vida e intentando ser agradable, en tanto que yo me dedicaba a divagar en mis propias conclusiones.

El tiempo se nos pasó prácticamente volando, alcanzando nuestro destino sin que ni uno ni otro nos diésemos cuenta. Permití que Leo aprovechara nuestra visita para visitar a su familia y evitar preocupaciones innecesarias. Entre tanto, yo me dedicaría a rebuscar en los legajos de la historia. No era mi pasatiempo favorito, pero no me quedaba más remedio.

Tras indicarme la localización de la biblioteca, Leo regresó a su hogar. Me puse en camino, llegando en apenas unos minutos. No podía ni quería disfrutar de la tranquila vida de los habitantes de aquella aldea que en esas horas de la mañana salían de sus casas para dedicarse a sus quehaceres sin muchas prisas y ordenadamente.

Llegué justo a la hora a la que abrían. Un maduro bibliotecario que ni se inmutó cuando le pedí toda la información referente al caso de la familia Black, me señaló un pequeño ordenador en una habitación cercana. Me puse manos a la obra y me dediqué durante algunas horas a registrar todas las publicaciones referentes al caso.


«Hoy, el conocido Marcus Black, rico empresario que habitaba en las afueras de nuestra humilde aldea, ha sido detenido por la policía acusado del asesinato de su mujer, Beatrice Black, cuyo cuerpo aún no ha sido hallado. La señora Black, profesora de inglés que daba clases en la escuela pública local, fue declarada desaparecida hace una semana. En su búsqueda, se inspeccionó la mansión que el matrimonio habitaba y las autoridades encontraron restos de sangre en una de las habitaciones. El señor Black fue declarado sospechoso y a día de hoy fue trasladado a la comisaría del distrito para ser interrogado.»

Aquel pequeño párrafo en uno de los periódicos locales me llamó la atención y procedí a imprimirlo. En la sala contigua, se escucharon los ruidos mecánicos de la impresora.

En realidad, la policía no tenía ni idea de si realmente el señor Marcos Black había sido el autentico asesino o no. No habían encontrado el cadáver, y sin cadáver, no había caso. Solo le habían arrestado por una mancha de sangre... ¿o era solo una excusa para alejarle de la casa?

¿Podría ser el fantasma el espíritu de la señora Beatrice Black, cuyo cuerpo no encontraron? Busqué noticias referentes al cadáver y lo que encontré fue lo siguiente:

«¿Hallado el cuerpo sin vida de Beatrice Black?» encabezaba el titular -«Tras la detención de Marcus Black, empresario de renombre vecino del pueblo, la búsqueda del cadáver de la señora Black se ha intensificado. No obstante, sus esfuerzos estaban siendo infructuosos hasta que el mismo Black ha revelado a la policía de la localización del cuerpo de su esposa. Las autoridades han acudido a la mansión Black, espectacular vivienda del matrimonio situada en las afueras del pueblo, donde con picos y palas, han excavado el jardín sin encontrar nada salvo una habitación subterránea que no figuraba en los planos de la vivienda...»

Habitación subterránea. Grave ese término en mi memoria. Según la noticia, el cadáver seguía sin encontrarse. La habitación, si aún seguía en pie, podría ser la guarida de mi fantasma. Sería más fácil acabar con el ente si mi deducción era correcta.

Pero había algo que seguía sin cuadrarme. El aura que vi –bueno, que vimos, si es que es cierto que Leo también puede verlas –era roja. El aura de un fantasma, por muy violenta que fuera su muerte, era verde como el ectoplasma de los dibujitos animados. Solo un demonio o contaminado por uno de los seres del Averno podía tener ese aura roja. No me estaba enfrentando al espíritu de la pobre señora Black. Había algo más en aquella casa.

Rebusqué en mi memoria algún otro dato de los que Leo me dio por la mañana que se me hubiera pasado por alto. El bebé de los Black. Reanudé mi búsqueda informática por ahí, mas el buscador dio error y se negó a mostrarme nada. Mascullando una palabrota golpeé la mesa dónde se sustentaba el ordenador. Si mi teoría era cierta, todo habría cuadrado. El embarazo de una mujer era una puerta abierta entre el mundo del Más Allá y el mundo mortal. Cualquier demonio podría haberse aprovechado y “suplantaría” al bebé, colándose en nuestro mundo y...

Pero no. Tenía que pensar otra cosa.

Suerte que en aquel momento la biblioteca estaba totalmente desierta, porque si no, habrían visto una bombillita encendiéndose sobre mi cabeza.

Había olvidado por completo la carta de la tal “Amanda”. Indagué un poco más sobre aquella extraña mujer cuya cartera había entregado el cartero el día anterior.

Solo encontré una pequeña nota de prensa:

«En el día de hoy, a las 18:30, la señorita Amanda Hood, empleada del hogar de la familia Black acudirá a los tribunales para testificar sobre el caso Black. Recordemos que el millonario Marcus Black fue acusado de asesinar a su esposa, Beatrice Black, cuyos restos aún no han sido hallados.»

Resoplé con fastidio. Aquello no me decía nada de lo ocurrido con esa Amanda ni aclaraba nada del asunto. Únicamente había conseguido conocer el detalle de la habitación secreta. Al día siguiente de aquella pequeña nota me topé con la última relacionada con el caso Black:

«El final del caso Black»

«El señor Marcus Black, empresario y conocido vecino de la aldea, ha aparecido ahorcado en su celda provisional de la comisaría local. Todo parece apuntar a un suicidio. En días anteriores, la señorita Amanda Hood acudió a testificar sobre la muerte de la señora Black, y su testimonio no ha resuelto muchas dudas, por lo que ha dicho el representante de la policía, pero ha desestabilizado al sospechoso de tal forma que no le quedó otro remedio que acabar con su propia vida, lo cual, afirma su culpabilidad en el homicidio de su mujer.»


Me acordé del periodista que escribió la mitad de la información inútil que acababa de leer. ¡Todo eso me lo había contado Leo! Incluso me dio más detalles.

Mientras imprimía todo aquello, se me ocurrió otra idea. Leo me había dicho que sabía todos los detalles que me contó porque lo había leído en el periódico. Pues bien, yo había leído todos los periódicos almacenados hasta la fecha y no se mencionaban ni lo del bebé, ni cómo se suicidó el señor Black, ni adónde fue a parar la señorita Amanda Hood. Leo tenía que haber sonsacado esa información de otra parte y no había querido decírmelo.

Enojada como apenas me había enojado nunca, salí rebotada de allí con mis hojas imprimidas bajo el brazo y regresé a la casa. Notaba palpitar mi sien, pensando en lo que haría en cuanto volviera a ver a Leo.

Nadie me mentía. Y menos aún, un crío que se colaba en mi casa y estropeaba mis planes.
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erart

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime04/05/10, 08:40 pm

veran es mi alma gemela
pero yo soi el bien
solo puedo seguir su estela
hasta el dia de mi requiem

ba pa ti guapa
sigue asi
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caradryan21

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime04/05/10, 10:06 pm

no se porqe pero cada vez me identifico mas y a la vez menos con veran: me encanta comer como ella pero yo sigo las reglas (algunas me las salto pero sin qe me pillen como a veran)XD. aunqe tambien puedo tener bastante mala uva con alguien cuando quiero (en el colegio me temen por mis codos qe no se porqe tengo una punteria nata acia la entrepierna XD).

en definitiva me esta encantando tu historia Veran espero con ansia el proximo capitulo.
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kraric

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime04/05/10, 10:10 pm

erart escribió:
veran es mi alma gemela
pero yo soi el bien
solo puedo seguir su estela
hasta el dia de mi requiem

ba pa ti guapa
sigue asi

Chaval espera...
no puedes escoger,
sigue con el alma en pena
pues nunca la podrás tener

Sigue de lejos su estela,
te lo digo por tu bien
pues es mi novia
y compañera...
y a nadie la pienso ceder

desvivete en alagos
es bueno encontrar a alguien con gusto
pero no te acerques mucho, pavo
o te despediré... con gesto adusto

PIS PAS!

No es por parecer borde en este post, pero mi novia escribe de puta madre, y como se lo suelo decir a la cara mejor. Y a aquellos que se han encontrado que tenía novio, solo deciros:

"SORRY HUNTER, YOUR WYVERN IS IN ANOTHER ZONE"
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 02:48 am

Saludos, novio de Veran.
Espero que ya que has venido también te pongas a escribir alguna cosilla.
Si que debe molar tener a alguien con tus mismos gustos...
En fin, buen capítulo. Me gusta el inocente y no tan inocente Leo.

Un saludo malvado a esta pareja.
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Veran

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 10:31 am

Capitulo 11 - En las garras del mal III parte

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- ¡Oye, Leo! ¿Dónde estuviste anoche? ¿No te habrás acercado a la casa maldita sin nosotros, no? –el joven de cabellos rubios zarandeó al joven sin que le molestara el hecho de ser más bajo que él.

- Es una historia bastante larga, Bruno. Pero recuperé esto –Leo sacó del bolsillo de su impermeable la linterna que Veran le había devuelto la noche anterior con una sonrisa de oreja a oreja.

- ¿Volviste anoche a la mansión Black?¿Viste al fantasma?

- Algo mejor, Bruno. Mucho mejor. ¡El fantasma me atacó! ¡Y la exorcista me...! –se calló al instante, sabiendo que si hablaba más de la cuenta, metería la pata. Quería permanecer al lado de Veran para ver por sus propios ojos lo que era capaz de hacer.

- ¿Y el exorcista te qué?

Bruno acercó la cara a él para continuar su interrogatorio, pero Leo le esquivó fácilmente dirigiéndose a su otro amigo de cabellos negros que aún no había abierto la boca.

- ¿Cómo lo habéis pasado sin mí?

El moreno se limitó a soltar un gruñido y encogerse de hombros, emergiendo de las sombras de aquel estrecho callejón sin salida.

Aquella callejuela era el hogar de sus dos únicos amigos, Bruno y Alfred. No literalmente, claro, porque cada uno tenía a su familia esperándoles en sus casas, aunque la mayoría del tiempo lo pasaban pateando las calles del pueblo en busca de alguna nueva desventura en la que meterse de lleno y aquel callejón desierto y ajeno a la atención de la gente era el lugar ideal para fundar su ”cuartel general”.

Leo llevaba poco tiempo con ello, un par de años, pero sentía por aquellos dos jóvenes tal afinidad como si fueran hermanos de su misma sangre.

De su familia real nunca hablaba y sus compañeros tampoco le preguntaban.

- Hemos cuidado de Juice en tu ausencia. ¡Nos mordía cada vez que intentábamos darle de comer! –Bruno sacó una pequeña jaula que anteriormente había estado reposando en el suelo y se la tendió a Leo.

- Gracias –agradeció el peliblanco tomando con extremo cuidado la jaula y observando al pequeño destello anaranjado lanzarse a los barrotes -¿Me has echado de menos, Juice?

Leo apegó la nariz a la jaula y el pequeño ratón le olisqueó complacido por el regreso de su dueño, dando un pequeño chillido. Leo introdujo un dedo para acariciarle la diminuta cabeza.

- ¿Nos vas a contar ahora que estuviste haciendo en esa mansión y de que exorcista hablabas? –el moreno, Alfred, continuaba mirándole sin ocultar su creciente enfado.

- No podía dejar ahí la linterna. Así que fui a recogerla. No pasó nada más –inclinándose para dejar la jaula en el suelo, la abrió y el pequeño Juice escaló por su mano hasta esconderse bajo su manga -¡Hey! ¡No me hagas cosquillas!

-Nos dijiste que te atacó el fantasma y mencionaste a un exorcista.

- Bueno, escuché ruidos raros y me asomé para ver que eran –Juice se coló en su bolsillo y se arrebujó ahí –Había un señor que decía ser exorcista y que le había contratado el ayuntamiento. Era un tipo raro, pero insistió en que me quedase aquella noche...

- Es que llovía a cantaros, quizá por eso no quiso que te fueras. ¡Pero podrías habérnoslo dicho para que te hubiéramos acompañado! –Bruno se cruzó de brazos plantándose ante él.

- ¡Sólo iba a por mi linterna! No iba a ir a despertaros solo por eso, con la que estaba cayendo –se excusó con una sonrisa que alejaba toda sospecha.

Sus dos amigos se miraron entre sí. Leo sabía que Bruno le creería, no así Alfred, que no soportaba que le dejaran a un lado.

- ¿Y adónde vas a ir ahora?

- A mi casa –mintió –Mi familia había pensado pasar el día juntos, así que...

Consiguió que Alfred se lo creyera. La excusa que había usado ya la había contado en otras ocasiones, mas eso no impedía que dejaran de confiar en él.

- Está bien. ¿Cuándo volverás?

- Mañana vendré para daros una vuelta. ¡Cuidaos hasta entonces! –les guiñó un ojo con complicidad metiendose la mano en el bolsillo del chubasquero para proteger a Juice.

- Descuida –respondieron ambos amigos a la vez viéndole alejarse a la carrera calle abajo y despidiéndose de ellos con la mano.

Se quedaron callados hasta que le perdieron de vista.

- ¿Crees que nos está ocultando algo?

- No lo creo. Lo sé –respondió Alfred con rotundidad –Igual que las otras veces...

Bruno agachó la cabeza dando un suspiro apesadumbrado.

* * *

Tras recorrer a toda velocidad la carretera intransitada que llevaba a la vieja casa, se detuvo ante la verja abierta sin saber muy bien qué hacer. Veran había llegado más rápido de lo que esperaba. ¿Habría encontrado algo en su búsqueda por la biblioteca?

Impaciente por saberlo, recorrió a grandes zancadas el caminito de piedras y llamó a la puerta principal con los nudillos, sin sacar la otra mano del bolsillo, dónde Juice estaba inmóvil, seguramente dormitando.

El tiempo pasó sin que nadie le abriera y decidió llamar a la puerta una vez más. Al posar su mano sobre ella, ésta se abrió sola crujiendo. Tragó saliva oteando la entrada en penumbra.

- ¿Veran? ¿Estás ahí? –el joven se adentró en el rellano examinando cada rincón con la mirada, dejando la puerta abierta a sus espaldas.

La puerta se cerró silenciosamente tras él, saliendo a la luz una figura cuyos pasos no llegaban a rozar el suelo para no hacer el más mínimo ruido.

En el interior de su bolsillo, Juice se removió, intentando avisarle de la nueva presencia y una respiración profunda le heló la nuca, paralizándole.

Tragó saliva antes de hablar con tono alto y claro, ocultando su creciente temor:

- Seas quién seas, si me haces algo, mi amiga te...

- De amiga nada –de un fuerte tirón, Leo estampó su espalda contra la pared a la par que Veran le inmovilizaba acorralándole y colocándole el brazo en el cuello, presionándole.

- ¡Veran! ¡¿Qué..?!

- ¿De dónde sacaste la información? –sus miradas se cruzaron y las palabras se le atoraron a Leo en la garganta. Aquellos ojos irradiaban una furia sobrehumana -. ¡¿De dónde?!

- ¿De qué me estás hablando...? –respondió con voz queda y algo apurada al notar la presión en el cuello incrementarse.

- Sabías lo del bebe, lo de la causa de la muerte del señor Black...

- ¡Lo leí en el periódico!

- ¡¡No me mientas!! –en la lejanía se oyó una ventana haciéndose trizas acompañando el grito de la misteriosa chica -. En ningún periódico se mencionaba. Apenas le dedicaron espacio a la noticia... ¿De dónde sacaste esa información?

Leo le sostuvo la mirada el poco tiempo que pudo antes de que una centella naranja saliera de su bolsillo e intentaba morder a su atacante. Veran no inmutó su expresión, como si no sintiera al ratón colándose bajo la manga de su abrigo.

- ¡Juice! –Leo intentó evadirse para ayudar a su mascota, mas Veran le mantenía contra la pared férreamente, esperando su respuesta.

Pensó que había enloquecido. Que iba a hacerle daño a Juice. Y no lo iba a permitir. Armándose de valor, Leo consiguió escurrirse de las garras de la exorcista e intentó sujetarla por detrás, al tiempo que ella se giraba veloz, le aferraba de la camisa y con una llave le tiraba al suelo sin demostrar esfuerzo. Dibujó una mueca de dolor al sentir el golpe en su espalda. Sobre su pecho cayó Juice recorriendo en poco tiempo la distancia que le mantenía fuera del bolsillo del joven. Intentó levantarse para contraatacar. Sin embargo, la bota de Veran le detuvo al apoyarla cerca de su cuello.

Tuvo que aguantar una vez más la mirada enfurecida y altiva de ella.

- Vas a contarme la verdad, por las buenas, por las malas o por las tremebundas.

- Está bien –suspiró derrotado –Pero deja que me levante, ¿no?

Frunciendo el ceño extrañada por el súbito cambio de tono y voz en el joven, Veran quitó el pie de encima y le permitió incorporarse. La chica se paseó por la habitación a grandes zancadas adentrándose en el salón. Asegurándose de que su mascota Juice estaba a salvo en el interior de su bolsillo, fue tras ella. Ya no podía seguir fingiendo por más tiempo, así que borró todos sus tintes antaño inocentes sustituyéndolos por la sobria seriedad. Veran contempló de espaldas a él la chimenea, sin percatarse del súbito cambio en la expresión del joven.

- Empieza. ¿Cómo sabias lo del bebé?

- ¿Por qué quieres que empiece por ahí?

Veran se encogió de hombros.

- Como quieras. –aceptó Leo -. El médico que atendió a la señora Black era el abuelo de Bruno, un amigo mío. Llegó a contarle a su nieto que le llamaron de urgencias una noche y que tuvo que quedarse casi un mes en la casa para poder atender a la señora Black.

- Si era tan grave, ¿por qué no acudieron al hospital?

- El señor Black se negó a acudir allí. Tuvo que ser atendida en su propia habitación.

- ¿Fue un aborto común o hubo algún incidente fuera de lo normal?

- No sé los detalles, pero... fue a los nueve meses de gestación. No sé cómo ni porqué sucedió, pero ese niño nació muerto.

- ¡Eso no me aclara nada! –Veran dio una patada al suelo repentinamente alzando la voz –Estoy segura de que ese médico sufrió uno de los ataques del espíritu.

- ¿Y por qué dices eso?

La joven se volvió hacia él meciendo su larga melena negra y le miró a los ojos sombríamente.

- Los dibujos... El maletín... ¡Ningún médico se deja un maletín con sus cosas durante años en casa de un paciente! Además, dentro del mismo encontré unos dibujos hechos a mano de un monstruo. Puede que él lo viera y... ¿qué demonios te pasa ahora, chaval?

Leo ni la miraba ni la escuchaba. Su mirada permanecía fija más allá de ella, hacia la mano podrida y esquelética que salía de la rejilla de la chimenea y que avanzaba en silencio palpando el frío metal. Veran siguió su mirada a tiempo de ver que la mano se asía a su pie y las largas uñas rasgaban sin dificultad alguna el material de sus botas. Tanto Leo como ella intentaron retirarse al tiempo que Juice salía una vez más del bolsillo del impermeable del joven y se avanzaba sobre la mano monstruosa.

- ¡¡Juice!!

Desobedeciendo a la llamada de su amo, Juice atacó a la mano con saña. Ésta terminó soltando a su presa y huyendo llevándose consigo al pequeño ratón. Leo intentó cogerle pero Veran se lo impidió.

- ¡No toques a Juice! –gritaba una y otra vez el joven, presa de la desesperación forcejeando con frenesí.

- ¡Cálmate, Leo! ¡Todas las chimeneas están conectadas! ¡No va a escaparse! –tomándole de la mano y haciendo caso omiso del profundo dolor que le oprimía el tobillo recién desgarrado, Veran tiró del muchacho.

Guiado por la joven exorcista, los dos recorrieron la primera planta de la casa en dirección a la cocina. Veran acomodó sus ojos para poder vislumbrar las auras de todo lo que había a su alrededor. Pudo distinguir un tenue brillo rojizo recorriendo la pared y cruzando a gran velocidad la habitación del teléfono.

- ¡Por ahí! –señaló aligerando más el paso.

Llegaron al comedor y allí se detuvieron. Veran se acercó a la pared tanteando y examinando cada punto hasta dar una palmada en el muro maldiciendo. Había perdido el rastro del aura. Tenían que entrar en la habitación que a su llegada había estado cerrada con llave.

- ¿Dónde está, Veran? ¿Dónde...?

Veran se retiró de la puerta hasta que la mesa de madera la frenó. Tomó carrerilla y de una patada y astillando un poco la madera la puerta se abrió de par en par. Entró seguida de Leo a la nueva habitación, un gran estudio sumido en la semipenumbra. Podía distinguir el aura con más claridad. Se había quedado quieta en una esquina de la estancia, donde podía apreciarse una chimenea. Veran detuvo la precipitación de Leo anteponiendo su brazo.

- O bien le ha soltado, o... –murmuró con frialdad sin apartar su atención del aura rojiza de la chimenea.

- ¡¿O qué?!

Un suave chasquido metálico seguido de un suave susurro producido por el rozamiento se alojó en sus oídos. El pequeño hamster se acercaba corriendo hacia su amo, que al verle, le brillaron los ojos y se acuclillo para permitir que el animalillo escalara por su chubasquero hasta cobijarse entre sus manos. Acercó su rostro al hociquillo del ratón, que asomaba tímido por entre sus dedos.

- ¡Juice! ¡Ya pensaba que..! ¡Mira que te lo he dicho veces! –levantó la cabeza hacia Veran -¡No sabes cuánto te lo agradezco, Veran!

La muchacha, sin inmutarse, continuó con la mirada fija en la chimenea, llevándose un dedo a los labios para hacer callar a su compañero. El aura demoníaca, ante sus ojos, presentaba un comportamiento extraño. Parpadeaba, luchando consigo misma, sin saber muy bien si aumentar o desaparecer del todo, hasta que terminó autoconvenciendose de que lo mejor era desaparecer, como así hizo.

Veran rompió el tenso silencio que se había apoderado de la habitación.

- La próxima vez que pierdas a tu rata, irás con ella –dijo en tono seco acercándose a la pared buscando el interruptor de la luz.

- Si no te gusta, ¿por qué le has salvado? –Leo se levantó.

- Me gustan los animales –declaró casi en un susurro tímido encendiendo la tenue luz que daba una antigua lámpara de araña que pendía del techo.

El joven la miró sorprendido. Le resultaba un poco chocante la idea de que, aunque por fuera simulara ser tan dura, por dentro era noble.

Sin mirarle siquiera, Veran se acercó a la gigantesca estantería repleta de libros que cubría la pared lateral, cerca del pequeño escritorio de madera que presidía la sala. La exorcista pasó el dedo por encima de los cantos de varios tomos, leyendo los títulos.

Leo se acercó llamado por la curiosidad. Libros viejos, cubiertos de una suave y fina tela de polvo se alzaban hasta el techo, escondiendo en sus palabras verdades y paraísos...

- Interesante... –murmuró Veran sacando un par de gruesos volúmenes.

- ¿El qué es interesante?

- ¿En qué trabajaba el señor Black?

Leo se encogió de hombros con la mano metida en el bolsillo, acariciando a Juice.

- Yo te lo diré: empresario. Pero un empresario metido hasta el cuello en asuntos paranormales –tras añadir un tomo más a la columna de libros recién formada entre sus brazos, Veran se acercó al escritorio y los dejó allí produciendo un golpe sordo –Estos son manuales de parapsicología. Son difíciles de encontrar.

Sintiéndose aliviado por verse libre del anterior interrogatorio sufrido al llegar a la casa, Leo escuchó las palabras de su compañera con atención. Enarcó una ceja.

- ¿Por qué iba el señor Black a interesarse por...?

Antes de responderle, Veran rodeó el escritorio y se agachó junto a la silla. Leo creyó percibir una mueca de dolor en su rostro al sentir la herida del tobillo herido, pero solo duró medio segundo. Abrió la boca para interesarse por ella, pero Veran fue más rápida, abriendo un cajón de la mesa y sacando un fino librito de tapas verdes y sin título en la portada, mostrándoselo por encima de la superficie de la mesa.

- Si este es el despacho del señor Black –Veran se levantó –este libro debe de tener algún apunte de él.

- ¿Tu crees?

La chica abrió el libro, siendo recibida por una página manuscrita que contenía el nombre de su propietario: Marcus Black. Leo bordeó la mesa para poder leer el también. Con sumo cuidado, Veran pasó de página adentrándose de lleno en un diario.

- Día tal, África –fue leyendo por encima las fechas recogidas en las esquinas de las páginas conforme las iba pasando –África, África...

- Debe ser el diario de algún viaje que hizo a África.

- No –respondió con ironía –Creo que fue a Francia.

- ¡Veran! –le reprendió el chico.

- Solo intentaba animarte –regresó a la primera hoja y la leyó por encima mucho antes de que Leo terminara la primera línea –No fue un viaje de negocios, sino por cierto interés suyo en las leyendas de ese lugar...

- ¿Relacionadas con la parapsicología? –Veran pasaba y leía las páginas con mayor rapidez que el pobre Leo, que acabó dándose por vencido incapaz de mantener la anormal velocidad de la lectura de la chica.

- Hum... Este hombre se vio envuelto en un exorcismo pagano. Son peligrosos –explicó ante la cara de incomprensión de su compañero –Sobretodo si hay presente alguien que no debería estar –le miró por el rabillo del ojo.

- He pillado la indirecta, Veran... –suspiró el chico con la cabeza gacha.

Sus dedos detuvieron una página ya casi en mitad del cuaderno, medio arrancada. Con un dedo siguió la línea que llamó su interés en especial.

«El demonio nos atacó. No pude reaccionar a tiempo y me alcanzó en un tobillo. Su arañazo me abrió la piel en dos y ahora mismo tengo la herida tapada con vendas que me impiden ver si mejora o empeora. Fue horrible. El hormigueo que comencé a sentir en la herida, al que achaqué a la perdida de sangre, se ha expandido por toda mi pierna y cada vez va a más. Es extraño, porque es como si sintiera mi propia sangre fluir por mis venas. Soy plenamente consciente del trayecto que recorre en todo momento. Y eso me provoca más pavor que el demonio. Tenía que haber escuchado a esos lugareños a los que desprecié en primer momento. Ahora ya era demasiado tarde. Mi único deseo es regresar con Beatriz y olvidarme de toda esta locura lo antes posible».

* * *

Mi mente empezó a deducir sola. Comprobé la fecha de aquel diario una vez más. Coincidía con la fecha del aborto que me había dado Leo, solo que 8 meses antes...

Todo empezó a cuadrar en mi mente. El ente, el bebé, el demonio que encontró Black en África, los dibujos del médico...

Ya sabéis que el caos, esa sustancia tan “maravillosa” que se desarrolla en mi organismo y en el de otros seminmortales como yo, también está presente en entes como demonios y fantasmas. El problema es que ellos no lo desarrollaban. Tenían una cantidad limitada y para aumentarlo, usaban el que encontraban en el ambiente. Ese caos estaba formado por las “sobras” de caos de cuando realizamos nuestros dones y nos vemos obligados a expulsar una mínima cantidad al exterior.

Otra diferencia entre el caos de un ente paranormal y el caos de una persona, es que el caos paranormal mutaba el caos que tocaba. Os pondré un ejemplo: tomemos un poquito de mi caos y dejamos que un demonio lo absorba. Ese caos mutará y se convertirá sin problema ninguno al mismo tipo de caos de ese demonio, adquiriendo las mismas características.

Y ahora viene lo interesante. ¿Qué pasa cuando es el caos de un demonio el que se adentra en el cuerpo humano?

Por mucho caos que un humano pueda tener, es incapaz de asimilar el caos paranormal. Y si hablamos de un mortal, la liamos más. El caos paranormal que haya en su cuerpo irá “comiéndose” y cambiando las células del anfitrión sin escrúpulo ninguno. Si un individuo “contaminado” tuviera descendientes, estos saldrían deformes, medio humanos, medio demonios. De ahí a que la Orden esté tan interesada en enfrentarse a estos entes paranormales.
El caos de un demonio se transmite al tocar a sus víctimas. Por eso en un exorcismo, lo primero que busco siempre es algún rastro de aura roja o verde, prueba inequívoca de que un demonio o fantasma ha pasado por ahí y tocado el objeto en cuestión.

Si ajustamos esta explicación que os he dado al caso que nos atañe, nos encontramos con que, al ser atacado por el demonio, el señor Black se había infectado.

Al volver de África, concebió un hijo con su mujer Beatriz y posiblemente habría contagiado a su propio hijo, lo cual habría ocasionado...

No, no debía precipitarme. ¿No se suponía que no me importara la vida de ese fantasmón en absoluto? ¡Había acudido allí para pasar unas vacaciones con calma y tranquilidad a espaldas de la Orden antes de cumplir mi trabajo! Lástima que ya me había interesado por aquella tragedia... Ya lo iba a averiguar todo.

- Tengo una idea de dónde podría haber salido ese ente –anuncié pasando la página del diario. El resto estaba en blanco. Leo me interrogó con la mirada –Podría estar equivocada, pero con lo que tenemos es lo más lógico.

- ¿Puedo oír esa idea?

- No –cerré el libro de golpe y lo puse sobre los volúmenes de esoterismo, cargando con ellos en brazos –Voy a llevarme esto a mi habitación...

- ¿Crees que encontrarás alguna pista en ellos?

- Son para entretenerme esta noche –obviando la desilusión que su rostro marcaba, salí del estudio y subí las escaleras.

Con el peso añadido, mi tobillo se resintió. Sin embargo, no iba a permitir que un arañazo acabara conmigo y evite en todo momento mostrar muecas de dolor. Admito que me costó. Escuchaba los pasos de Leo arrastrándose por la moqueta y por una vez, no le cerré la puerta en las narices y le permití pasar a mi dormitorio. Dejé los libros sobre la mesilla junto a la ventana.

- ¿No deberías curarte eso? –Thanatos señaló mi tobillo. Mi bota se estaba cubriendo por una mancha negra que se iba extendiendo poco a poco.

- Ah, esto –fingí no haberme dado cuenta –No lo siento. Podré sobrevivir.

Mientras intentaba objetar algo, me agaché y saqué de debajo de la cama el pequeño bolso de médico, sacudiéndolo bocabajo sobre la colcha dejando caer todo lo que había en su interior.

Leo tomó el boceto a lápiz del hombre deforme. Tragó saliva audiblemente, asombrado. Intenté descifrar los manuscritos sin mucho éxito, aunque algunas palabras si conseguía comprenderlas.

Conseguí “traducir” una de las frases:

«...El individuo presenta deformaciones en manos y pies a las que soy incapaz de reconocer como síntoma de algún síndrome hasta ahora conocido. Estas deformaciones no parecen poner en peligro la vida del bebé...»

Entorné los ojos incapaz de creer lo que estaba leyendo. Mi deducción había dado en el clavo. El hijo de los Black nació contaminado. El único problema es que, según Leo, el médico había acudido allí para atender un aborto, no un nacimiento.

Me senté en la cama releyendo una y otra vez aquellas frases, dándole vueltas en mi cabeza.

- Leo, respecto a lo del aborto... Cuando pasó, ¿qué se supo de los Black?

Se rascó la cabeza para poner orden en sus ideas.

- Pues creo que no pasaron por el pueblo durante algunos meses. La asistenta pedía lo necesario y lo traían aquí.

- En ese caso, nadie sabría nada de lo ocurrido... excepto el médico y supongo que también la criada, la tal Amanda –Leo asintió con la cabeza corroborando mi hipótesis –Según esto, aunque el niño saliera deforme, no veía razones para que muriera. El aborto podría ser falso, y...

- Pero si el niño hubiera nacido bien, ¿qué ha sido de él?

Suspiré y me masajeé la frente.

- Abortó a los nueve meses y el aborto fue una sorpresa. Eso demuestra que todo iba bien hasta entonces. A esas alturas ya habrían preparado la habitación del crío...

- Si el bebé hubiera nacido bien –continuó Leo por mí –La habitación seguiría ahí, ya que la casa no la ha tocado nadie desde el asesinato...

- Que sucedió varios meses después del parto –terminé. Una chispa se encendió en mi interior alentándome y haciéndome olvidar el dolor de la herida en cuanto me levanté de un brinco -¡Tenemos que encontrar esa habitación!

Su rostro se iluminó con una sonrisa y un suave gruñido surgió de su bolsillo. Olvidándome por completo del exorcismo, me obsesioné por terminar aquella historia y darle forma. Sólo así podría calmar mi curiosidad. Dejé mi abrigo sobre la cama y nos pusimos en marcha.

La planta baja ya la había explorado por completo. O casi. Los dormitorios de la familia Black e invitados se encontraban en la primera planta. El ático y la torre no parecían ser los lugares más adecuados para la habitación de un recién nacido.

Visitamos los dos cuartos que se situaban en dicha planta aparte de mi dormitorio. El dormitorio del matrimonio y el cuarto de baño. No había ni rastro de cunas u otros enseres dedicados a esas pequeñas monstruosidades lloronas.

Subimos al ático, encontrándonos cara a cara con las dos puertas cerradas con llave de las que en un primer momento pasé de largo. Ya ni me acordaba de ellas. Leo se apresuró a abrirlas y le resultó imposible. Me llamó para pedirme ayuda, cosa que negué hacer. Leo insistió.

- ¿Eres exorcista y no eres capaz de abrir una miserable puerta?

- Soy exorcista, no cerrajera –respondí echando un vistazo a nuestro alrededor buscando alguna forma de entrar en la habitación sin tener que usar mi caos.

- ¡Si no eres...! –una de mis miradas heladas le obligó a cortar la frase. Verle la cara de la agonía que estaba sufriendo por culpa de la curiosidad me convenció más que sus palabras.

Con una media sonrisa algo cruel, puse mi mano sobre la cerradura. No me hizo falta concentrarme mucho para que la cerradura se abriera por sí sola con un ligero chasquido y la puerta nos dejara vía libre.

Una bombilla desnuda colgaba del techo de aquel pequeño cuchitril. Leo fue el primero en entrar y en encenderla tirando del cordel. La habitación de paredes cuyo papel pintado había sido arrancado sin piedad alguna quedó totalmente iluminada. Estaba repleta de trastos y otros bártulos metidos en cajas de cartón, esparcidas en las esquinas y laterales. En el centro del cuartucho algunos tablones de madera se levantaban podridos por el tiempo.

Los dos pasos que pudimos dar para adentrarnos allí resonaron peligrosamente haciendo tambalearse un poco la madera carcomida. Apestaba a cerrado y el polvo se levantaba dificultándonos un poco la respiración. En la esquina más apartada una pila de periódicos y papeles dormitaban esperando ser leídos por la ausencia. Leo se agachó y me los acercó arrastrándolos con dificultad para levantarlos del suelo debido al peso.

Echándole un rápido vistazo a la portada del que encabezaba el montón distinguí una fecha que recordaba de haber visto en la biblioteca del pueblo. Eran los periódicos que trataban sobre el caso Black.

- Leo, baja esto a mi habitación –ordené.

Abrió la boca para replicarme, mas me adelanté a sus palabras. Dividí el grupo de periódicos en dos, consiguiendo así disminuir el peso.

- Empieza. Te esperaré aquí.

- ¿Y no es mejor leerlos aquí?

- ¡No seas vago! Hemos venido aquí a buscar la habitación. Los periódicos los podemos leer más tarde.

Murmurando cosas por lo bajo, Leo terminó por obedecerme. Cogió la primera de las pilas y salió del cuchitril. Rebusqué entre las cajas en busca de algún objeto que pudiera ayudar en nuestra búsqueda. Un juguete serviría... lástima que no llegara a encontrarlo.

Cuando Leo regresó y se dispuso a bajar el segundo montón de periódicos, apagué la luz y salí de allí.

Pude volver a respirar con tranquilidad y una suave brisa removió mi cabello. Extrañada, busqué la procedencia del viento, elevando mi vista hasta el torreón. En lo más alto una ventana se había abierto. Recordé el día en el que pisé por primera vez aquel lugar y la increíble vista que podía distinguirse desde allí. Se me antojó subir una vez más mientras esperaba al joven peliblanco.

Subí los escalones con lentitud. Al llegar al final, oteé el exterior entornando los ojos. El sol bañaba los jardines dándoles un suave tinte de ensoñación que los envolvía. Sentí curiosidad por saber a cuánta altura me encontraba, por lo que miré hacia abajo.

Fue entonces cuando la vi. Una ventana muy diferente de las otras. El marco de madera había perdido por completo su color y demostraba haber sido añadida no hacía mucho tiempo.

Dibujé un plano mental de la casa en un intento de situar la habitación a la que correspondía ese ventanal. No recordaba haber visto ninguna habitación con una ventana así. Si la habitación que le había asignado a Leo fuera un poco más grande, aquella ventana sí sería suya. Pero la que recordaba haber visto allí no tenía las mismas vistas que la torre. Aquella ventana era de otra habitación de la primera planta que aún no habíamos visto.

- ¿Podría ser...?

Bajé los escalones de piedra todo lo rápido que pude, notando con más intensidad que nunca antes la herida. Casi tropezando en el primer escalón, me encontré con Leo.

- ¡Veran! ¿Qué ocurre? –se asustó al ver mi cara de urgencia.

- ¡Creo que la he encontrado! –sin miramientos le empujé para que me siguiera.

- ¿Qué has encontrado el qué?

- ¿El qué va a ser? ¡La habitación! –respondí con brusquedad.

Al llegar a la planta de los dormitorios, corrimos hasta su habitación. Tanteé con las manos en la pared buscando alguna anomalía. Leo me observó en silencio antes de ponerse él mismo a imitarme.

- ¡Aquí el tacto es diferente! –Leo mantuvo la mano en la zona que él apreció distinta.

Me aproximé y di un golpe con el puño cerrado a la pared. Sonó a hueco. Dejé a Leo allí y entré en su dormitorio, dónde junto a su respectiva chimenea, hallé un atizador de hierro. Empuñándolo, volví y golpeé el trozo de pared con fuerza varias veces. Leo se retiró un poco para ponerse a cubierto de la lluvia de escombros que al poco rato sucedió a causa de mis repetidos golpes. Conseguí abrir un gran boquete por el cual se veía una pequeña habitación enmoquetada.

Le hice una seña a Leo moviendo la cabeza para que entrara él antes. Obedeció sin decir ni mu y se quedó petrificado al poner un pie dentro de la estancia. Le contemplé mientras miraba a todos lados con una expresión aterrada en su rostro.

- Veran –murmuró con voz queda -¡Tenías razón!

Apretando el atizador con fuerza en mi puño, entré. Un escalofrío recorrió mi columna conforme mi mirada volaba desde la cuna hasta la mecedora y los juguetes que decoraban la habitación pintada de azul cielo y nubecitas blancas. La típica habitación de un bebé.

No me gustaba tener la razón en estos temas.

- Aunque la habitación continué aquí sigue siendo posible que el bebé muriera en el aborto, ¿no?

- Teoría descartada –dije acercándome a una chimenea del mismo estilo que las del resto de la casa en un rincón de la habitación -.Habrían tirado todos estos trastos para deshacerse de las falsas ilusiones que tanto les debieron de dañar.

- Pero el dormitorio estaba tapiado...

- Cierto. Si el crío había nacido y tenía que dormir en su cuna, ¿por qué lo tapiaron? ¿Por lo del asesinato? El bebé aún no habría cumplido ni el año cuando sucedió. A no ser que lo matara también, pero no se mencionaba nada de eso en los periódicos...

- Veran, ¿has visto esto? –Leo me puso un cuaderno delante de mis ojos, devolviéndome al mundo real.

Cogí el libro y lo abrí. Sólo había dos páginas escritas con la misma letra, reconocí, que el diario que encontramos en el estudio del señor Black. Lo leí por encima con la luz que entraba por la ventana, en voz alta.

«No podemos salir con él. ¿Qué pensarán los vecinos, la gente, si llegaran a verlo? Es un ser monstruoso, pero aún así es mi hijo. Le cuidaremos como nuestro hijo que es. Beatriz está de baja y hemos acordado no salir de estos muros hasta que nuestra criatura se encuentre mejor. El médico nos ha dicho que no hay solución y que él guardará también el secreto. Su monstruosidad es culpa mía. Lo sé».

Tenía razón, una vez más. El hijo de los Black nació contaminado por su padre, cuyo sistema sanguíneo fue invadido por el caos del demonio que encontró en África. Pasé de página y leí en voz alta otro fragmento:

«Sabía que tarde o temprano tenía que ocurrir. Me arrepiento de todo. El viaje a África, presenciar aquel exorcismo... ¡Aquel fue el principio de todos los males que han asolado a esta casa! Ya se lo dije a ella, pero siempre conseguía iluminar mi alma con la luz de una esperanza que acabaría en tragedia. Nuestro próximo hijo, la espera, era lo que nos animaba a continuar. ¿Por qué salió mal? ¡Era solo un niño! O eso queríamos creer... Este accidente me ha abierto los ojos. Es un monstruo. No puedo seguir haciéndome cargo del responsable de la muerte de mi esposa. Lo primero que haré, será enterrar su cadáver. Tiemblo y evito inútilmente recordar su cuerpo mutilado y cubierto de sangre, pero...
Voy a encerrar a esa maldita criatura en la bodega. Diseñé un cuarto especial para él. La criada no vendrá hasta las ocho de la mañana. Tengo tiempo suficiente.
Cumpliré con la última voluntad de mi difunta esposa. Yo cuidaré de nuestro pequeño, encerrándome con él en esta casa, que se convertirá en nuestra tumba.
No tengo sucesores y jamás los tendré. Sólo me queda esperar a que alguien decida venir por sí mismo hasta aquí y acabe descubriendo la verdad. Si lo consigue y lee estas palabras, le suplico que se encargue de él, mas si quiere continuar con vida, JAMÁS LIMPIE LA CHIMENEA... »


Un escalofrío me recorrió la columna haciéndome estremecer. Todo cuadraba a la perfección. Pasé las páginas con un molesto tembleque en los dedos y una hoja cayó al suelo a nuestros pies. Leo se agachó para recogerla y la observó con gesto de desconcierto. Me la mostró devolviéndola al libro.

Era una fotografía. La fotografía de una zona del jardín de la casa. Se veía perfectamente la sombra del torreón ocultando el rostro de una figura que cavaba un profundo agujero en esa zona terrenosa y carente de vegetación. La perspectiva de la fotografía indicaba que estaba hecha desde una considerable altura.

- ¿El señor Black intentando enterrar a su esposa? –dijo Leo.

Le corroboré asintiendo con la cabeza.

- El hijo nació. Fue el “bebé” quien mató a su esposa...

- ¡Pero la policía dijo que había sido él!

- Si a mi me presentaran solo esto –señalé al hombre de la foto –Yo también pensaría que fue él.
¿Quieres decir que presentaron esto para detener al señor Black? ¿Quién?

- La única persona que en esos momentos estaba en la casa –le pasé el libro en la última página que había leído y deambulé por la habitación, atizador en ristre, organizando las piezas del puzzle.

La cosa sucede así: el señor Black se va de viaje a África, le encantan los temas paranormales y decide ser testigo de un exorcismo. La cosa sale mal y el caos del demonio le “contamina”. Al regresar, concibe un hijo con su mujer, pasándole el caos contaminado, que lo va mutando hasta convertirlo en un monstruo. El parto tendría que ser complicado, por lo que llaman a un médico cercano y en el cuál confiaban –si no confiaran en él, no le habrían permitido quedarse a dormir en la habitación de invitados, es lógico -. Eso explicaría los dibujos y las notas que encontré en mi habitación. El matrimonio Black cuidaba de la criatura a escondidas de la gente del pueblo hasta que el monstruo, incapaz de controlar su propia naturaleza, asesina a su madre. El señor Black, pese a todo, decide esconder a su “hijo” en el sótano y enterrar el cadáver de su mujer para que la policía no interfiriera. Por eso, según su anotación, decidió realizar esa operación antes de que llegara la criada...

¿Pero quién había realizado la foto?

Compartí mi teoría con el muchacho.

- Puede que la criada llegara antes de tiempo, ¿no? –concluyó.

Me acordé de la carta que llegó al buzón el día de mi llegada. Me dio a entender que la criada estaba muy preocupada por sus señores y que por ello había decidido prestarles toda la ayuda posible... La idea de Leo podría ser la correcta.

Además, en los periódicos se la mencionaba cómo testigo del caso Black. Ella “había visto” algo que incriminaba a Black en el asesinato de su mujer. La criada llegaba antes de tiempo, subía al torreón para limpiar y veía lo que el señor Black estaba haciendo: enterrar el cadáver de su mujer en el jardín.

Sacó la foto, llamó a la policía, fue a declarar y después... desapareció del mapa. El señor Black no pareció defenderse, todo por proteger a su hijo.

- Conmovedor –exterioricé con ironía.

- ¿Eh? ¿El qué? –Leo me miró sin entender.

Ya sabía lo que había pasado. Ya sabía quién era el fantasma. Ya sabía dónde se encontraba. Y ya no podía dejar que el monstruo continuara campando a sus anchas. Tenía que empezar con el exorcismo...

Me acerqué a Leo y le quité el libro de las manos con brusquedad.

- ¡Eh! ¿Por qué...?

- Confiscado. Esto me lo quedo yo. –tenía que deshacerme de todas las pruebas que pudieran demostrar la existencia del caos a gente no autorizada. Normas de la Orden. –Y ahora andando. Ya me he cansado de este lugar.

Con Leo trotando tras de mí, salimos del pequeño dormitorio y nos encaminamos escaleras abajo. Planeé cómo evitar que Leo estuviera presente durante mi tarea, pero un timbre me sacó de mi ensimismamiento. El teléfono había empezado a sonar.

Leo se quedó en el umbral de la puerta mientras atendía la llamada.

- ¿Diga?

- ¡Veran! ¿Cómo estás? –era Lord Heraclio.

- Estaba bien hasta que llamaste. ¿Qué es lo que pasa? –dejé el atizador sobre la mesilla.

- ¿Ya no te acuerdas? ¡Me mandaste deberes! ¡Y lo he hecho! ¿Me pones un positivo?

- Llegas tarde, Heraclio. Ya he visto de todo...

- ¿Entonces vas a volver ya a casa?

Miré a Leo por el rabillo del ojo, pendiente de mis respuestas.

- Aún no he terminado pero creo que si. Dame un día más.

Leo dio un paso al frente, rogándome con la mirada. Moví un dedo de un lado a otro indicándole que no pensaba dar mi brazo a torcer.

- Pensaba que eras capaz de hacer un exorcismo en menos de una hora...

- Después de esto, Heraclio, la Orden va a tener que derrumbar toda la casa. Encontré pruebas que podrían ponernos en aprieto. Libros y demás.

- ¡¿Qué?! –a Heraclio se le cortó la respiración sonoramente.

- Pues eso. Te dejo ya, tengo trabajo que hacer –Leo se dejó caer, abatido, al suelo, sentándose con las piernas cruzadas –Solo una cosa más: metiste la pata hasta el fondo en tu visita al mercadillo medieval...

- ¡Ah! ¿Quieres que te cuente lo que me compré? –no me fue difícil imaginarle sentado en su sillón, en su pequeño despacho en el cuartel general de la Orden, con los ojos brillándole mientras acurruca entre sus brazos como a un bebé a su nueva espada.

Sin responderle siquiera dejé caer el auricular del teléfono con un golpe, colgándole. Suspiré con fastidio y me volví hacia Leo.

- Deja de mirarme con cara de cordero degollado –Leo no obedeció.

- ¡Por favor, Veran! ¡Quédate un poco más! ¡Me lo estaba pasando bien contigo!

- No pienso quedarme más, y mucho menos contigo. De hecho, ni siquiera debíamos conocernos...

- ¿No te alegras de conocerme? –Leo se levantó tomando apoyo de la pared.

- No me alegro de conocer a nadie, ¿vale?

Leo se encogió un poco. Había levantado la voz más de la cuenta. Me froté el puente de la nariz reflexionando e intentando apaciguar mis ánimos. Dándole la espalda recogí el atizador.

- Terminemos cuanto antes con esto, ¿vale? Quiero volver ya a mi casa...

- ¿Dónde vives?¿Vives con tus padres? ¿Tienes...?

- ¡Cállate! –le espeté sin girarme siquiera, perdiendo de nuevo los nervios.

Leo volvió a amilanarse y por fin se quedó callado. Su ratón chilló débilmente desde su bolsillo.

- Voy a bajar al sótano –anuncié.

- ¡¿Qué?!

Le lancé una mirada helada por encima del hombro que detuvo sus palabras. Su cuello tembló al tragar saliva.

- Quédate aquí arriba. Si pasara algo, llama por teléfono a tu familia para que vengan a recogerte y sal de aquí lo antes posible. ¿Entendido? –dejé que el hierro del atizador reposara sobre mi hombro.

- ¿Y si te pasa algo?

- Soy exorcista. No me pasará nada. Tu haz lo que te he dicho y punto –me puse en marcha.

Leo murmuró alguna objeción más que no quise escuchar. Mis botas resonaron con fuerza al golpear el suelo a cada paso que daba, aún con la herida resentida del tobillo. El dolor había mitigado un poco, lo cuál me facilitaba las cosas y me permitía concentrarme mejor en lo que tenía que hacer. Al llegar a la cocina, eché un vistazo a la habitación del teléfono. Leo ya no estaba allí. Por su bien, esperaba que estuviera subiendo las escaleras hasta su habitación y se quedase allí tranquilito jugando con su ratita.

Me planté ante la puerta de la caldera, calmando un poco la excitación por los descubrimientos que habíamos realizado y preparándome mentalmente para la batalla, por si se torcían las cosas.

La puerta emitió su gemido cuando la abrí. Aquella vez, las escaleras y el estrecho pasadizo de piedra estaban tenuemente iluminados por la escasa luz que conseguía atravesar la cocina y reflejarse en la dura y fría roca. Conforme bajaba, otra luz iluminaba mis pasos. La suave luz de la bombilla de la pequeña habitación dónde en una esquina, cerca de los plomos, un enorme armatoste descolorido pero que aún conservaba la tonalidad del plomo me esperaba.

No se veía a nadie más “vivo” por ahí. Examiné esquinas y techo.

El señor Black dejó escrito que había encerrado a su monstruoso hijo en el sótano. Pero agregó que lo hizo en un cuarto especial que él mismo creó. Tenía que encontrar ese cuarto... Pero, ¿cómo?

Tanteé inútilmente la pared, buscando algún punto flaco que no llegué a encontrar. Golpeé los sillares con el atizador, consiguiendo que terminara por doblarse. Lo arrojé al suelo de malas maneras, ocasionando un estruendoso ruido metálico que provocó un extraño eco. Como metal contra metal. La caldera.

Junto a un pequeño medidor, encontré una rejilla. No me costó mucho trabajo abrirla. Tras ella, la boca de un oscuro túnel estrecho me dio la bienvenida mandando un tufo a podrido y a humedad que me obligó a retorcer tapándome la nariz. Es una de las consecuencias de la contaminación del caos. Altera a las células, que nunca antes habían tenido contacto con dicha sustancia, hasta que terminan “agotándose” y se pudren. De ahí el olor y posiblemente los estragos en la piel del pobre bebé que el médico había dibujado a lápiz.

Concentré un poco más de caos cuando me asomé al oscuro agujero de la caldera para poder aguantar el hedor. Uno de mis horrores hizo acto de presencia en el peor momento. Aquel túnel era estrechísimo y además, el único modo de alcanzar la maldita habitación. Miré una vez más en derredor, haciéndome a la idea de que no me quedaba otro remedio que introducirme en esa estrechez.

Bueno, cuanto antes empezara, antes terminaría con todo aquello. Haciendo de tripas corazón, me metí en el túnel. Arrastrándome como una maldita serpiente, recorrí el túnel. El solo pensar que podía quedarme para siempre allí me provocó un sudor frío y me alteró la respiración. Pensé en otra cosa para poder olvidarme del tema hasta que conseguí vislumbrar, al final del túnel, una luz. Me di la prisa que pude para poder alcanzarla, pero tuve que detenerme a mitad de trayecto cuando una sombra, una cabeza humana a contraluz, cortó la luz al pasar por delante de la oquedad. ¿Leo? ¿O el monstruo?

Tenía que darme prisa. Si el monstruo detectaba mi presencia antes de que saliera de allí... ¡No!

Con renovadas fuerzas gracias al miedo recorrí los pocos metros que me quedaban hasta alcanzar la luz, cegándome por un momento. Asomé un poco la cabeza para corroborar que no había peligro antes de dejarme caer de bruces en la nueva habitación. Era muy parecida a la anterior, realizada en piedra y de menores dimensiones. El único mobiliario que encontré fue una mesa de madera bastante sucia con restos esqueléticos. Me levanté frotándome las manos y me acerqué a la mesa para poder examinarlos mejor. Eran alitas de pollo. De bastante tiempo, podría añadir. Una simple bombilla delante del pequeño nicho que conectaba con la caldera era toda la iluminación del lugar, dejando muchos huecos ciegos hundidos en las sombras. En una esquina, cerca del suelo, la roca se había agrietado, dejando entrever las oscuras entrañas de los cimientos de la casa.

No había ni rastro de la sombra que se cruzó por el agujero anteriormente. La sala solo tenía una puerta de hierro bastante anticuada y oxidada, a la que me acerqué e intenté abrir tirando del pomo. No hubo suerte, la puerta no se movió un solo centímetro.

Con la habitación cerrada a cal y canto, era imposible que el sujeto se hubiera escapado, a no ser que se colara por aquel agujero negro de la esquina.

Me limpié el sudor de la frente, considerando la idea de tener que meterme en otro maldito agujero que terminara en un callejón sin salida y con un demonio esperándome.

Deambulé por la habitación buscando otros escondrijos hasta que me golpeé el tobillo herido.
Una tremenda punzada de dolor me recorrió la pierna con intensidad, obligándome a encogerme un poco. Apreté los dientes y resistí al dolor una vez más. Si el monstruo ese me había contaminado con su caos, el mío ya estaría defendiendo mi organismo de la intrusión, por lo que no debía preocuparme por nada. La herida cerraría en breve.

Eché un rápido vistazo buscando el objeto que me había provocado ese repentino estallido. Una pelota de goma rodaba por el suelo siguiendo una suave inclinación del terreno hasta detenerse a poca distancia del agujero de la esquina. Miré debajo de la mesa y encontré un osito de peluche descosido. Juguetes. El señor Black había encerrado allí a su hijo...

De un manotazo saqué el peluche. Al quedar iluminado, se hicieron notables los descosidos. Un ojo había sido arrancado de cuajo y su cabeza se escurrió entre mis manos hasta quedar colgada por el mismo relleno que la unía al resto del cuerpo. Lo habían degollado limpiamente.

El oso quedó oscurecido por una sombra que se hacía cada vez mayor surgiendo tras de mí. Esbocé una sonrisa amarga.

- Dios también te ha castigado por ser lo que eres... ¿verdad?

Mis cabellos se removieron cuando una enorme zarpa se levantó sobre mi cabeza.

* * *

Leo vio alejarse con paso firme y seguro a la exorcista pasillo abajo. Su primer instinto fue echar a correr tras ella, pero sabía que le echaría.

Se le había ocurrido otra idea.

Se escabulló en una esquina de la habitación y espero al ruido que haría la puerta de la cocina al abrirse. Esa era la señal para ponerse en marcha. Sin tener que decirle nada, Juice se había quedado en silencio y quieto, comprendiendo sorprendentemente la situación.

En la cocina, Veran abrió la puerta que llevaba al sótano. Leo esperó un poco. Contó mentalmente hasta cinco antes de asomar la cabeza por el marco de la puerta. La cocina estaba despejada.

Con precaución, fue de puntillas hasta la puerta de la cocina, contando de nuevo hasta cinco antes de asomar la cabeza para asegurarse de que estaba vacía. Veran se había dejado la puerta del sótano abierta. Aprovechó el despiste y bajó los escalones de piedra con lentitud y tanteando la pared, atento a cualquier ruido.

Aguantó la respiración, dando un respingo, cuando un golpeteo metálico recorrió la habitación. Asomándose con cuidado de no ser descubierto, descubrió que Veran había tirado el atizador, extrañamente retorcido, y que estaba examinando el interior de la caldera. Pareció dudar, pero terminó escurriéndose en su interior hasta desaparecer de la vista. Volvió a contar mentalmente para hacer tiempo antes de saltar el último escalón.

Se armó con el atizador y esperó un poco antes de seguir a su amiga. Escuchaba perfectamente el eco de sus movimientos y su abrigo rozando el metal del conducto. Pasados unos segundos, el siseo se detuvo. Está vez, el chico prefirió no arriesgarse y sacó a Juice de su bolsillo. Dejó al pequeño hámster dentro de la tubería.

- Ve a echar un vistazo. Cuando veas que podremos entrar, vienes y me avisas, ¿ok? –le ordenó en un susurro.

El ratón se perdió en la oscuridad del túnel. Leo le esperó, intranquilo, dando pequeños golpecitos con la punta del pie en el suelo rocoso y mordiéndose en un acto automático el labio.

No quería perderse la acción y sin embargo, tenía miedo. El relato de la tragedia de los Black aún latía fuertemente en su recuerdo.

Todo había empezado en un exorcismo... ¿Y si a él también le ocurría algo parecido?

Pronto se le escapó esa idea de la cabeza y fue reemplazada por otra peor: ¿y si se topaban con el monstruo y Veran en un descuido...?

Escuchó un suave tintineo apresurándose en el interior del túnel. Juice salió a la luz y emitió un gruñido levantándose sobre dos patas y olisqueando el aire.

El muchacho recogió al hámster y lo devolvió a su bolsillo para acto seguido colarse él también en la angosta tubería. Arrastró su juvenil cuerpo hasta alcanzar la luz del final, que se abría ante é provocándole que su estomago se revolviera de puro nerviosismo y ansiedad. No quería perderse ningún detalle por nada en el mundo.

Estaba a punto de salir cuando un siseo dolorido le detuvo. Se quedó paralizado, con un brazo a medio estirar apunto de aferrarse a un saliente para poder salir. Tragó saliva y escuchó atentamente. Unos pasos dentro de la habitación le pusieron en guardia. Esperó un poco hasta que dejaron de sonar. No con cierto temor, sacó un poco la cabeza del conducto. Justo frente a él, encontró a Veran frente a una rudimentaria mesa con un oso de peluche entre las manos.

Lo miraba embelesada y creyó ver por un momento una sombra de tristeza en sus ojos.

No hacía más que preguntarse sobre la identidad de aquella chica. Sabía su nombre, sabía en que trabajaba y sabía cuál era su autentica naturaleza. Pero la rodeaba un halo de misterio que dejaba atrás el de la familia Black. Le había preguntado anteriormente de sopetón, y cómo era lógico, le mandó a freír espárragos. Se decidió a investigar más sorbe ella en cuanto todo terminara.

La expresión de Veran desapareció repentinamente al mismo tiempo que la cabeza del muñeco caía hasta quedar colgando de un hilo. Le recorrió un escalofrió que le hizo olvidar su ensimismamiento y planes. En su bolsillo, Juice se removió muy agitado. Intentó sujetarle, perdiendo de vista la escena, y cuando pudo volver a mirar...

Ahogó un grito. Una criatura deforme, con la piel casi podrida, encogido como un mono se acercaba sigilosamente a Veran por detrás a la velocidad de un rayo. Su vista se fijó en sus zarpas. Manos que él ya había visto en bastantes ocasiones anteriormente. Manos en las que la enorme longitud de sus uñas era lo que más llamaba la atención.

- Dios también te ha castigado por ser lo que eres... ¿verdad?

Su voz le hizo recobrar un poco el sentido. Los ojos de Veran habían quedado ocultos por su mata de pelo, mas pudo apreciar la sonrisa amarga que esgrimían sus labios.

Vio cómo la criatura levantaba una de sus enormes zarpas por encima de la cabeza de la chica, quedando en equilibrio sobre sus dos esqueléticas patas o piernas. Quiso gritar para avisarla, pero la voz se había escondido en algún recoveco de su garganta y se negaba a salir con aquel monstruo delante.

Sin embargo, Juice tomó la iniciativa. Como una bala, salió de su bolsillo y se abalanzó al suelo. Ignoró los susurros de Leo y escaló la asquerosa piel del monstruo hasta hincarle el diente en la misma zarpa. Con esa acción consiguió que la criatura se sorprendiera, perdiera el equilibrio y cayera de espaldas hacia atrás, pero también salió despedido hasta perderse de vista.

- ¡¡¡Juice!! –desesperado y con una enorme opresión en el pecho por la angustia, prácticamente se tiró al suelo desde el agujero de la pared, irrumpiendo en la habitación.

Se arrastró por el suelo hasta levantarse torpemente para poder buscar a su amigo, pero un par de pies calzados en botas negras se antepusieron a sus movimientos. Levantó la vista con temor a lo que pudiera encontrarse.

Sus ojos se encontraron con los de Veran, iracundos. Percibió que incluso le temblaba el mentón, pero no articulo palabra alguna. Incapaz de sostenerle la mirada y preocupado por su mascota, bajó la vista y rastreó la habitación arrastrando las rodillas. Veran volvió su atención al monstruo, que intentaba levantarse como una tortuga, sin conseguirlo. De su cara estrecha, putrefacta, de ojillos negros como perlas y enanos, y con una mandíbula sin rastro de labios surgió un alarido lastimero. Se removía en el suelo como un desesperado.

- Han pasado los años y sigue con la madurez de un niño de 1 mes... –masculló Veran rodeándole –No puedo creerlo...

- ¡Juice! –el pequeño ratoncillo regresó desde un rincón hasta las manos de Leo, dónde se escondió -¡No me des estos sustos!...

- ¿No puedes levantarte? –Veran continuó rodeando a la criatura –Sabes a lo que vengo. ¿Por qué me atacaste? Si me ocurrieses algo, vendrían el doble de exorcistas a por ti. Y no se andarían con chiquitas...

La criatura dejó de gimotear y rodando sobre sí misma consiguió levantarse trastabillando y torpemente. Leo se mantuvo en un rincón, sujetando a Juice entre sus manos, observando la escena. Antes de que la criatura pudiese incorporarse del todo, Veran le propinó una patada en la cabeza que le volvió a tumbar en el suelo boca arriba.

El monstruo gimoteó y se removió.

- ¿Por qué has hecho eso? –Leo sintió una punzada de lastima.

- Ha intentado atacarme. No voy a darle otra oportunidad para que me degolle como hizo con su madre...

- ¡Pero Veran! ¿No lo ves? Si parece...

- No olvides que es un demonio –Veran le miró con frialdad –De ti ya me encargaré más tarde. ¿Y qué haces con eso? –con un movimiento de cabeza, Veran señaló el atizador doblado que aún llevaba Leo bajo el brazo y ni se había percatado.

- ¿Eh...? ¡Ah! Bueno, veras, es que yo...

Durante la charla entre ambos, aprovechando el descuido, la criatura se levantó en silencio y se escurrió hasta las sombras de una esquina. La frase de Leo quedó sin terminar cuando tomando impulso de sus patas traseras, el monstruo saltó sobre sus cabezas con las afiladas uñas en ristre.

Con una rapidez inigualable, un brillo sobresalió de la cintura de la falda de Veran y cruzó la habitación al encuentro de la criatura. Una cuchilla de empuñadura dorada se clavó en su frente, frenando su vuelo y cayendo bruscamente al suelo. Se quedó inmóvil.

Leo, con los ojos desorbitados, contempló a la criatura y luego a Veran. Su rostro ya no reflejaba ninguna expresión. Se abrió un poco el abrigo para sacar y empuñar otra cuchilla acercándose a paso lento hasta el monstruo, con precaución.

- ¿Le has...?

- ¿Matado? No lo creo –la exorcista se detuvo a escasos pasos del cuerpo.

- ¿En esto consiste un exorcismo? ¿En matar a...?

Otra mirada de Veran le acalló al instante, pero también confirmó su teoría. Se arrepintió de haber acudido allí. Pero tarde o temprano se iba a enterar, así que...

Se levantó aún con Juice en una mano y se acercó con decisión a Veran, que le miraba sin saber muy bien lo que estaba haciendo.

- Deja que te ayude.

- ¿Disculpa? –Veran fingió no haberle escuchado bien.

- ¡Déjame participar en el exorcismo! –insistió el joven.

Veran continuó examinándole con la mirada, evaluándole. Leo tragó saliva dispuesto a despejar todas sus dudas y adquirió un tinte de seriedad que la desconcertó.

- Yo también soy como tú, Veran. Deja que te muestre mis habilidades.

La chica masculló una objeción que no le dio tiempo a terminar, ya que el monstruo había recuperado el conocimiento y haciendo caso omiso de la herida de la que ni brotaba sangre, se incorporaba.

Veran miró a la criatura y a su compañero sin saber muy bien que hacer. Aquella situación le estaba provocando rabia. Era su misión, y por muy seminmortal que fuera el muchacho, él ni siquiera había aprendido a controlar su don. La criatura era peligrosa y sin duda alguna podría acabar con ellos. Tenía que actuar lo antes posible, o si no...

- Sea lo que sea, hazlo rápido y aléjate –se decidió al fin.

- ¡Hecho!

El monstruo rasgó el suelo con sus uñas, preparado para atacar, pero antes, Leo mostró su mano cerrada con el pequeño Juice en su interior. Veran pensó que lo estaría aplastando. Mas, a ambos lados de su mano, sendas palas de un arco crecieron salidos de su puño. Veran contempló sorprendida como del puño de Leo, Juice se terminaba convirtiendo en un arco. La exorcista intentó ocultar su sorpresa, retirándose un poco junto a su amigo sin apartar la vista de su nueva arma. El chico le sonrió con inocencia.

- ¿Te gusta?

Antes de que pudiera responder, el joven buscó en el bolsillo y cerró el puño alrededor de una diminuta ramita, que se convirtió en una flecha del mismo material. El chico retrocedió hasta que su espalda golpeó la pared y apuntó al monstruo colocando la flecha y tensando la cuerda del arco. La criatura se acercaba arrastrando las uñas. La habitación no era muy grande, por lo que con un par de pasos más, lo tendrían encima.

Veran retrocedió junto al chico, poniéndose a su lado, preparada para atacar con la cuchilla que le quedaba si fuera necesario.

- ¿A qué demonios estás apuntando? –le gritó.

En el momento en el que Veran terminó la frase, Leo soltó la cuerda. La flecha hizo impacto justo en dónde estaría el corazón de la criatura, que retrocedió trastabillando. Veran aprovechó el momento para abalanzarse sobre él y arrancarle la cuchilla que seguía alojada en su frente.

La criatura dio con sus huesos en el suelo, pesadamente. Con un estertor, quedó inmóvil. Pasaron unos densos segundos hasta que Veran rompió el pesado silencio guardándose las cuchillas de nuevo en el cinturón de su falda, quedando ocultas a la vista.

- Si lo llego a saber, no vengo... –masculló.

- ¿Por qué? ¿No te ha gustado? –volviendo a cerrar el puño, el arco de Leo se desmenuzó hasta convertirse de nuevo en su hámster, que corrió a esconderse en su bolsillo.

- Era mi misión –Veran suspiró y miró el cadáver del monstruo.

- ¿Es que ya hemos terminado?

- Por mi parte, si. Admito que me has impresionado, pero mantente al margen de estas cosas. Cuanto más tarde te pillen, mejor –se acercó a la puerta haciendo resonar sus botas.

- ¿Cuánto más tarde me pille quién? –el chico corrió hacia ella, deteniéndose a los pies de la criatura.

Un extraño sentimiento de lástima le presionó el corazón. La criatura, en el suelo, miraba sin ver el techo de roca. Leo recorrió con la vista la habitación, la pelota, el peluche... Miró a Veran, que intentaba abrir la puerta de acero a la fuerza.

- Seguía siendo un niño, ¿no?

- Era un monstruo. Estaba contaminado –explicó poniendo la mano sobre la cerradura –No tenia conocimiento.

- ¿Y por eso se merecía morir?

Veran consiguió abrir la puerta con su caos. Continuó dándole la espalda, respondiéndole en voz queda:

- Era un monstruo. Habría muerto de todas formas. Estaba aquí encerrado, lleva años sin comer, sin ver a nadie...

El joven suspiró, pensando en la respuesta de su compañera. Tenía razón. Era mejor así.

- ¿Pero no te da pena?

- ¿Vivir por pena te parece vivir? –zanjó Veran acercándose a él.

La exorcista evitaba en todo momento mirarle a los ojos, contemplando el cuerpo de la criatura y examinándolo.

- Será mejor que vuelvas a casa –dijo sin mirarle –Sube esas escaleras y vete. Llamaré a la Orden y le informaré de lo ocurrido...

- ¿Les vas a decir lo que he hecho?

- ¿Te gustaría que te explotasen y que te dejaran amargado sin amigos ni familia? –se cruzó de brazos y le miró con seriedad.

- Pues... la verdad es que no... –se rascó la cabeza.

- Solo les diré que ya termine y que hagan con el cuerpo lo que quieran

Sin esperar su respuesta, Veran comenzó a subir unas escalinatas de piedra que había tras la puerta. Se giró al pisar el primer escalón para volver a hablarle:

- Hablando de cuerpos... ¿te gustaría encargarte de una misión especial por mí?

Ambos se miraron. Veran lucía una maquiavélica sonrisa que obligó a Leo a tragar saliva, pero que le animó a preguntar:

- ¿Qué misión?

* * *

Las sirenas de los dos coches policiales y la ambulancia rompieron la quietud de la naturaleza. Se dirigieron a toda velocidad a la mansión Black. Varios agentes se bajaron de los coches y pronto empezaron a trabajar. Entre gritos y ordenes, un par de ellos sacaron unas palas de uno de los coches. Flanquearon la verja de entrada y se dirigieron todos a uno de los costados de la casa. Permitieron a la ambulancia pasar al interior del recinto, acordonando después la zona.

Un joven de cabellos blancos y enfundado en un chubasquero color negro se bajó de uno de los coches y traspasó el cordón. Detrás de él, un reducido grupo de agentes le seguía, aún dudosos.

- ¿Estás seguro, niño? ¡Si el cuerpo no está ahí, te meteremos a ti en el calabozo! –advirtió uno de ellos, el más entrado en años.

Leo se limitó a asentir con la cabeza, guiando a los agentes hasta uno de los laterales de la mansión, donde se erguía el torreón. La arboleda que rodeaba la gigantesca casa dejaba un enorme hueco de tierra. Los dos agentes que se adelantaron, armados con sus palas, se pusieron a cavar, mientras el resto del grupo les observaban, expectantes.

El sol se estaba poniendo, y la sombra de la gigantesca torre se exponía en el suelo alargándose. Una punta del tejado señalaba un espacio de tierra, aparentemente insignificante, y que estaba siendo excavado por los efectivos policiales.

Pronto, la pala de uno de ellos golpeó algo.

- ¡Señor! –llamó -¡Creo que lo hemos encontrado!

- ¡¿Qué?! Pero... ¡No me lo puedo creer...!

Leo sonrió mientras contemplaba cómo sacaban del agujero de tierra una calavera. Algunos de los agentes retrocedieron espantados ante tal visión, no así el muchacho, que borró su sonrisa en el acto.

En pocos minutos, el cadáver de Beatriz Black fue desenterrado, provocando un gran revuelo entre todos los presentes.

La ambulancia se marchó, al igual que los agentes, estos últimos a su ritmo. Mientras discutían entre ellos, el joven Leo sintió una brisa acariciándole la nuca. Levantó la mirada hasta la última ventana del torreón, dónde una figura de cabellos negros espiaba a los presentes. El muchacho le sonrió y le dedico un disimulado gesto de victoria del que no se percataron los que le rodeaban. La joven le devolvió el gesto, devolviéndole la sonrisa antes de desaparecer de la ventana.

- ¡Eh, chico! –la voz del agente más anciano del grupo le hizo dar un respingo.

- ¿Si, señor?

- ¿Cómo sabías lo del cadáver? ¡Hace años, ni siquiera estaban seguros de que seguía existiendo! Acompáñanos y nos lo explicas, ¿de acuerdo?

El chico asintió y miró por última vez la ventana del torreón. Esta vez, no fue a su amiga a quien observo, si no a una criatura encorvada, con la piel podrida y zarpas de largas uñas, cuyos ojillos negros y pequeños transmitían tranquilidad antes de evaporarse en el aire como una sombra ante la luz.

Siguió al agente de policía con una sonrisa satisfecha, acariciando a Juice metiendo la mano en el bolsillo.

Al día siguiente, los periódicos del pueblo relataron su hazaña. Él, Leonard Thanatos, se convirtió en el héroe del pueblo. Sin embargo, esquivó a la prensa y a todos los curiosos que querían saber de él. Desapareció, tras despedirse de sus dos mejores amigos. Ambos declararon a los periodistas que “había acudido a la llamada de la Orden”...
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caradryan21

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 04:51 pm

pedazo de capitulo Veran, me as dejao impresionado y sobre todo con la mala leche qe tiene con Heraclio XD. tambien me as dejao en suspense mas de una vez y me muero de ganas de qe pongas el siguiente capitulo
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erart

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 07:57 pm

kraric escribió:
erart escribió:
veran es mi alma gemela
pero yo soi el bien
solo puedo seguir su estela
hasta el dia de mi requiem

ba pa ti guapa
sigue asi

Chaval espera...
no puedes escoger,
sigue con el alma en pena
pues nunca la podrás tener

Sigue de lejos su estela,
te lo digo por tu bien
pues es mi novia
y compañera...
y a nadie la pienso ceder

desvivete en alagos
es bueno encontrar a alguien con gusto
pero no te acerques mucho, pavo
o te despediré... con gesto adusto

PIS PAS!

No es por parecer borde en este post, pero mi novia escribe de puta madre, y como se lo suelo decir a la cara mejor. Y a aquellos que se han encontrado que tenía novio, solo deciros:

"SORRY HUNTER, YOUR WYVERN IS IN ANOTHER ZONE"



haces bien bravo guerrero
en demostrar tu pasion
pero por ese caminero
parece que es tu posesion

para ser un tipo
no eres mal poeta
se me ha quitado el hipo
al leer tu pataleta

no queria ir en ese plan
era solo un halago
pues mis amores se van
aunque les de buen pago

es una buena escritora
un trozo de critica para los beta readers
que ansiosos se abalanzan sobre ella
como un jugoso trozo de carne

era broma y solo un halago,pero buena defensa poetica
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 08:07 pm

Muy buen capi.
Por cierto: Va es con v y Réquiem lleva tilde,xd.

Es que se me había olvidado ponerlo. ¡Erart, cuidado con la ortografía, caray!

Ahora sí, Leo me ha sorprendido y vaya nombre más extraño,xd.
Y muy bien la última parte, por cierto.

Edit: Vale ya con los duelos y demás poéticos. Y el nuevo, el novio de Veran, que se vuelva a pasar por aquí y que escriba algo, ya que se ha registrado,xd.

Un saludo malvado.
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erart

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 08:16 pm

intenta detenernos darks muahahahhhahahahahhahahahhahahahahahhahahahahhahahahahahahhahahahahahahahahhaahhahahahahahahahahahahahahahhahahahahahhahhaa arf,arf,arf....muahahahahhahahahahahahahahahahahahahahahhaahahhaahhahahahahahahahahahahahhahahahahahahahahahahahahahahahahahahahahahahhahahahahahahahhahahahhahahahahahahhahahah(no darks era broma nooooooooo no me mates arghhhhhhhhhhhhhh)
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 08:43 pm

Recuerda que aquí soy yo el malvado. Mwajajaja(se escribe así, caray)


Un saludo malvado
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Veran

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime05/05/10, 08:56 pm

Peleas de machos alfa por Mps, pls ^^.

Kraric tiene el tiempo justo para todo: trabaja 8 horas, y del resto del tiempo me encargo yo solita para absorberlo. Juntos formamos el "Yayteam", y entre ambos estamos sacando adelante el proyecto oficial (y físico) de Crónicas y otros tantos proyectos. Con todo, apenas tiene tiempo para escribir, pero ya me encargaré yo para que disfrutéis de algunas de sus obras, que son tremendas aunque él no quiera admitirlo ^^. De hecho, por si os pica el gusanillo, en el post de mi fanfic de Fallout 3, está el link a su blog.

Gracias por vuestros comments ^^. Mañana, antes de irme a clase y si mi estrenado flemón casado con dolor de muelas me lo permite, os cuelgo otro capítulito.

Un saludo ^^.
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Veran

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime06/05/10, 10:58 am

Capitulo 12 - Cuando los cuervos lloran I parte

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La noche se nos echó encima mientras aún estábamos en la carretera.

Encogida en el asiento trasero rodeada de espadas, contemplaba el paisaje que viajaba a toda velocidad por mi ventanilla. Pasto, pasto y más pasto.

Con un suspiro que proclamaba a gritos el aburrimiento que estaba experimentando, desvíe la mirada de la ventanilla para reflejarla en el retrovisor, donde se encontró con los ojos azules de Lord Heraclio, que risueño, mantenía la concentración en la carretera, lejos de querer iniciar una conversación conmigo. Así que tenía que empezarla yo.

- Soso –crucé las piernas en aquel diminuto espacio como pude, con los brazos cruzados.

La sonrisilla de Heraclio desapareció al instante.

- ¡Veran! ¿A qué viene eso ahora?

Me encogí de hombros por toda respuesta.

- Me alegro de que te aburras, porque tienes otra misión.

- ¿Exorcismo?

- Si...

- Pues dasela a otro –respondí.

Heraclio chasqueó la lengua y puso su atención al volante, aunque antes dejó caer el anzuelo:
Ni siquiera estamos seguros de que sea un fantasma. ¡Puede que sea otro seminmortal! El caso es que está provocando desapariciones repentinas en un pueblo por aquí cerca...

- Está bien –gruñí con desgana. Heraclio sabía como minarme la moral, y si me negaba entonces a acudir a cumplir la misión, se encargaría al llegar de enviarme oficialmente. Así que tendría que aceptarla a regañadientes -¿Qué tengo que hacer?

Una sonrisa de falsa inocencia afloró entre sus labios. Suspiré y me di una palmada en la frente exasperada.

Tomó un desvío convertido en una carretera de arena flanqueada de espesa vegetación cuyos ramales arañaban los costados del coche del lord. Algún que otro bache me obligaba a encogerme más en mi asiento para que las espadas no me cayeran encima como la última vez y mi estomago se resentía a cada salto. Con todo, Heraclio aún era capaz de tararear alegremente el estribillo de una canción que enseguida reconocí, de una antigua serie de televisión sobre caballeros, como no...

En cuestión de minutos, habíamos llegado a “nuestro destino”. No sabría cómo describirlo, puesto que ni siquiera habíamos terminado de recorrer el camino de tierra cuando Heraclio decidió detener el coche.

- Mira –indicó señalando con el dedo hacia delante –sigue el camino un poco y cuando veas unos escaloncitos de ramitas a mano derecha, súbelos. Llegaras a una estación de servicio.

- ¿Y se puede saber porqué no me llevas tu?

- ¡Porque dijiste que no te gustaba mi espada-móvil! –se quejó el lord con un inapropiado acento infantil.

Hubo un silencio tenso que pronto quebró cuando Heraclio recibió una colleja por detrás.

- Es tu premio al mejor chiste. ¿Cuánto tiempo tengo y dónde me alojare?

Lord Heraclio me regaló una mirada cargada de odio que supe esquivar mientras se frotaba la nuca.

- Tienes esta noche y si quieres alojarte en algún sitio, ahí tienes la estación de servicio...

- ¡¿Qué?! –me escandalice - ¿Así tratas a tu mejor agente? ¿Mandándola al quinto infierno, dándole poquísimo tiempo, obligándola a ir a pie y sin sitio en el que pasar la noche?

Me bajé del coche esquivando las espadas como buenamente pude, levantando una pequeña nube de polvo al dejar caer mis botas en el suelo.

- Veran, precisamente por ser una de las mejores agentes te doy más tiempo del que debería. No te va a llevar toda la noche acabar con ese demonio!

- ¡Si ni siquiera me has dado el informe!

- ¡Por que no hace falta! Créeme. La Orden aún no sabe nada de lo que ocurre aquí –abría la boca para responderle, pero él continuó sin darme opción a decir nada -. Me enteré de las desapariciones por un periódico que compré en el pueblo. Tienes toda la noche para averiguar qué las está provocando y acabar con ello.

- ¿Y sabes que es un demonio simplemente porque hay mortales desaparecidos? –fruncí el ceño, escéptica -¿No crees que la policía mortal es la más indicada para llevar a cabo este trabajo?

- Veran, te pido que investigues un poco –añadió en tono de súplica -. Si ves que las desapariciones no tienen nada que ver con el caos, dame un toque, que ya hay cobertura, y vendré a recogerte. ¡No interfieras si se trata de mortales!¿Está claro?

- Cómo el agua... –mascullé –Puedes irte tranquilo.

- ¿No vas a recoger tus cosas?

Cerré la puertezuela del mini de golpe, rodeé el vehículo y toqué con los nudillos el cristal de la ventanilla del conductor que Heraclio bajó al momento. Me agaché un poco para poder mirarle a los ojos y transmitirle esa sonrisa que era consciente que congelaba la sangre del lord.

- Voy a disfrutar bien de esta noche. No me hará falta equipaje –dicho esto, le guiñé un ojo con picardía, consiguiendo que se sonrojara un poco.

- Como quieras –tartamudeó un poco –Yo estaré cerca, por si necesitas refuerzos...

No alcancé a enterarme de su última frase, echando a andar en seguida siguiendo la carretera. Una suave brisa ondeaba mi abrigo a mis espaldas y mis botas resonaban a cada paso, levantando la tierra. La luna en cuarto menguante y el cielo repleto de estrellas lo iluminaban todo, aunque otorgándole a las cosas cierto tinte fantasmal.

Encontré a pocos metros los escalones a los que se refería Heraclio. Eran raíces de un par de viejos árboles que ayudaban a superar una elevación del terreno. Subí los “peldaños” y al llegar al final, quedó a la vista el enorme cartel de neón de la estación de servicio. ¡Si tan fácil era, bien podía haber ido Heraclio a resolver por sí solo la misión!

Me acerqué hasta allí yendo campo a través y cual no fue mi sorpresa cuando descubrí un coche estacionado en la gasolinera con el motor apagado. Supuse que el conductor del vehículo estaría llenando el depósito, pero en cuanto me acerqué, comprobé que no era así.

Las puertas del coche estaban abiertas de par en par y no se veía a nadie por las inmediaciones.
Tuve un mal presentimiento. Bajo la suela de mis botas escuché un rasguño que me sobresaltó, mas no era otra cosa que un papel tirado en el suelo. Me agaché para recogerlo y entonces pude percibir que debajo del vehículo había otros objetos que no logré identificar.

Me incorporé rápidamente y observé mi alrededor asegurándome de que no había peligros, activando mi caos para examinar las auras. No había nada fuera de lo normal, exceptuando la soledad que traspiraba el lugar.

Si el coche estaba allí y nadie se había llevado ninguno de los objetos tirados en el suelo, eso significaba que había habido gente en aquel lugar no hacía mucho. Eché un vistazo a la hoja de papel que había recogido del suelo sin mucho interés. Su contenido consistía en un dibujo hecho con lápices de colores por algún crío. Pese a la calidad, podía interpretarse relativamente bien: un muñeco de palotes corría por el campo huyendo de... ¿una mancha negra? ¿Qué demonios veían estos niños en la televisión hoy en día?

Doblé la hoja y la metí en el bolsillo del abrigo antes de dirigirme al pequeño establecimiento del lado derecho. Era un simple casetón, bastante rudimentario, con paredes encaladas algo sucias por el paso del tiempo y el humo de los coches que por allí pasaron. Solo la puerta de cristal denotaba algún signo de modernidad en aquel lugar. Al abrirla, unas campanillas sonaron sobre mi cabeza. Nadie vino a recibirme. ¡Qué amables eran en ese pueblo!

- ¡Buenas noches! ¿Hay alguien por ahí? –hablé con la nada.

Deambulé por la pequeña habitación repleta de estanterías con diversos mapas, guías y folletos del lugar para los turistas. Esperé a que alguien se decidiera a aparecer leyendo uno de los folletos.

«¡Bienvenidos a Raven hill! Pueblo donde no solo podrá disfrutar del descanso, de la gastronomía, del apacible ambiente rural...¡Sino también de las leyendas, los mitos y la magia! ¡Siga la ruta del “Cuervo negro”!¡Viva la leyenda del “Guardián del bosque”!¡Vacaciones mágicas! (más información en el interior)».

Siguiendo las instrucciones del folleto, eché un vistazo al mapa de la aldea que mostraba y dónde marcaba con un asterisco las paradas obligatorias que recomendaban al turista con sus respectivas leyendas que no me paré a leer.

Mitos que se inventaban los mortales para poder explicar lo que para ellos era inexplicable o simplemente un método más para hacer dinero. Cada vez me sorprendían más.
Seguía sin acudir nadie a recibirme, así que decidí continuar leyendo el folleto y echarme algunas risas a costa de las invenciones pueblerinas.

«El “Cuervo Negro”: Cuenta la leyenda que al caer la noche, una silueta envuelta en sombras con aspecto de pájaro se posaba sobre el tejado de una casa que él escogía y secuestraba la joven que en ella habitase. Al amanecer, encontraban su cuerpo pálido y sin una gota de sangre en sus venas...»

Vampiros. ¡No había visto ya historias parecidas!

«El “Guardián del bosque”: Criatura misteriosa que guardaba los bosques de pirómanos y profanadores de la naturaleza. Sus víctimas aparecían convertidas en un montículo de cenizas.»

Mira, eso es nuevo. Nunca había oído hablar de un defensor del bosque paranormal. Puede que volviera al pueblo para visitar las zonas dónde según el folleto aparecieron los restos de sus víctimas...

«El altar de los deseos: Recientes excavaciones arqueológicas encontraron este altar rodeado de menhires que según cuentan, es capaz de cumplir los deseos de aquel que lo visite y deposite un sacrificio a cambio.»

Ante aquella última leyenda no pude reprimir una potente carcajada. ¿Cumplir los deseos?¿Unos menhires? ¡Y encima, a cambio de un donativo! Los que iban a cumplir su sueño eran los organizadores de aquellas excursiones con la propina que les darían los inocentes creyentes...

Dejé el folleto en su sitio, cansada de esperar, y me propuse buscar yo misma al encargado. Intenté entrar por la puerta metálica que encontré a mi derecha, pero no pude abrirla. La que tenía enfrente tampoco dio resultado. Solo me quedaba la entrada a una especie de comedor con mesas y sillas, tan limpio como recién estrenado. Recorrí la estancia buscando algún detalle que rompiera la aparente tranquilidad. Las hojas de los menús estaban sobre las mesas, había dos sillas por mesa, las luces apagadas...

La puerta del fondo, que conduciría al exterior, también estaba cerrada, como pude comprobar por mí misma. No había nada fuera de lo normal aparte de eso.

¿Dónde se había metido todo el mundo? ¡Nadie desaparece sin dejar ni rastro!

Salí del comedor a zancadas y gracias a eso, pude darme cuenta de un detalle que antes se me había escapado. En una esquina de la entrada, suspendida del techo, una cámara de seguridad grababa todo lo que ocurría allí dentro. El piloto rojo encendido demostraba que estaba en plena grabación.

Se me escapó media sonrisa cargada de malicia a la par que hacía caso a mi instinto y le dedicaba a la cámara un bonito corte de mangas. ¿Qué? ¡Seguro que vosotros hacéis cosas peores cuando veis una cámara! Aunque la verdad, si no hay nadie a tu alrededor y ni siquiera estas seguro de si hay alguien observando esas imágenes, tampoco sirve de mucho regalarle gestos a ese artefacto...

Con un suspiro lleno de desánimo, me crucé de brazos y apoyé mi espalda contra la pared, pensando. Parecía ser que las desapariciones extrañas habían llegado hasta esa estación de servicio. Por el dibujo que encontré fuera, hasta un niño se había esfumado sin dejar rastro. Me pondría a buscarles, pero no había ni rastro de caos. Así que debí de tratarse de algún asunto mortal del cual la policía se iba a encargar, no yo...

- ¡Eh! ¡Tu! –escuché de repente a alguien chistándome desde algún punto de la habitación, haciéndome dar un respingo y buscándole con la mirada -¡No deberías estar aquí!¡Es peligroso!

La de veces que me han dicho esto y la que ha terminado resultando peligrosa he sido yo –al fin encontré unos ojos saltones de un intenso color azul observándome abiertos de par en par a través de una rejilla en la puerta de metal de la entrada.

- ¡Volverá en cualquier momento! ¡Vendrá a por mí! -me acerqué lentamente a la puerta, con el ceño fruncido escuchando su retahíla desesperada -¡Se los llevó a todos! ¡A todos!

Cálmese, estoy aquí para ayudar. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

- ¡Se los llevó! ¡Lo vi todo! ¡Vendrá a por mí! –repitió una vez más poseído por el pánico.
¡Tranquilízate! ¿Qué viste? ¿Quién se los llevó? –empujada por el nerviosismo que me estaba contagiando ese hombre, golpeé la puerta con las manos.

Aquel golpe le sobresaltó más que ver a un demonio. El hombre dio un brinco y un grito antes de desaparecer al cerrar la rejilla, totalmente alterado.

- ¡Espera! –intenté llamarle -¡Responde a lo que te he preguntado!

- ¡¡Lárgate de aquí!! –dijo con un grito desesperado -¡¡Todos estamos en peligro!! ¡El Guardián se ha enfadado! ¡El Guardián...!

Se echó a llorar a todo volumen, presa del miedo. El hombre no estaba para muchos interrogatorios y no hacía caso de mis palabras. No me quedaba otro remedio que esperar a que se serenara un poco antes de poder preguntarle nada.

Lo único que podía sacar en claro de su pataleta era que había visto algo que no debería, un secuestro quizá, y tenía miedo de represalias, de que volviera el secuestrador o secuestradores a por él.

- Mira, voy a quedarme a dormir aquí –anuncié alzando la voz para que pudiera escucharme a través de la puerta metálica -. Me da igual lo que me digas, pero si somos dos, es más difícil que ese alguien venga a buscarte y te haga algo, ¿no te parece?

Sobrevino el silencio, roto por sus gemidos lastimeros. Golpeé con el puño cerrado la puerta y le pregunté si me había escuchado. Respondió enseguida:

- ¡Es una locura! -Me ahorré expresarle en voz alta mi opinión sobre quién estaba más loco que quién -.Hay tres habitaciones justo en frente, pero... solo la de en medio está abierta. ¡Era la mía! Dejé las llaves dentro...

- Menudo irresponsable... –mascullé entre dientes. Por suerte para mi, no lo escuchó.

- ...Quería volver, pero... ¡No pienso moverme de aquí! ¡Desde aquí puedo vigilarlo todo! ¡Así estaré preparado para cuando venga!

Definitivamente, aquel hombre estaba como una cabra. Con un suspiro exasperado, di por zanjada la conversación, dejando a aquel desconocido delirando allí mientras me encaminaba al barracón que me indicó.

Tres casetones se erguían sobre una balaustrada de madera al otro extremo de la gasolinera. Me dirigí rauda al del centro y de un suave empujón, la puerta me permitió el paso al estrecho interior. Solo había dos salas, la principal, una habitación cuadrada que servía de dormitorio y un cuarto de baño bastante sucio en una esquina. No era el orden lo que precisamente predominaba allí. Ropa tirada por todos lados, restos de comida... Todo eso sepultando una radio en la mesilla de noche, un mueble bar, la cama (sin hacer, por cierto) y un pequeño televisor. Me recordé a mi misma que en realidad iba a usar las habitaciones para buscar pistas, pero aquella porquería de habitación le podía a mis entrañas. Con una continua sensación de asco, aparté un poco la ropa y demás enseres buscando algo fuera de lugar, sin saber muy bien el qué. Hallé bajo la cama un teléfono móvil casi sin batería, pero nada más. Quizás en las otras habitaciones si podría encontrar alguna pista.

Salí de nuevo al exterior, que se enfriaba por momentos. Saqué un par de guantes sin dedos negros con una calavera blanca bordada y me los puse al tiempo que me acercaba a la primera de las casetas, la más cercana a la carretera. Miré a ambos lados para asegurarme de que nadie me veía, pero claro, caí en la cuenta de que no había nadie que pudiera verme. Examiné la cerradura, que como una caja fuerte, necesitaba una clave de números además de la llave para abrirse.
Bueno, nada que el caos no pudiera arreglar.

Cerré los ojos para concentrarme. Tuve que detener mi mano en mitad del aire cuando llegó a mis oídos el conocido y característico sonido de una ventana de cristal rompiéndose en mil pedazos en las cercanías, acompañado de un profundo grito masculino. Me acordé en seguida del hombre que se había encerrado asustado tras la puerta metálica y maldiciendo mi suerte por lo bajo, eché a correr en su busca, siguiendo el sonido.

Buscando la ventana rota, rodeé el restaurante por fuera. Me abrí paso entre la maleza hasta llegar a la parte de atrás del recinto, dónde aparte de tres cubos de basura encontré la ventana rota que escuché antes. Me apresuré a entrar, pero antes de poder llegar, una mancha marrón pasó por delante de mí a toda velocidad y desapareció antes de que pudiera reaccionar, perdiéndose en el bosque que rodeaba la gasolinera. Iba a seguirla cuando recordé al hombre y me volví a buscarle. Irrumpí en el interior por la ventana convertida en esquirlas y busqué con la mirada algún signo de vida. Todo se había quedado en silencio.

- ¡Eh! ¡¿Estás bien?! ¡Responde! –nadie lo hizo -¡Oye!

Mi pie chocó con algo en mitad de la oscuridad que se deshizo. Active mi caos para poder ver las auras y que ellas me iluminasen un poco, y contemplé, envuelto en un halo rojizo, un montículo de cenizas que un suave vendaval esparció y se llevó sin miramientos ante mis propios ojos.
Mi mente no quiso aceptar la idea. Volví a llamar al tipo hasta quedarme casi sin voz, buscándole por cada rincón de la habitación, sin éxito. Al final, no me quedó más remedio que aceptarlo: la sombra que vi antes había carbonizado al pobre hombre ante mis narices.

Golpeé la pared con el puño con fuerza, sintiéndome impotente. Maldije una y otra vez. No era la primera vez que me pasaba algo así, pero doler, me dolía igual.

No iba a volver a fallar. Ya sabía a qué me estaba enfrentando y las posibles consecuencias. Un demonio bastante rápido capaz de quemar. El problema era que, como cuando llegué, no había dejado ningún rastro de aura rojiza que lo delatara. Eso es lo que aún no podía explicarme.

Apoyé mi espalda contra la pared frotándome el puente de la nariz para despejarme un poco, escurriéndome lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Al hacer esto, sin querer, pulsé un interruptor y la luz se encendió, dejando a la vista el lugar dónde me encontraba.

Era una pequeña habitación dónde solo podía encontrar un enorme aparato en forma de caja negra en el suelo, cerca de la ventana, y una mesa de madera sobre la cual seis monitores mostraban lo que las cámaras de seguridad de la estación de servicio grababan. En el suelo tirada hallé una silla de oficina. La levanté y me senté en ella para poder ver con claridad los monitores. Dos de ellos estaban apagados; en otro de ellos solo se veían rayas grises; y en el resto, la entrada al restaurante, las puertas de los barracones y la gasolinera. Examiné las imágenes con atención. No obstante, no encontré nada extraño aparte del terrorífico vacío.

Las cámaras tenían que haber grabado algo antes. ¿Cómo podía verlo? No quería toquetear mucho, porque podría echar a perder algún dato importante, pero tenía que haber algo que rebobinase las grabaciones. Me metí debajo de la mesa y seguí varios cables que me llevaron directamente a la caja negra que os mencioné antes. De cerca, podía ver que tres cintas parecidas a las de casette estaban moviéndose en sus respectivas ranuras. Junto a éstas, vi una serie de botones marcados con flechitas, al igual que cualquier cadena de música. Pulsé el que supuse que sería rebobinar, y con un chasquido, la imagen de la cámara número tres se distorsionó y comenzó a retroceder. Pasó un buen rato antes de poder ver alguna figura humana en la cinta. El coche con el que me encontré al llegar no se había movido en ningún momento, no así una extraña sombra marrón que ya conocía, que rodeaba el coche a toda velocidad, seguida de un hombre de mediana edad cuyos rasgos no podía distinguir muy bien seguido de un niño, ambos corriendo hacia atrás. Rebobiné un poco más la cinta hasta que ambos se montaban en el coche. Detuve la grabación y pulsé en el botón de reproducción.

Me senté rápidamente en la silla para poder ver la escena. El hombre se bajaba del asiento del conductor, rodeaba el coche y cogía la manguera de uno de los surtidores para alimentar a su vehículo. De repente, dejó caer la manguera al suelo, visiblemente sorprendido, y abrió a toda prisa la puerta de los asientos traseros. Tirando del brazo del niño, lo sacó casi en volandas del coche. Vi que el chaval llevaba consigo unos lápices y un cuaderno. Ambos miraron a un ángulo que la cámara no recogía y echaron a correr rodeando el coche. Una sombra marrón cruzó entonces a toda velocidad por delante de la cámara, siguiendo a padre e hijo. Sin embargo, mi atención se fijó en el mocoso, que tras garabatear algo en el cuaderno como pudo, arrancó la hoja y la tiró al suelo. Me llevé la mano instintivamente al bolsillo de mi abrigo, dónde tenía guardado el dibujo que encontré al llegar. Lo saqué aún pendiente de cómo continuaba la grabación. El extraño objeto marrón, que flotaba en el aire, alcanzó a la pareja y justo en ese momento, la cámara se quedó en blanco un segundo exacto.

Exclamé un taco a la vez que golpeaba la mesa con la mano, ansiosa por saber que había ocurrido. Cuando la imagen volvió a ser nítida, ya no quedaba nada más aparte del coche. Estirando la mano para alcanzar los botones, rebobiné la cinta y volví a verla. Nada, no se había grabado la parte en la que les daba alcance.

Rebobiné la cinta de los barracones y la de la gasolinera a la vez. Pasé otro rato con la mirada perdida en las pantallas, cavilando.

Después de lo que pasó en la mansión Black, no podía estarme quietecita, no. Tenía que meterme en más líos. ¡Pero todo por culpa de Heraclio! Le cantaría las cuarenta en cuanto regresara a casa y me tomaría algunos días de descanso. ¡Puede que incluso me vaya de viaje a algún sitio interesante!

Pero antes, tenía que terminar la misión. Saqué del bolsillo el dibujo del niño y lo examiné una vez más. Aquel crío había sido capaz de dibujar, en un tiempo record, lo que le había ocurrido. ¡En ese dibujo aparecía el culpable de las “desapariciones”! Lástima que no fuera Miguel Ángel... ¡Me hubiera ahorrado trabajo si lo hubiera pintado como Dios manda!

La mancha negra... Era una especie de pedrusco que flotaba en el aire. Sus víctimas tenían retazos de caos demoníaco, pero claro, como eran cenizas, el viento se encargaba de volatilizarlos. Eso si que era el crimen perfecto.

Si fuera un demonio, dejaría su esencia en todo aquello que tocara. Al no ser así, tenía que descartar esa posibilidad. ¿A qué me estaba enfrentando entonces? Recordé el caso de los Black, de su hijo contaminado por caos demoníaco. ¿Estaría otra vez en un caso de contaminación?
Cómo el dibujo no podía ayudarme más, lo convertí en una bola y lo arrojé por encima del hombro a la habitación. Apoyé los codos en la mesa y la barbilla entre mis manos, viendo por fin una nueva escena grabada por las cámaras de seguridad. Esperé un poco y accioné el botón para poder verla.

Otro vehículo aparecía en escena, pero no entrando en la gasolinera, sino saliendo de ella. Se trataba de una camioneta. Se paró justo delante de las habitaciones y de la cabaña del centro salió un hombre que se acercó al vehículo. El conductor y él estuvieron cruzando unas palabras. El que salía de la caseta realizaba grandes aspavientos con las manos. Parecía enojado... o asustado. El otro no tardó mucho tiempo en arrancar de nuevo la camioneta y salir de allí. Reconocí al de la habitación aunque solo había visto sus ojos escurridizos en una ocasión. El tipo al que acababa de ver desaparecer. Corrió hasta el restaurante desapareciendo del punto de vista de la cámara. Se habría escondido desde entonces.

¡Menudo cobarde! ¡Seguro que vio como esa cosa atacó al padre con su hijo y no movió un solo dedo! La gente así me revolvía el estómago...

Un timbre musical sonó de pronto rompiendo el silencio de la habitación, haciéndome dar un bote en la silla del susto. Me acordé de todos los parientes vivos y muertos de la persona que estaría llamando a un móbil en aquel momento.

Una lucecilla había empezado a iluminar la mesa desde abajo a la vez que sonaba la melodía. Me agaché y cogí el teléfono móbil, examinando la pantalla. Aparecía un número de teléfono que por supuesto, no supe de quién era, pero descolgué igual.

- ¡Dios mío! ¡Lo he visto, Ángel! ¡Ha pasado por delante de mí! ¡Viene a por mí! –el hombre al otro lado de la línea deliró cómo el primero que me encontré, sin darme tiempo a hablar siquiera -¡Por favor, ve a ayudar a Ashley! ¡Viene a por mí!

Tras estas palabras, el hombre gritó con todas sus fuerzas, obligándome a apartar el teléfono de la oreja, dejándome con un molesto pitido en el oído. Y tan repentinamente como había empezado a gritar, se calló. Sólo un suave silbido cruzó la línea telefónica hasta llegar a mí.

- ¿Oiga? ¿Sigue ahí? –no sé ni para qué pregunté, si ya sabía lo que había pasado.

Se había encontrado con el “pseudo demonio”. Una víctima más. ¿Cómo demonios iba a parar a esa cosa que se dedicaba a quemar gente en una sola noche?

A mi mente acudió un nombre. “Ashley”. El tipo que llamó quería salvar a esa. ¿Pero dónde podía encontrarla? ¡Ella podía ser la siguiente víctima! Me levanté tirando la silla al suelo y salí por la ventana, aún con el teléfono móbil en la mano, corriendo a pasos ingrávidos usando caos hasta la caseta dónde me iba a alojar. ¡Tenía que haber alguna pista allí sobre esa Ashley! ¡Tenía que darme prisa antes de que el monstruo volviera a atacar!

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Notas de la autora:

Bueno, siguiendo la estela del otro, este también está basado en otro videojuego de terror (aventura gráfica) llamado "Barrow Hill" (si, pillé una oferta en el Corte Inglés XD). Es bastante entretenido, aunque no sé si debería llamarlo "de terror". Yo me partí de risa al final. Así que os advierto ahora de posibles spoilers.

Un saludo ^^.


Última edición por Veran el 08/05/10, 10:31 am, editado 1 vez
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime06/05/10, 11:54 pm

Como dudo que algún día me lo compre, no me importan los spoilers.
Buen capi.
Espero el siguiente con ansia.

Un saludo malvado.

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Veran

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime07/05/10, 11:14 am

Capitulo 13 - Cuando los cuervos lloran II parte

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Ya sin reparo ninguno, usé el caos para abrir las dos habitaciones del barracón. Ambas estaban limpias y ninguna de ellas tenía nada en particular que demostrara que las había habitado nadie desde hacía tiempo. No encontré nada allí, así que me dediqué a revolver bien la habitación que me asignaron.

Registré tanto en cajones como debajo de la cama y en el cuarto de baño, sin encontrar otra cosa que no fuera porquería y desorden. En estas estaba yo cuando sin querer, tiré la radio al suelo. Por suerte, solo se le salieron las pilas. Al colocarlas en su sitio, la radio se encendió y inundó la habitación con una apacible canción que ya llegaba a su fin. La voz de la locutora se abrió paso entre los acordes finales de un violín:

- Y con esto, empezamos el segundo bloque de la noche. Bienvenidos todos a Radio Raven, la transmisora local. Yo soy Ashley y pasaremos la noche juntos hasta las tres de la madrugada...

- ¿Ashley? –le pregunté a la radio aún a sabiendas de que no me escuchaba.

- ...Llamad a nuestro teléfono si queréis saludar a alguien o si queréis dedicar alguna canción. Anotad el número: –reaccioné un poco tarde, buscando mi teléfono móvil en el bolsillo para poder apuntar el número que dictó la locutora a continuación –989855333. Sabed que estamos emitiendo desde el pantano Barrow y me siento un poco sola, así que, llamad cuanto antes –la locutora rió con un tinte casi imperceptible de nerviosismo -. Vamos a escuchar ahora a...

Era ella. La acababa de escuchar y, sin embargo, estaba segura de ello. La Ashley que estaba buscando era esa locutora. Mientras empezaba la siguiente canción, cogí el aparato y me lo llevé conmigo. Salí de la caseta y crucé la gasolinera hasta el restaurante a la vez que marcaba con una sola mano el teléfono de la radio. Comunicaba. Lo intenté una vez más en la entrada del restaurante, apoyando el teléfono en el hombro y buscando algún folleto con un mapa. Encontré el que había leído al llegar y recorrí el plano con la mirada hasta hallar el pantano que mencionó Ashley. No estaba muy lejos de allí.

Pude guardar la radio en el otro bolsillo del abrigo antes de ponerme en marcha. Llamé un par de veces más al teléfono de la locutora mientras recorría el camino que se perdía en la oscuridad más allá de la estación de servicio. Aligeré el paso hasta convertirlo en una carrera. Comprobaba por el rabillo del ojo los flancos del camino, sumidos en las tinieblas, vislumbrando las auras de mi alrededor.

La naturaleza permanecía expectante, en silencio, pendiente al igual que yo de la emisión radiofónica y presa también de un fuerte sentimiento de angustia. Aún tenía fresco en la mente la “desaparición” del tipo de la gasolinera, los videos, el dibujo, la llamada de teléfono... ¡Tenía que encontrar a esa Ahsley antes de que ocurriera otra desgracia!

A lo lejos vi por fin un fogonazo. Pensando en la posibilidad de que fuera el causante de las desapariciones, reduje el paso y me acerqué con precaución, oteando la lejanía para identificar las auras próximas.

El pequeño titilar se repetía a ritmo constante, sin moverse de posición, y no había ningún aura de color funesto. Cuando termine de acercarme, descubrí la procedencia de la luz: el faro trasero de una camioneta, que parpadeaba constantemente en señal de avería. La puerta del conductor estaba abierta de par en par y justo debajo de la misma, había un par de objetos: un mechero y un teléfono móvil.

Eché un vistazo al interior para confirmar mis sospechas. No había nadie. Se trataba de una víctima más. Examiné la camioneta de arriba abajo con una insistente sensación de deja vú, Se trataba de la camioneta que había visto en uno de los vídeos de seguridad.

Recogí el mechero y el teléfono, comprobando en éste último cual fue la última llamada realizada. Hacía una hora exacta de la llamada más reciente, hecha a otro teléfono móvil. Marqué de nuevo el número y me mantuve a la espera. No por mucho tiempo, porque cuando el móvil de la camioneta daba la señal de llamada, otro móvil sonaba en mi bolsillo. El que había recogido de la sala de vigilancia de la gasolinera.

Colgué el teléfono y encontré más llamadas realizadas al número de la radio. Llamé desde el mismo, y esta vez, no tardaron en responder.

- ¡David! –respondió alterada la suave voz femenina de Ashley -¿Dónde estás?

- ¿Ashley? –tenía la voz un poco ronca por el frío que se estaba levantando y la carrera -¿Es usted, verdad?

- Tu no eres... ¿Quién es usted? Ese es el móvil de David –tartamudeó la mujer.

- Mi identidad es lo de menos. Corre un grave peligro...

- ¡¿Me está amenazando?! –chilló la mujer repentinamente, obligándome a separar el teléfono de mi oído con temor a quedarme sorda.

- ¡No!¡Solo intento advertirla! Es sobre las desapariciones. Dígame dónde se encuentra...

- ¡Que te crees tu que se lo voy a decir a una desconocida! ¡Voy a colgar ahora mismo!

- ¡Soy de la policía! –mentí alzando un poco la voz.

Ante aquella declaración, la mujer se calló. Solo escuché su respiración algo alterada al otro lado del hilo telefónico, esperando a que me explicara.

- Ya sabemos quién está detrás de todo esto. Sin embargo, corre peligro. Voy a ir a buscarla, así que necesito que me diga exactamente dónde se encuentra...

- Estoy en mi caravana, junto al lago Barrow -dijo temblándole la voz -¿Debo cortar la emisión?

- No, puede continuarla. –retomé mis pasos –De hecho, me gustaría que me mantenga al corriente de su situación por ahí.

- Como usted quiera. Oiga, ¿no suena usted muy joven para ser policía?

- La edad es lo de menos. Estaré allí lo antes posible –colgué antes de que la conversación continuara y se abrieran paso de nuevo las sospechas de la locutora.

Justo a continuación, la canción que estaba sonando en la radio acabó y la locutora volvió a dirigirse a los radioyentes:

- Bueno, señores, parece ser que he recibido una llamada algo inquietante –la voz, ya firme, mantenía un tono de gravedad que incluso a mi me puso con los pelos de punta. Continué mi camino aprovechando el caos para ir a saltos ingrávidos -. Así que, ¿qué tal una canción para relajar nuestro cuerpo y mente?

Una melodía lenta, apaciguante, que para nada reflejaba la realidad de la situación se abrió paso entre las ondas. El piano cargado de sentimiento melancólico quedó ahogado al guardar la radio de nuevo en el bolsillo y los teléfonos móviles juntos en el otro. Guiándome como buenamente pude, estrujando el mapa en mis manos sudorosas, eché a correr hacia el pantano siguiendo la carretera y dejando atrás la camioneta.

El tiempo apremiaba. Y por más que corría, tenía la apabullante sensación de que apenas recorría unos miserables metros. Aquella calzada rodeada de bosque y arbustos no parecía tener fin. Mirando otra vez el mapa, me percaté de que tenía que girar a la derecha tarde o temprano.

Más bien temprano, porque sin haberme dado cuenta me topé con una cabina telefónica abandonada y sin iluminación a un flanco del camino y una valla al otro lado. Movida por la curiosidad aunque sin tener ganas de encontrarme otro montículo de cenizas, limpié con la mano el sucio cristal de la cabina y miré a través de él el interior. Suspiré aliviada al no encontrar nada en el suelo de la misma, pero se me encogió un poco el alma al ver el teléfono descolgado. La sugestión me decía que posiblemente, alguien habría llamado a la desesperada, huyendo de aquel miserable demonio, y que allí habían finalizado sus días…

Ese oscuro pensamiento provocó que la sensación de alarma se acrecentase en mi interior. Cruzando la carretera vacía y carente de iluminación, salté por encima de la valla y me adentré en el bosque. Mis botas se hundieron en el barro, pero en aquellos momentos lo obvié por completo. Ya quedaba menos.

Corrí atravesando el bosque apartando con las manos matojos y troncos, acompañada en los cortes de aquellas serenas canciones de la voz de Ashley, que trataba de disimular como buenamente podía el temblor de su tono de voz. A escondidas entre sus palabras, no cesaba de enviar discretos mensajes para aquel que realmente quisiera escucharlos. Cosas cómo:

- “¡Vais a tener que ayudarme, porque me estoy quedando totalmente dormida! Animemos esto un poco. Dedicado a aquellos que os dedicáis a estas horas a correr, a hacer un poco de footing o a los que ahora mismo vais en coche. Tened muchísimo cuidado; ¡me encantaría teneros delante algún día!”
Aceleré mi carrera todo cuanto pude, percibiendo que el frío por aquellas zonas de espeso bosque iba aumentando. Aunque no había aire, la atmósfera era cada vez más densa y traía consigo un hedor que me costaba aguantar.

Por los huecos que las copas más altas de los árboles iban intercalando cada vez con menos frecuencia, se colaban pequeños haces de plateada luz apagada, que fue mi guía hasta el final. La arboleda cesaba repentinamente ante un enorme claro en el que sólo podían verse matojos y más matojos. El olor era allí mucho más fuerte y una liviana neblina lo cubría todo evitando que mi vista pudiera contemplar lo que tenía más allá.

Dando un par de pasos al frente, mi equilibrio se rompió. El suelo cedió ante mi propio peso y tuve que dar un pequeño brinco hacia atrás para regresar a suelo firme. Apartando los setos con un par de pataditas, vi la razón de mi accidente. Me había topado con un pantano. Con el pantano.

Llamé de nuevo a la radio desde mi propio móvil, aprovechando que aún estaba en mitad la emisión de otra canción algo más animada que las anteriores. No dio tiempo ni a que terminase de sonar el tono de llamada. Ashley no disimulaba las lágrimas ya.

- ¡Por el amor de Dios! ¿Cuándo va a venir? ¡He visto algo raro pasar ante la ventana!

- Tranquilícese -creí que mi voz sin sentimiento le ayudaría de algo -Estoy en el pantano. Pero no sé exactamente dónde se encuentra usted…

- ¡Encenderé las luces de la caravana! ¡Pero por favor, dese prisa! ¡Está ahí fuera!

Y colgó. Acto seguido, una lucecita lejana rasgó la niebla. Aún me quedaba un trecho para llegar hasta ella, mas tenía que darme prisa. Quizás sólo fuera la sugestión que aquella mujer sumida en el pánico me estaba contagiando, pero tenía la sensación de que allí había algo más. Y que ese algo no necesitaba mi ayuda precisamente.

Prestando más atención que antes al suelo que pisaba, bordeé las repentinamente inquietas aguas del pantano que se mecían en silencio en dirección a la luz. Pude percibir, de forma desenfocada, una red de tablones de madera sobre las aguas, que podrían servirme de puentes. No me quedaba otro remedio que cruzar por ellos si quería alcanzar la luz.

La madera rechinó bajo mi peso, pero por suerte aguantaron. De todas formas, perseguí a la luz a toda velocidad. El paraje se descubría a mi alrededor cuanto más me adentraba en la niebla, despejándose está de súbito ante la iluminación de mi destino.

No me encontré con nada raro cuando llegué. De todas formas, miré con desconfianza en derredor antes de golpear la puerta de aquella maltrecha caravana totalmente desteñida.

Se escuchó un gritito en el interior.

- ¡¿Quién está ahí?! ¡Aléjate, monstruo!

- Interesante forma de llamar a tu supuesta salvadora… -expresé en voz alta.

Con otro gritito ahogado, la puertezuela del remolque se abrió y una joven de unos 20 años con el rostro desencajado por el pánico se asomó para recibirme.

Bajo el pesado silencio que se adueñó del lugar, las dos nos quedamos mirando un rato. Ella, examinándome con total incredulidad. Yo, desaprobando su desconfianza y estudiándola a mi vez.

Medía lo mismo que yo, pese a que estaba un escalón más arriba. Su corta cabellera rubia intentaba sujetarse en un estrecho recogido, dejando que algunos mechones se escaparan para contrastar con aquel jersey negro y liso tan largo que cubría casi por completo sus vaqueros raídos. Las lágrimas ahogadas que pugnaban por manar de aquellos ojos rasgados y grises llegaban a empañar las gafas que colgaban de su pequeña nariz.

- ¿Tú eres…?

- Creo que ya le advertí que la edad era lo de menos…

- ¡Pero eres sólo una niña! -chilló sin poder modular su voz rozando la histeria -¡¿Y se supone que tú vas a salvarme?!

La de veces que me habían echado eso en cara y la de veces que había demostrado que era más útil y letal que todo un ejercito de mortales adultos. Sin mediar palabra, le regalé un empujón para poder entrar en la caravana y cerré tras de mí. Los gritos de la mujer no se hicieron esperar:

- ¡¿Pero qué haces?! ¡Voy a llamar ahora mismo a la policía! -Ashley recorrió el estrecho cubículo y se puso el móvil en la oreja.

- ¿Y por qué en lugar de hacer eso desde un principio te has limitado a continuar emitiendo y a llamar a tus amiguitos? -le enseñé el teléfono móvil que encontré en el camino mientras me dirigía hacia allí.

La chica contempló boquiabierta el teléfono. En un acto que ni yo me esperaba, me lo arrebató de las manos de un manotazo.

- ¡¿De dónde lo has sacado?! -me encogí de hombros por respuesta. En el estado en el que esa pobre mujer se encontraba, no creía que fuera muy prudente decirle que su amigo, seguramente, había muerto chamuscado por un demonio -¡¡Seguro que se lo has robado!!

Me costó contenerme y no soltarle la bofetada para quitarle toda esa histeria de una sentada. La música seguía sonando gracias, seguramente, a aquel viejo aparato negro que ocupaba la mayor parte del espacio de la caravana y que era un lío de cintas y botones. Elevé la vista al techo, que apenas podía verse por culpa de la marabunta de cableado que lo recorría.

- Lárgate de aquí… -me amenazó señalándome con el teléfono -Vete o llamaré a la policía.
La observé, arrinconada, con la mirada más fría que tenía. Se removió un poco, tragando saliva y con las palabras atoradas en la garganta y el móvil pegado a la oreja.

- No lo harás. Por que las dos sabemos que poco o nada pueden hacer con esa cosa -pronuncié cada palabra despacio, masticando su sensación de indefensión que claramente le denotaba.

Tardó poco más de dos segundos en entrar en razón. Con las manos temblando como gelatina, dejó caer las manos, abandonando toda idea de llamar a las autoridades locales. Suspiró profundamente.

- No eres más que una niña… Este lugar es peligroso. Hay algo que… -tartamudeó.

- Por tercera vez: olvídate de mi edad -hablé con rotundidad, evitando mostrar el creciente nerviosismo que me estaba produciendo una desagradable sensación de peligro que empezaba a nacer en mi estomago -. Estoy aquí para ayudar. He estado en la gasolinera.

- ¡¿Has visto a Ángel?!

- Si. Él también ha caído.

El espeso silencio que sobrevino no encubría aquella percepción. Mi vista se desvió hacia el estrecho ventanuco de vidrio que daba a la oscuridad del exterior. Comencé a concentrar algo de caos para activar la visión de auras, mas la insegura voz de Ashley me interrumpió.

- No respondía al móvil… Ninguno de los dos. ¿Están…?

- ¿Muertos? -estaba más centrada en descubrir el origen de aquel peligro que en tratarla con delicadeza -Lo más seguro. Y tú no vas a ser la siguiente.

- ¡Si lo seré! -otro grito trastornado.

Volví la cabeza hacia ella siendo consciente de que en aquellos momentos mi mirada estaba totalmente enrojecida. La visión por sí misma la asustó aún más, arrinconándose contra la esquina más alejada de mí. Sus manos empalidecieron al apretar con todas sus fuerzas el teléfono móvil.

- ¿Por qué dices eso? ¿Le has visto?

- ¡Cómo para no verlo! ¡Posiblemente seas…!

- ¿Podrías describirme qué viste? -me mantuve a la espera, sin poder ver ningún aura más allá de la ventana que fuera anormal.

- Lo vi dos veces… -se sorbió la nariz con fuerza -. Vi cruzar a esa sombra por delante de mi ventana. Muy rápido. No podía tener pies. No la vi con nitidez…

Aquello no me servía de mucho.
- ¿Seguro que no viste nada más concreto? ¿Hizo algo aquellas dos veces que le viste? - dejé de mirar por la ventana, permitiendo que mis ojos tomasen su color natural de nuevo.

- Simplemente cruzó. Luego vino aquel olor a quemado…

Mi teoría se estaba confirmando a pasos agigantados. Aquel ser paranormal era un demonio sin duda alguna, capaz de quemar cosas. No sabía cuál era su aspecto, pero al menos ya estaba segura de que si tenía que encontrarle, sólo tendría que rastrear la suya rojiza.

- Esta aquí… -me interrumpió con los ojos completamente anegados en lágrimas de puro terror, encogiéndose y sentándose en el rincón -Yo seré la próxima. ¡No teníamos que haber entrado en la excavación!

Sus lamentos me asqueaban. ¿Qué más me daba a mí lo que hubiera hecho? ¡No estaba allí para ejercer de psicóloga! Pero su última declaración me llamó la atención.

- ¿Excavación? -me vino a la memoria aquel folleto que ojeé a mi llegada, el que hablaba de las leyendas locales - ¿Se refiere a la excavación arqueológica del “Altar de los deseos”?

- ¡Sí! -ante semejante voz desafinada di un brinco -¡Fuimos a echar un vistazo! ¡Queríamos ser los primeros! ¡Y entonces, el guardián despertó! ¡Es por nuestra culpa!

La chica repitió la última frase unas cuantas veces, cogiendose la cabeza y meciendose. El guardián. ¿Esa no era otra de las leyendas? “El guardián del bosque”, creía recordar. ¿Podrían ser realmente ciertas? Sería posible.

¿Qué digo posible? Cada vez me parecía más seguro.

- Sinceramente, me da igual cómo o quién despertase a ese guardián. Con que me des una descripción, me basta.

Ashley no pareció escucharme. Seguía con su llanto, meciendose hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás. Me percaté en ese momento de que la radio que llevaba encima seguía sonando. La saqué para apagarla, y cuando tenía la mano en el botón, la de Ashley la aferró con fuerza, deteniéndome y quitándome la radio.

Guardé mi sobresalto al escuchar que la sintonía se distorsionaba hasta convertirse en el molesto zumbido de la estática. La mano de la mujer se engarrotó aún más sobre la mía. Las lágrimas de sus ojos habían dado paso al pánico más puro que jamás había visto en un mortal. Y la sensación de peligro, que por un momento había perdido, regresó con toda su intensidad.

Sin tener que hablarlo siquiera, las dos a la vez miramos a la ventana. Ya no era oscuridad lo que veíamos. Lo que había fuera ya no era negro. Era marrón.

El chillido de Ashley pareció alertarle. El cristal de la ventana se quebró dibujando una tela de araña al recibir el impacto de aquella mole antes de que desapareciera con un movimiento fugaz.
Salí en su persecución, asegurándome antes de que la mujer se mantuviera a salvo en la caravana sellándola con mi caos después de advertirla:

- ¡No te muevas de ahí! ¡Llama a la policía si dentro de una hora no he vuelto!

No sabia si me escuchó o no. Bastante tenía ya con no perder de vista aquel rayo marrón que volaba a gran velocidad ocultándose en la niebla. Las tablas del pantano cubrían bajo mis peso, hundiéndose a cada paso que daba.

El demonio huía de mí. ¿Pero por qué? Esa actitud no era nada normal en semejante criatura. ¿No se suponía que era capaz de quemar a la gente? ¿Qué le estaba frenando aquella vez?

Terminé perdiéndolo entre la niebla. Me negaba a aceptar la derrota tan pronto, por lo que continué cruzando el pantano hasta que llegué a tierra firme. Miré las auras de todo cuanto estaba a mi alcance, sin encontrar la del ser. Pateé el suelo, frustrada y furiosa, levantando una pequeña nube de tierra. La ausencia de ruidos me envolvía.

Al menos, ya estaba segura de qué se trataba. Y también tenía una pista de dónde podía encontrarle. La excavación de ese altar legendario. Allí era dónde empezó todo, donde ese guardián había estado antes de activarse. Así que ahí volvería.

Con la respiración agitada por la carrera, me resigné a volver con la chica para sacar más información. Pero no me hizo falta.

Me había perdido. La niebla se había espesado en torno a mi, y no podía ver más allá de aquel maldito manto grisáceo. Intenté volver sobre mis pasos, sin encontrar la orilla lamida por las aguas del pantano. Lo único con lo que me tope, fue con unos viejos cimientos derruidos y un pedestal coronado por una gigantesca cruz. ¿Los restos de una vieja capilla?

Movida por la curiosidad, intenté leer la placa oxidada y llena de barro que la cruz tenía debajo. Usé las zapatillas para intentar arrancar aquella capa de mugre, mas no calculé bien mis fuerzas y terminé dándole una patada a la placa, que cayó al suelo desprendiéndose limpiamente del pedestal.

Más curioso aún. La placa había dejado a la luz un hueco.

Me agaché para poder ver el interior. Lo que encontré consiguió dejarme boquiabierta. Un pergamino. Aquel desde luego no era el mejor lugar para guardar un manuscrito.

Lo saqué con cuidado, temiendo romper semejante legajo, lo abrí y comencé a leer aquella letra diminuta escrita a vieja pluma y que aún era inteligible:

A todo aquel que ose adentrarse en el terreno de los dioses elegidos entre los humanos, será castigado. El bosque es su templo y vosotros viles allanadores que no merecen piedad alguna. Ellos ya han designado a un guardián, que entre las rocas espera. Un guardián que con fuego purificara el alma de vosotros, pecadores, que os atreváis a interrumpir el descaso de los moradores de este bosque.

Lo que eran las casualidades. Había terminado ante las ruinas de aquella capilla para descubrir aquel legajo que maravillosamente tenía algo que ver con el ente al que perseguía. Aquello se estaba poniendo demasiado fácil. Dejé el pergamino en su sitio, colocando la placa donde estaba como buenamente pude, y me oriente usando las auras de nuevo, abandonando por completo la idea de regresar con Ashley.

Había decidido hacerle una visita directamente al hogar de aquella criatura. ¡No volvería a dejarme atrás en una persecución!

----------------------------------

Notas de la autora:

¿Os suena de algo los títulos de estos dos últimos capítulos? Me pilló cuando estaba enganchada a "Higurashi no naku koro ni" (Cuando las cigarras lloran).


Última edición por Veran el 08/05/10, 10:31 am, editado 1 vez
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime07/05/10, 05:53 pm

Me gusta el título, pero solo porque me gustan también los cuervos,xd.

Buen capi, a ver si la prota se enfrenta de una vez al guardián.

Un saludo malvado.
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime07/05/10, 09:41 pm

veran eres una escritora de primera porqe me estas dejando con cada capitulo con una sensacion de boca qe acia tiempo qe no tenia. (4 años sin un buen libro de misterio los demas me los e leido mas veces...) si logras acer qe se publiqe pon el nombre del titulo y lo compro. y estaria guapo qe se hiciese una serie de television con esto. estaria genial
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime07/05/10, 11:06 pm

caradryan21 escribió:
veran eres una escritora de primera porqe me estas dejando con cada capitulo con una sensacion de boca qe acia tiempo qe no tenia. (4 años sin un buen libro de misterio los demas me los e leido mas veces...) si logras acer qe se publiqe pon el nombre del titulo y lo compro. y estaria guapo qe se hiciese una serie de television con esto. estaria genial

Es la misma sensación que a los 12 años me empujó a empezar a escribir. Un sabio dijo una vez: "Si no existe lo que buscas, créalo" ^^
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime08/05/10, 10:29 am

Capítulo 14 - Cuando los cuervos lloran III parte

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Regresé sobre mis pasos, pasando de largo de la camioneta volcada hasta llegar al punto de partida: la estación de servicio.

Todo continuaba en su sitio tal y como lo había dejado. Incluso me percaté de que me había dejado la puerta abierta de la habitación.

Con la caminata que estaba dando aquella noche, seguro que adelgazaba, cosa que no necesitaba desde mi punto de vista. Los bolsillos, repletos de objetos, me pesaban.
Me entró la tentación de ir a buscar a Heraclio para darle todo lo que tenía y poder ir más libre a por el enemigo. Me resistí a hacer eso. Volvería cuando todo estuviera terminado, y no con el rabo entre las piernas, desconfiando de mis posibilidades. El peso no era ninguna dificultad añadida. ¡En absoluto!

Siguiendo las instrucciones de Ashley, la locutora, entré en el bosque por detrás de la gasolinera. Tuve que superar una pequeña elevación del terreno usando como escalones las raíces que algunos árboles que serpenteaban por el suelo cubierto de hojarasca.

Tratando de mantener siempre el rumbo recto, apartaba las hojas de helechos y otros matorrales con las manos, teniendo cuidado de llegar intacta y sin un solo arañazo a mi destino.

Destino que, por cierto, no estaba muy lejos.

Ante mi, el bosque se abría abruptamente para dejar un claro de eje longitudinal. El suelo repentinamente cambiaba y se volvía de roca, creando un estrecho sendero que a ambos lados estaba custodiado por enormes menhires que apuntaban a la bóveda celeste como grandes guardianes.

Guardianes... Aquellas piedras me daban muy mala espina. De hecho, al verlas, un escalofrío me recorrió la espina dorsal y el vello de mi nuca se erizó. Tenía la sensación de estar en peligro constante.

Sin quitarles el ojo de encima a ninguna de ellas, recorrí el camino a paso lento y sereno. Hacía rato que me había dado cuenta que ni los animales parecían existir por allí. El silencio solo lo rompía el viento que removía cada hoja y árbol.

A mitad de trayecto tuve que detenerme. Apostada en un lado del sendero, una gran tienda de campaña permanecía impasible a la soledad. Me salí del camino para comprobar si había alguien habitando en su interior, pero la encontré vacía y abierta. Ni los ladrones habían querido pasar por allí. Y mira que eso en estos tiempos, es raro.

En su interior encontré un par de sacos de dormir y una mesa plegable con un quinqué sobre la misma, apagado. Varios mapas topográficos se desperdigaban sobre la misma mesa. Aparte de eso, también había diseminados por el suelo varios objetos que tenían pinta de ser caros y científicos.

Lo más curioso, aunque a esas alturas ya nada podía sorprenderme, era que parecía haber sido abandonada con prisas y recientemente. O eso, o sus anteriores habitantes habían sido arrastrados por el viento una vez convertidos en ceniza.

Mi meta estaba cerca. Lo presentía. Salí de la tienda y continué mi camino, aligerando el paso hasta convertirlo casi en una carrera. Por el rabillo del ojo no perdía de vista a las piedras y en mi interior cada vez se hacía mas fuerte la sensación de que allí la vigilada era yo. Y aquello no me gustaba un pelo.

El camino ascendía imperceptiblemente hasta dar con un claro circular, rodeado de árboles totalmente desnudos. Justo en el centro del mismo, un altar tosco hecho en piedra se erguía y una fila de piedras pequeñas pero no por ello menos imponentes formaban un semicírculo frente al camino.

Me adelante hasta el altar y observé algo fuera de lugar a los pies del mismo. Un cuaderno tirado y abierto. Me agaché para recogerle y en cuclillas le eché un vistazo a las notas del interior, escritas a mano a modo de diario con bastantes anotaciones en los márgenes y dibujos del lugar.

La caligrafía se me hacía indescifrable mayormente a causa de la falta de luz, pero los dibujos los distinguía a la perfección. El altar, el camino de rocas, incluso las mismas rocas. Pasé de página y mi sangre se heló en las venas. Fue como ver el dibujo que encontré en la gasolinera allí, de repente. El dibujo era una de las piedras que tenía ante mi, la del centro, elevándose sobre las otras como por arte de magia. El dibujo estaba a medio terminar y los trazos se habían realizado con prisas.

El viento se detuvo bruscamente y un suave susurro se elevó por los aires en su lugar. Levanté la vista del cuaderno lentamente, sabiendo de antemano con lo que iba a encontrarme: una de las piedras, la misma que indicaba el dibujo, se estaba elevando por sí misma sin hacer el más leve ruido, pero enloqueciendo mis sentidos. De súbito, se rodeo de un aura rojiza.

El “Guardián del Altar” había despertado.

Se elevó cerca de tres metros en el aire antes de lanzarse embalada hacia mí. Dejando caer el cuaderno al suelo, salté rápidamente para poder esquivarla. Se estrelló contra el suelo, deslizándose por la fuerza del impacto. Cuando mis pies tocaron tierra de nuevo, la roca volvió a la carga. Salté hacia atrás apoyando las manos en la superficie plana del altar, que quedó destruida instantes después por la embestida de mi enemigo.

Le esquivé por los pelos girando sobre mi misma hacia un lado, mas la roca alcanzó mi abrigo, que empezó a arder a gran velocidad. Me lo quite de encima trasteando en los bolsillos para poner a salvo todos los objetos que había ido recogiendo, esquivando a saltos ingrávidos y realizando círculos a las continuas arremetidas de la roca.

Tenía que salvar, al menos, los pergaminos que encontré en la iglesia en ruinas. Dejé caer al suelo el resto de las cosas y la roca se cebó con ellas. Casi aplastándolas al caer sobre ellas, teléfonos móviles y radio ardieron sin reparos, derritiéndose hasta convertirse en masas amorfas.

Resguardé los documentos en el cinturón de la falda, sustituyéndolos en mis manos por las cuchillas. La roca volvía una y otra vez a intentar alcanzarme y poco a poco iba acrecentando su velocidad. Sin dejar de saltar en distintas direcciones para esquivarla, fui retrocediendo por el camino por el cual había llegado.
Una vez armada, procedí a atacar. Me lancé hacia la piedra intentando realizarle un buen tajo cruzando ambas hojas. El acero rechinó al chocar contra la roca, que presionó con fuerza a la misma vez que yo; ella intentando acercarse, y yo intentando repelerla.

¡Las armas no le habían hecho nada! ¡Aquello no era un demonio normal! Mis cuchillas, como todas las armas que los seminmortales usamos, están imbuidas con nuestro propio caos y, al rozar un aura demoníaca, el caos demoniaco es, digámoslo así, “absorbido”.

Pero a aquella cosa no parecía hacerle efecto. ¡El aura rojiza que lo cubría incluso aumentaba! Era la primera vez que me enfrentaba a algo así...

Me deshice de su presión apartándome de un salto hacia atrás, bruscamente, dejando que su propia fuerza le hiciera chocar contra el suelo. Fue la primera vez que vi arder a una roca. Las llamas se apagaron pronto, dejando una ennegrecida huella allí donde aparecieron. El demonio continuó su persecución.

Era una roca, definitivamente. Mis armas no podían hacerle nada. Tenía que encontrarle alguna debilidad antes de que él me la encontrara a mí. Me concentré en simplemente esquivar sus ataques, teniendo que retroceder, mientras analizaba sus técnicas y ataques.

Antes de mi llegada al Altar, no había visto ningún aura cerca, y de repente, apareció rodeando la roca. Eso me daba a pensar que no era la roca en sí quien tenía ese aura. Tenía que tratarse de una carcasa y en su interior estaba el verdadero demonio. Si, ese razonamiento era el más probable. Cualquier demonio deja, a su paso, restos de su aura en todo lo que toca. Y aquel solo lo dejaba cuando lo quemaba o usaba su caos demoníaco... ¡El demonio a exterminar estaba dentro de la roca! Eso demostraba que los demonios podían pensar, después de todo...

Las cometidas de la piedra no cesaban y sus ataques eran repetitivos. Hasta la velocidad era constante. Podía esquivarle con facilidad y pensar a la vez sin problemas. Lamentablemente, no estaba despertando a mi adrenalina, y así, aquello no podía contarse como un combate a derechas. Al menos, para mí.

Aprovechando uno de los lanzamientos de la piedra, detuve mis saltos, a poca distancia, esperando a que se levantara un poco. Cuando lo hizo, tomé impulso flexionando las piernas hasta casi ponerme en cuclillas y saltando sobre ella. Acerté de lleno y caí justo sobre ella. Volví a tomar impulso con fuerza y rapidez, antes de que pudiera concentrar su caos en esa zona y me convirtiera a mi también en ceniza, propulsándome hacia atrás. Por el mismo impulso, la piedra salió despedida hacia el suelo y gracias a su peso, creó un cráter de su tamaño.

Recuperé la compostura y di un par de saltitos. La suela de mis botas quemaba debido al contacto. Alisándome la falda y asegurándome de que los pergaminos seguían en su sitio después de tanto movimiento, me preparé para su contraataque.

Como en un flash, me vino a la memoria la imagen de Ashley, a salvo en el pantano. Removí la cabeza para concentrarme nuevamente en la batalla, pero la imagen de su caravana se me venía a la mente cada dos por tres, sin saber por qué. El suelo alrededor de la boca del cráter fue pasto de una combustión espontánea a la par que la roca se iba levantando lentamente, casi con majestuosidad. Ese maldito fuego era un grave problema... ¡no podía pegarle una patada bien dada sin salir ardiendo!

Fue entonces cuando até cabos. No, no haría falta llamar a los bomberos, y eso que fue mi primera idea. Sabía mejor que nadie dónde encontrar una inmensa reserva de agua. ¡Seguro que vosotros también os acordáis de ella!

La roca terminó de elevarse, pero su reacción me pilló desprevenida. Esta vez, atacó con el triple de velocidad que antes y el doble de fuerza. Estaba empezando a desesperarse. Le esquivé con una rápida voltereta hacia atrás que terminó revolviéndome totalmente el pelo. Aproveché la distancia que había ganado para salir corriendo. Como predije, la roca me siguió a gran velocidad flotando en el aire sin aparente esfuerzo. De vez en cuando conseguía ponerse a mi altura e intentaba embestirme. Conseguía apartarme de ella deteniéndome en seco o adelantándome un poco más.

Lo que me sorprendió, es que durante todo el trayecto, en el cual atravesamos medio bosque, ninguno de los elementos del mismo resultó dañado ni salió nada ardiendo. Ni siquiera el suelo. Entendí entonces porqué le llamaban “Guardián del bosque”...

Aunque no era buena con la orientación, conseguí abrirme camino a través del bosque, esquivando cada ataque del pedrusco y evitando en todo momento lugares que podrían estar ocupados por gente, como la gasolinera o el mismo pueblo. Conseguí finalmente llegar a mi destino. La piedra pareció percibirlo y fue aminorando su velocidad, momento que aproveché para perderme de su vista. De un gran salto, me escondí entre las ramas de un árbol bastante alto, justo ante la orilla del pantano.

La roca se detuvo justo en la orilla, antes de llegar al agua. Salté al suelo y le propiné algunas patadas rápidas acorralándola. Vi su sombra sobre uno de los tablones de madera. Era la oportunidad que había estado esperando. De un salto, apoyé los pies sobre la roca y volví a propulsarme, empujándola por el impulso al tablón. Éste salió ardiendo y se partió en dos por el peso de la piedra, que terminó hundiéndose en el agua.

De un resoplido, levanté un mechón de pelo que caía sorbe mi rostro y me froté las manos. Listo. Me guardé las cuchillas en el cinturón junto a los pergaminos y procedí a regresar al coche de Heraclio.

Pero fue dar un paso y todas mis ilusiones se fueron al traste. El viento volvió a levantarse y unas gotas de agua mojaron mi nuca. Las aguas del pantano se removieron con furia.

- Encima de soso, pesado... –murmuré en voz alta, volviendo la cabeza hacia el pantano.

El lomo de la roca ya podía verse entre salir del agua. Repetí la jugada con la que lo tiré al agua, hundiéndola de nuevo. Aquello no iba a bastar para detenerle. Tenía que destruir al demonio de su interior. Aquel ente me recordaba a un genio encerrado en su botella. ¿Qué pasaría si la botella se hacía pequeña o acababa erosionando?

Con una media sonrisa cruel de la que conseguía sobresalir un colmillo, puse en marcha mi plan. Juntando los talones, con una mano a la espalda y la cabeza alta, levanté una mano y chasqueé los dedos. Mi sonrisa se curvó aún más, sintiendo por fin, no solo mi propio caos propagándose en todas direcciones, sino también el sabor de la adrenalina en estado puro. Se escuchó un estallido en la lejanía y el viento se levantó de nuevo, furioso, revolviendo las aguas. La roca demoníaca emergió lentamente de entre las aguas, mas no tuvo tiempo. Volví a propinarle un pisotón que la hundió de nuevo. Mi bota salió ilesa e intacta. Tocarla ya no provocaba combustiones.

La brisa se hizo más fuerte, removiéndome la falda. Algo se acercaba por el bosque. Mostrando una amplia sonrisa cruel y de supremacía, una multitud de esquirlas de cristales pronto aparecieron, rodeándome y flotando a escasos centímetros de mi, esperando mis ordenes, obedientes.

No permití que la roca saliera del agua una vez más. Extendí el brazo señalando las ennegrecidas aguas, y todos los cristales, venidos de los edificios más cercanos, se hundieron en el agua como uno solo. Y todos a la vez, la removieron haciendo círculos, formando en poco tiempo un remolino allí donde la piedra se había hundido minutos antes.

Por mucho caos demoníaco que tuviera, la fuerza de las aguas y el rozamiento iría erosionando la piedra. Eso podría tener dos consecuencias: que el demonio tuviera el mismo final de la piedra, o que abandonase su envase.

Pasó lo segundo.

Los cristales, repentinamente, salieron volando en distintas direcciones y las aguas se rebatieron aún con más violencia. El remolino no se detuvo y de él fue surgiendo una figura envuelta en un aura roja como la sangre. Era una silueta humanoide, totalmente ennegrecida, como requemada, y de la cual podían distinguirse perfectamente cada músculo y tendón, inflándose. Se abalanzó sobre mí, con la boca carente de dientes abierta y profiriendo un grito que podía perforar por sí solo los tímpanos.

No pude esquivarlo del todo, cayendo al suelo. Aún estaba impresionada por la facilidad que tuvo para deshacerse de mis cristales. Un tremendo escozor me invadió el brazo, haciéndome apretar los dientes por el dolor y mirarle la quemadura que apareció sobre la piel sin presencia de ningún fuego visible.

Mi mirada se enfrentó a sus cuencas vacías. Obviando el frío y el dolor, me levanté tomando impulso con la espalda y lanzando los pies hacia delante a la par que el demonio se acercaba hasta mí. La patada le alcanzó en pleno pecho, obligándole a retroceder, pero no a cejar en su empeño de acabar conmigo.

Saqué mis cuchillas al levantarme de un salto. De un par de zancadas me acerqué rápidamente a él, soportando el creciente dolor en el brazo y justo al tiempo que él se recuperaba de la patada y volvía a la carga. Antes de chocar contra él, giré sobre mí misma, cuchillas en mano y brazos en cruz, acertándole en pleno pecho una vez más.

Saqué ambas cuchillas después de un rato, tras escuchar un estertor desde su garganta. No hubo sangre, pero sus rodillas se doblaron de dolor, cayendo su cuerpo al suelo y tosiendo. Profirió otro grito estruendoso que corté rápidamente de una patada en su hombro, que lo devolvió al fondo del pantano.

Pasé unos instantes impasible, sin más compañía que la de mi alterada respiración y mi acelerado corazón., con la vista fija en el punto exacto donde la criatura se había hundido.

Manejar el fuego no le convertía en un ave fénix. No resurgió de sus cenizas.

Sujetándome el brazo herido, me alisé la falda con la mano libre y tras una último vistazo al pantano, levanté la barrera de caos que protegía la caravana a pocos metros de allí. Otro trabajo bien hecho.

Me di medía vuelto mientras la brisa jugaba con mi melena y me perdía en la oscuridad de las profundidades del bosque.

* * *

El coche de Heraclio recorría de nuevo la carretera con tranquilidad. Los faros encendidos alumbraban la hipnótica autovía. Ningún otro coche se disputaba la carretera con él. La noche era su único acompañante.

En el interior del coche reinaba el mismo silencio que fuera. El conductor, aunque atento a la carretera, no podía dejar de desviar la vista de cuando en cuando hacia el retrovisor, donde se reflejaba su acompañante sentada en el asiento trasero, rodeada de espadas. Lo único que había dicho al montarse en el coche, había sido un gruñido parecido a un: “vámonos”, y desde entonces, no había vuelto a abrir la boca. Preocupado, intentó sacar algún tema que la distrajera.

- ¿Cuál es tu libro favorito, Veran? –intentó mirar sus ojos reflejados en el retrovisor.

La joven exorcista mantuvo la vista en sus rodillas. Su abrigo había desaparecido misteriosamente, y su camisa de botones blanca y la falda plisada negra estaban bastante sucios. Con las piernas y brazos cruzados, miraba sin ver por la ventanilla, con un tinte ausente en su rostro. Su gesto no se inmuto cuando se decidió a hablar, con voz profunda.

- Los mortales no son fénix tampoco...¿verdad?

El lord quedó desconcertado por su pregunta. Meditó sus palabras antes de hablar:

- El fénix era solo un mito creado por la visión de un demonio que...

- No me hace falta saber la historia –cortó ella con sequedad -. Ese monstruo ha quemado a mortales. Adultos y niños. He acabado con él, así que deberían regresar, ¿no?

Heraclio no pudo responderle. Era incapaz de mentirle acerca de un tema tan serio. El silencio espeso que se apoderó del opresivo ambiente lo dijo todo. Veran lanzó un suspiro tiznado de tristeza.

- No desesperes, Veran. –intentó animarla, sin estar muy seguro de cómo –Sus vidas no han sido perdidas en vano gracias a ti. ¿Me equivoco?

La seminmortal masculló algo ininteligible para él. Rebuscando en su cinturón, sacó tres pergaminos y se los tendió estirando una mano. Heraclio los cogió vacilando por unos instantes.

- Los encontré en el pantano. Espero que la Orden pueda traducirlos y sacar algo en claro –Veran volvió a desviar la vista hacia la ventanilla.

- ¡Claro! –Heraclio los guardó en la guantera sin perder de vista la autovía -. Enhorabuena, agente Veran. ¡Es usted una de las mejores!

Veran obvió el cumplido y continuó pendiente del monótono paisaje exterior. Heraclio suspiró con pesar. ¿Cuánto tiempo seguiría comportándose Veran así? Era la agente más apática, introvertida y desagradable que podía tener la Orden. Su buen hacer y su poder le perdonaban todo a ojos de la mayoría de los inmortales superiores de la organización. Solo tres inmortales conocían los motivos a los que se debía su actitud, pero parecía que solo a él le preocupaba.

La situación se estaba haciendo cada vez más insostenible. Era cuestión de tiempo que Veran explotara y su furia iría sin duda contra toda la Orden. ¿Qué hacer para evitar que ocurriera un desastre así?

Una idea cruzó por su mente a la vez que las luces de la gran ciudad se aparecían ante ellos. Para llevarla a cabo, tendría que realizar ciertos tejemanejes en la organización, pero eso no representaba ser ningún problema para él.

Miró una vez más a su agente a través del retrovisor. Sí, Veran necesitaba unas vacaciones. A partir de entonces, comenzaría el plan “Reeducacion”, solo para la agente Veran.

Heraclio sonrió para sí mismo, satisfecho por la idea.

El plan le iba a dar más quebraderos de cabeza de los que él creía...
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime08/05/10, 03:33 pm

Interesante.
Buena pelea. Veran vs guardián del bosque.
Muy buen capi.
¿Qué querrá hacer Lord Heraclio con Veran?
Ya se verá...supongo.

Un saludo malvado
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime10/05/10, 02:44 pm

Capitulo 15 - Iniciación: una mirada al pasado I parte
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Tras tocar el timbre coloqué mis manos entrelazadas a mi espalda. Estaban sudorosas. Miré a ambos lados de la calle, inseguro, pese a que ya sabía que nadie me había visto llegar. Era la primera vez que me ponía tan nervioso ante un aprendiz...

Se escucharon unos roces acercándose a la puerta dentro de la casa. ¿Todavía estaba descalza? No podía creerlo.

Con un chasquido se abrió el cerrojo y la puerta se entreabrió dejando un minúsculo resquicio. Yo no podía ver el interior, pero la persona que estaba detrás sí que podía verme. Con un gruñido me terminó de abrir la puerta y se alejó en el interior de la casa. Entré y cerré la puerta tras de mí. Al volverme, la figura había desaparecido.

Estaba más afectada de lo que pensaba...

- Veran, ¿qué tal? –saludé sin verla.

Como respuesta surgió un gruñido desde la cocina. Caminé hasta el salón y me quedé de pie, observando a mi aprendiz salir de la cocina descalza, con el camisón aún puesto con una bata colgando de un hombro de forma despreocupada y el pelo revuelto. No hacía falta fijarse mucho para ver que tenía los ojos completamente hinchados. No levantaba cabeza. En las manos llevaba una taza de chocolate humeante recién hecho. Le temblaban.

- ¿Aún sigues así? ¡Venga, tenemos que entrenar! –dije intentando animarla.

Se limitó a negar con la cabeza y, sin dar muestras de dolor, se tomó el chocolate de un solo trago.

- Veran... Sabemos que le hechas de menos, pero tu entrenamiento...

- Me da igual el entrenamiento –sus primeras palabras fueron un murmullo casi ininteligible -. Ya no me queda nada por lo que luchar...

- ¿Eso crees? ¡Mírate! ¡Tienes un potencial que jamás había visto en ningún otro seminmortal!

Sabía que me estaba escuchando, pero no quería asimilarlo. Pasó por mi lado sin mirarme y dejó la taza en un pequeño aparador en mitad del pasillo que llevaba al dormitorio. En el mueble había cuatro tazas más.

- ¿Cuántos te has tomado ya, Veran? –la seguí.

- Perdí la cuenta... –murmuró.

Entramos en el dormitorio. Me sorprendió ver que la mesilla de noche de la habitación se había quedado vacía. Veran solía tener ahí una fotografía que nunca llegué a ver, pero que al parecer, era muy importante para ella.

Veran abrió el armario y sacó una maleta. La dejó sobre la cama.

- Veran, ¿qué piensas hacer?

- Abandono la Orden... –siseó.

- ¡¿Qué?! ¡Pero Veran! –tartamudeé -¿Cómo vas a abandonar la Orden así como así? ¿Tu sabes la de papeleo que tienes que rellenar y la de cosas que tienes que hacer para poder hacer eso? Además, solo llevas un año...

De espaldas a mí, abrió la maleta.

- ¿Y dónde piensas ir? ¡Ha sido la Orden la que te ha dado un hogar!

- Ha sido la Orden la que me lo ha quitado.

Me callé. Su tono de voz había cambiado por completo. De los susurros y el silencio a una voz ronca y cortante. Fría. Tragué saliva. Estaba delante de una bomba a punto de estallar.

Se sonó la nariz y con el pulso más firme se apresuró a recoger sus pocas pertenencias del armario y llenar la maleta.

- ¿Qué piensas hacer? –le pregunté apoyando mi espalda contra el marco de la puerta y cruzándome de brazos -. No tienes otro sitio al que ir...

- Voy a buscarle... –susurró.

- ¿Estás segura de que le encontraras?

- He aprendido todo lo que merecía la pena aprender de ti, Nicómedes. Creo que estoy lo suficientemente capacitada para...

- Podrías hacerle daño –le corté.

Cerró la maleta dando un sonoro golpe y se acercó a mi de forma bastante brusca. Nuestras caras quedaron separadas a solo unos milímetros de distancia. Sus ojos, aún húmedos, me miraban iracundos. Tragué saliva mientras sentía que se me aceleraba el corazón por el terror.

- Ya basta. Ya estoy harta del mismo cuento. “No sabes controlarte”. “Le harás daño”. ¡Me mentisteis! –me arrebujé contra la pared, sin interrumpirla y sosteniéndole la mirada –. Todo esto es por vuestra culpa... ¡¿Por qué tuvisteis que meteros por medio?!

Con una fuerza que jamás había visto en ella, me cogió del cuello de la camisa y tiró de mí. Intenté no demostrar la sorpresa ante este suceso y continué mirándola a sus ojos encendidos. La respiración se le había alterado y la punta de un colmillo asomaba entre las comisuras de sus labios. Pronto se escondió cuando vio que no respondía a su provocación y una lágrima escapaba de sus ojos. Me soltó agachando la cabeza perdiendo el contacto visual y se fue escurriendo hasta quedar de rodillas en el suelo. Le temblaron los hombros. Estaba derrotada. Había perdido el entusiasmo que traía cuando la reclutamos.

Ya me había enfrentado antes a escenas parecidas. Cuando nuestro caos termina de madurar, nos vemos obligados a separarnos de nuestras familias para llevar a cabo nuestra enseñanza especial. A la mayoría les afecta esa perdida en mayor o menor grado, pero terminan aceptándolo, entendiendo que quedarse con ellos solo provocaría dolor. Que un seminmortal viva con mortales es doloroso. Ellos envejecen y mueren. Nosotros no.

Sin embargo, con Veran era diferente. En el historial de la Orden no aparecía ningún dato sobre su familia biológica. Había estado viviendo con una familia adoptiva desde los cinco años. Las pocas veces que hablé con ella sobre el tema, no parecía tener tampoco idea de quiénes eran sus padres biológicos e intentaba demostrar desinterés por ellos. Sin embargo, sabía que era una pequeña espina clavada a la que no quería prestar atención.

Si a eso añadimos las confianzas que había tomado con un mortal, y la continua persecución que había sufrido en la escuela, nos encontramos con un grave problema. Nos costó mucho convencerla para que se uniera, pero el esfuerzo valió la pena. Veran es una de las seminmortales más poderosas que he conocido y en un año aprendió lo mismo que un seminmortal normal en diez años.

Debo admitir que me sentía orgulloso de ser su maestro. Tanto, que cometí un grave error que no dejo nunca de reprocharme y que es el causante de todo esto.

Veran llevaba así una semana entera.

- Veran –me agaché frente a ella, sin saber muy bien que hacer. No se me daba muy bien consolar a la gente –. No te preocupes. La Orden se encargará de encontrarles. ¡De hecho, ahora mismo está en ello!

- Mentiroso... mentiroso... –sollozó.

Mi mano temblaba cuando se posó sobre su cabeza. Ella ni siquiera se percató de ello. Continuaba llorando desconsolada, con su melena negra tapándole el rostro.

- Veran, te prometo que te ayudaré a buscarles...

- Me prometiste que estaría cuando volviera... ¡Que cuando terminara mi entrenamiento podría volver a verle!

- ¡Y cumpliré mi promesa, Veran!

Por un momento dejó de llorar. Se sonó la nariz.

- Pero... si la Orden no sabe dónde está... ¿Cómo vas a...?

- Si, la Orden no sabe dónde está. Pero eso no significa que no podamos buscarle.

- ¿Y cómo vamos a...?

- Veran, has estado un año trabajando duro. La Orden ha admitido que estás preparada para afrontar tu misión de iniciación.

- ¿Y qué tiene que ver eso ahora...? –se frotó los ojos con las mangas de la bata.

- Si sorprendes a la Orden en tu primera misión, te darán carta blanca. ¡Se te asignaran misiones tanto nacionales como internacionales! Podrás buscarle tanto dentro como fuera del país...

Levantó la cabeza y me miró a los ojos. Una nueva luz los iluminaba. Esta vez, de esperanza.

- Entonces, ¿si lo hago bien...?

- Podrás buscarle hasta debajo de la piedra más pequeña en el continente más alejado –completé sonriéndole e intentando trasmitirle ánimo. -¿Qué me dices?

De repente, Veran se puso en pie. Me miró con decisión, con un brillo en la mirada que no había visto nunca.

- ¿En qué consiste esa misión?

* * *

La noche era el mejor momento para llevar a cabo nuestras tareas. El sueño de los mortales nos daba cierta tranquilidad y el silencio nos era de gran ayuda en multitud de ocasiones. Y aquella ocasión no era una excepción.

La temperatura había bajado un poco, por eso nuestras figuras se recortaban en la oscuridad envueltas en sendos abrigos. El de Veran prácticamente volaba debido a la velocidad y me obligaba a seguirla a paso rápido. Estaba ansiosa por llegar.

Había cambiado totalmente en unas pocas horas. Otro punto que jugaba a su favor. Un miembro capaz de centrarse en una misión con tanta facilidad era algo muy útil para la Orden.

Inexplicablemente, había convencido a Veran en muy poco tiempo y aquello me hacía sospechar. Estaría usando la misión no solo para cumplir su objetivo, sino como distracción. Y eso es algo que personalmente no veía muy positivo.

Nuestros pasos nos llevaron hasta la periferia de la ciudad. Varios bloques de pisos se disponían en filas. Todos tenían sus años y lo demostraban en sus fachadas despintadas o de ladrillo común. Recorrimos la acera de la avenida con nuestro paso vivo hasta detenernos frente a uno que no aparentaba ser diferente del resto. Tras las gafas de sol que portaba, Veran estaría examinando gracias a su caos cada una de las auras de las personas que habitaban en ese edificio. El ladrido alejado de un perro me hizo dar un respingo.

Estaba demasiado nervioso. Algo impropio de mí, pero se debía a que tenía la sensación de que iba a ocurrir algo malo...

- Las auras de los pisos inferiores son normales –anunció –. Excepto el tercer piso. Es roja.

En las misiones de iniciación, aunque el maestro acompañe al aprendiz, el primero no debe inmiscuirse excepto en caso estrictamente necesario. El maestro, como era mi caso, acudía de espectador, y cuando terminara la misión, tendría que encargarme de elaborar un informe sobre la actuación del aprendiz que más tarde leerían los lores. Si la forma de actuar del nuevo miembro les convencía, pasaba a formar parte de los miembros activos, y si no, tendría que seguir con su educación.

Tenía la certeza de que Veran tras la misión se convertiría en un miembro activo más. Sin embargo, el color que anunció me hizo dudar. Las iniciaciones no podían tener un nivel alto. Normalmente se empezaba con un exorcismo, como nuestro caso, o un reconocimiento del terreno. En los exorcismos, nos enfrentábamos normalmente con entes cuyas auras solían ser de color verde más o menos vivo. La de color rojo era el aura de un demonio. Pocas veces nos hemos enfrentado a este tipo de entes, pero os diré que es como enfrentarse a un seminmortal que ya esté muerto.

- ¿Un demonio? Creo que debo llamar a la Orden y...

- Y decirles que en menos de una hora habré terminado con él –añadió cortándome la frase.

No recordaba haberla escuchado antes hablar con tanta seguridad.

- De todas formas, en caso de que me necesites estaré a tu lado. Pregunta de examen. ¿Por dónde tenemos que entrar?

- Usando la azotea nos tomarían por ladrones si alguien nos ve. Podemos usar la puerta principal. Si nos ven, pensarán que solo somos un par de inquilinos más –recitó de carrerilla.

Di la respuesta por válida. Sin esperar a que dijera nada, se acercó a la puerta y ésta se abrió sola.

- Veran, estás usando caos demasiado pronto –murmuré reprendiéndola.

- No tenemos llave y usar una ganzúa podría levantar sospechas. Y más si sucede algún imprevisto –me rebatió entrando en el portal.

Suspiré y la seguí. Su respuesta volvía a ser válida. La puerta se cerró tras nosotros dando un golpe y nos adentramos en el oscuro portal. La luz que entraba desde la calle atravesando los cristales de la puerta nos iluminaba un poco el camino. Las losas blancas del suelo semejaban el mármol y las paredes estaban totalmente pintadas de blanco. Con Veran a la cabeza, entramos en el ascensor.

- Veran, ¿el ascensor no podría despertar a los vecinos? –volví a ponerla a prueba mientras las puertas mecánicas se cerraban y ella apretaba el botón del tercer piso.

- Subir por las escaleras podría alertarles o podrían vernos. Es mejor así –contestó correctamente de nuevo.

Asentí sin poder evitar sentirme orgulloso. Cada vez que le preguntaba algo, Veran me demostraba que había nacido expresamente para trabajar en la Orden.

El ascensor emitía un pequeño traqueteo durante la lenta subida. Veran aprovechó para quitarse las gafas de sol y limpiárselas aprovechando la tela de su camisa negra. Disimulando, la miré a los ojos. Aún los tenía hinchados, pero ya no quedaban marcas de lágrimas. Se puso sus gafas de nuevo y me pilló mirándola.

- ¿Tengo algo en la cara? –frunció el ceño

- No, nada. Solo estaba pensando en la misión –mentí apartando la vista y dejándola volar hasta el techo.

El ascensor se detuvo y las puertas mecánicas se deslizaron permitiéndonos el paso. Había llegado la hora. Veran me hizo una señal dando un gruñido y se adelantó una vez más. Con cuidado, abrió la puerta del ascensor y salió al descansillo. Justo enfrente teníamos la puerta de otra vivienda, a nuestra derecha otra, y a la izquierda las escaleras que partían del segundo piso. Nos paramos un momento a escuchar. No se oía ningún ruido fuera de lo normal. Sin hablarnos, Veran señaló con el dedo la puerta de la vivienda de la derecha. El aura roja estaba tras esas paredes. Había llegado la hora.

Mirando a todos lados, aún sumergidos en la oscuridad del edificio, Veran se acercó a la puerta y colocó la mano en la cerradura. Usando un poco más de caos, la puerta dio un chasquido invitándonos a entrar. De un suave empujón, y sin entrar aún, mi aprendiza la abrió y echó un rápido vistazo.

Un pequeño pasillo avanzaba hasta una habitación pequeña y a la izquierda otro pasillo se extendía hasta donde la penumbra nos permitía mirar. Extremando la precaución, entramos en silencio entrecerrando la puerta. Veran me dio un codazo y me señaló el pasillo más corto. Quería que lo explorase. Luego se señaló a sí misma y al pasillo con más longitud. Ella se encargaría de explorar el resto. Nos separamos. Caminando sin que nuestros pasos se escucharan, cada uno se fue por su lado. Mi trayecto era muy corto, a apenas dos pasos llegué a la pequeña habitación cuadrada llena de polvo. No había ningún mueble, ni ningún ente extraño. Me acerqué a una ventana e intenté abrirla un poco, comprobando que estaba cerrada a cal y canto. Salí de allí para ver a Veran entrando en la habitación del fondo del pasillo, bastante más amplia que la que yo había visto. Me aproximé a ella y a mitad del pasillo me detuve. Había escuchado un suave roce muy cerca. Veran se giró, dando muestras de que ella también lo había escuchado. Se acercó a mi con cautela deteniéndose a escasa distancia. Entre nosotros quedó la entrada a una cocina. El roce volvió a escucharse. Salía de allí.

Ambos comprobamos que en el interior de esa sala se encontraba el propietario del aura roja. Me retiré un poco. Era el tuno de Veran. Tendría que estar pendiente por si las cosas se desmadraban.

Veran esperó a que me apartara y entonces levantando un poco el pie, dio un suave golpe en la pared. El roce cesó. Mantuve la concentración de caos en mis ojos, por lo que pude ver como el aura roja empezaba a moverse, a bullir y a expandirse.

Hubo un siseo antes de que dos cuchillos de cocina cortaran el aire y se clavaran en la pared contraria a la entrada a la cocina, pasando justo ante nuestros rostros. Veran entró en la cocina semi agachada, lanzándose al ataque. Contemplé la escena asomándome un poco. Los demonios normalmente no tenían forma propia, eran simplemente, amasijos de caos que cuando pasaba un tiempo adquirían una forma aleatoria, formando venas, arterias, músculos, piel... Este en concreto tenía forma antropomorfa, pero se había olvidado de la piel y el cabello. Asemejaba ser un hombre con músculos ensangrentados que al moverse se estiraban y relajaban visiblemente. Era una visión realmente repugnante.

Veran no pareció fijarse en el aspecto de la criatura. Se abalanzó sobre él propinándole una patada en un hombro con fuerza, mandándole contra la pared opuesta. El ente se estampó contra la pared. Gritó haciendo que mi estomago se revolviera aún más y se abalanzó sobre mi aprendiza. La siguiente patada de Veran acertó directamente en el rostro de la criatura, haciéndola retroceder de nuevo. El demonio volvió a intentarlo y de un salto, Veran volvió a golpearle con el pie sacándolo de la cocina. Me retiré un poco de mi posición al encontrarme cara a cara con el monstruoso ser, que no pareció percatarse de mi presencia. La chica acaparaba toda su atención. Escuché sus pasos acercándose y la criatura contrajo los músculos de la cara esbozando una macabra sonrisa. Antes de que ella llegara hasta él, éste se deslizó hasta la puerta de entrada de la vivienda. Veran recogió los cuchillos de cocina rápidamente desclavándolos de la pared y se los lanzó. Uno de ellos acertó en pleno estomago, pero el otro cayó al suelo tras rebotar contra el muro. La criatura hizo un gesto de dolor dando otro grito y salió al rellano. Sin mirarme siquiera, Veran corrió tras él apretando los dientes. La seguí. El ente se acercaba a las escaleras deslizándose sin tener que mover los pies, perdiéndose en la oscuridad. Bajó los primeros escalones. De un salto y apoyando la mano en el pasamanos, Veran se dio impulso y saltó sobre él. Acompañados por fuertes golpes, ambos se precipitaron escaleras abajo. Se empezaron a escuchar voces en el interior de las viviendas. Los habitantes se estaban despertando por los ruidos. Estábamos perdiendo el control de la situación. Bajé las escaleras todo lo rápido que pude pero sólo pude ver como el demonio se recuperaba de la caída antes que Veran, abría la puerta del ascensor usando su caos y arrojaba a la chica a su interior sin tener que usar sus extremidades. Mascullando una maldición, intenté alcanzarles. El ascensor comenzó a bajar, y tras dedicarme una de sus sonrisas, la criatura saltó al interior del hueco del elevador dejando que la puerta se cerrara tras él. ¡¿Cómo había podido permitirlo?! ¡Iba a acabar con Veran delante de mis narices! ¡Tenía que hacer algo!

Antes de que pudiera pensar en un plan, el traqueteó del ascensor se detuvo y con un chirrido, comenzó su vertiginoso descenso a gran velocidad...

* * *

La muchacha se golpeó la espalda contra la pared del ascensor y cayo al suelo. A su alrededor, el mundo se volvió blanco. Meneó la cabeza y se puso una mano en la frente. El tacto de un liquido caliente que se escurría por su sien la hizo contemplarse las manos. Sangre. Intentó levantarse. La puerta mecánica que tenía ante sí se cerró y justo después escuchó un golpe en el techo del ascensor. Había perdido las gafas de sol y la débil luz del ascensor dañaba sus ojos hinchados. Se levantó apoyándose en la pared y miró al techo. No necesitó usar el caos para saber que su enemigo estaba ahí arriba. Sintió que se le encogía el corazón y redoblaba su latir. Ese monstruo intentaría matarla y aquella era su oportunidad. Nicómedes no podía salvarla, estaba encerrada en aquel ascensor. Moriría y no volvería a verle...

No. Nicómedes le había prometido que podría recuperarle. Solo tenía que cumplir la misión. Y se había decidido. Sentía la sangre recorrer su cuerpo cargada de caos. Había llegado el momento. Sin saber muy bien porqué, sonrió. Un colmillo de mayor tamaño de lo normal asomó entre sus labios. Dejó que el abrigo se escurriera de sus hombros y de un salto se encaramó al techo, usando caos para poder sostenerse. Había visto el disimulado cierre de la salida de emergencia. De una patada los destrozo y sacando los pies por delante pudo salir del interior del ascensor. La criatura estaba entretenida mordiendo los cables de la máquina. Aunque no tenía dientes, consiguió cortar un manojo. El ascensor emitió un chirrido casi deteniéndose y volviendo a bajar con mayor velocidad. Aprovechando que la criatura estaba distraída, Veran se apoyó en la pared y se dio impulso, dando un salto para darle una patada en la cabeza al demonio. Con esto consiguió que el demonio se echara encima de los cables destrozados y se electrocutara. Dando un espasmo, la criatura cayó al suelo y quedó inmóvil. Sin pararse a comprobar si realmente estaba muerto o no, Veran dio un saltó aprovechando caos de varios metros de altura y se agarró a un saliente de la pared. Justo a tiempo. Si hubiera permanecido unas milésimas de segundo más, habría sufrido el mismo destino que el demonio. El ascensor terminó su trayecto estrellándose contra el suelo, levantando una nube de polvo y partes del ascensor, totalmente destrozado. Tragó saliva y cerró los ojos, apartando la vista e intentando mantenerse sujeta al saliente. Ya había pasado todo...


* * *

Al escuchar el golpe final del ascensor, me dio un vuelco el corazón. Corrí cuanto pude hasta la planta baja, escuchando las puertas de cada uno de los pisos abriéndose y a los vecinos saliendo sin saber muy bien que estaba pasando. Tuve suerte de que no se fijaban en mi.

Sin embargo, eso era lo que menos me preocupaba en aquel momento. Aguantando las lágrimas, intentando mantener viva en mi interior la esperanza de que Veran hubiese conseguido escapar de aquella trampa, abrí la puerta del ascensor haciendo acopio de mis fuerzas. Un manojo de cables destrozados era lo que sustituía al ascensor. Me asomé al hueco aferrándome al borde y solo vi oscuridad y una nube de polvo que iba consumiéndose. Me retiré rápidamente, sin atreverme a examinar las auras que podrían estar ahí y me dejé caer pesadamente contra la pared. ¡¿Por qué no intercedí antes?! ¡Exorcizar a un demonio no era una iniciación adecuada!
Lamentándome, enterré mi cabeza entre las manos. A lo lejos, en las plantas superiores, los vecinos discutían entre ellos después de ver ellos mismos la ausencia del ascensor. Sin embargo, los ruidos a mi alrededor se apagaron. Solo podía pensar en que, delante de mis propias narices y por primera vez, uno de mis aprendices había perdido la vida...

- Deberías ponerte gafas... Estuviste a punto de pisarme –me dijo agriamente una voz femenina algo ronca.

La voz me sonaba, pero no quería levantar la cabeza. Solo podía pensar en...

- Creo que después de esto, harás un buen informe sobre mí. ¿Verdad? –mi interlocutora me dio un suave golpe con el pie haciéndome reaccionar.

Levanté un poco la cabeza mientras las tibias lágrimas se escurrían por mis mejillas. Al verla, pensé que me iba a dar un infarto y que estaba viendo visiones. ¿Veran? ¿Había sobrevivido?

Al parecer, había perdido el abrigo y se le notaba la piel de gallina de sus brazos descubiertos. Un reguero de sangre le recorría la frente, y aún así, me miraba con la cabeza alta y el iris de sus ojos, ya sin gafas de sol, estaban totalmente rojos. Me dedicó una media sonrisa.

Olvidando modales y protocolos, me levanté y la abracé con fuerza, aliviado. Veran se quejaba de la presión, pero no le hice caso. ¡Estaba viva!

- ¡Veran, me diste un susto de muerte! ¡Pensé que ese demonio de tres al cuarto iba a acabar contigo! –me separé de ella.

Veran no me miraba a mí, sino a las escaleras, con gesto serio. Seguí su mirada. Unos golpes ensordecedores descendían por los escalones acercándose cada vez más a gran velocidad. Teníamos que salir de allí antes de que nos vieran. Sin importarnos ya el ruido, salimos corriendo. Al salir al exterior, tuvimos que detenernos. Un grupo de mortales se agolpaba en la entrada, todos ellos con los respectivos pijamas bajo los abrigos y chaquetones, y nos cerraron el paso. Intentamos retroceder, pero el grupo de vecinos del piso corrían a nuestro encuentro desde el interior del edificio. No había salida.

- ¡Son los ladrones! –chilló una mujer que no alcanzaba a ver. Todos aquellos rostros enojados me confundían -¡Son ellos!

Prácticamente se nos echaron encima. ¡Aquella gente parecía pertenecer a los tiempos en los que aún se perseguían a las brujas! Una lluvia de golpes se abatió sobre mí. Me cubrí la cabeza con las manos, recordándome interiormente que no podía agredir a aquellos mortales con mi don. Por el rabillo del ojo contemplé que Veran había olvidado esa norma. Al mortal que se le acercaba, le propinaba un empujón o le esquivaba con ligereza. Al ver su resistencia, la mayoría se lanzó sobre ella. Recé para mis adentros para que Veran no usara su caos delante de ellos.

Por unos momentos, mi aprendiza quedó enterrada bajo la montaña de mortales. Mis plegarias no fueron escuchadas. Con una exclamación de asombro, aquellos hombres y mujeres salieron expulsados hacia atrás, levantándose en el aire y dejando libre a Veran.

Aterrados, los que me apaleaban se retiraron a ayudar a los otros, sin perdernos de vista. Aquello sulfuró aún más al grupo. Todos a uno, se arrojaron sobre mi compañera, que permanecía de pie, impasible, contemplando la escena con mirada ausente pero arisca. Uno tras otro, los mortales eran repelidos por unas fuerzas invisibles que los levantaban por los aires y los dejaban caer en el suelo a varios metros de distancia de Veran. No tenía que examinar las auras para saber quién era la causante del revuelo.

Veran no parecía percatarse de lo que ocurría. Simplemente, miraba al frente, con los ojos ausentes y huraños, con el iris totalmente enrojecido. Quise reaccionar, pero no podía. Mis piernas se habían quedado paralizadas y tenía la sensación de estar corriendo un grave peligro que brotaba de ella. Unas sirenas se escuchaban en la lejanía y acercándose. Alguien había llamado a la policía. Las cosas no podían ir a peor...

Me lamenté al instante de este último pensamiento. Emergiendo de la espalda de Veran, dos sombras se elevaron. Eran dos filamentos muy finos de humo negro que atravesaban la tela de la camiseta de mi compañera. Su mirada ausente se perdió en una mueca de dolor, doblándose y cayendo al suelo de rodillas cuando esas sombras empezaron a tomar consistencia. Ante la mirada atónita de todos los presentes, el humo oscuro se transformo en materia ósea. Eran el esqueleto de un par de alas, de color negro, sin plumas, que le salían a la altura de los omoplatos.

Tanto el tiempo como el sonido se ralentizó. Las imágenes que registré a partir de entonces me eran imposibles de hilar, pero haré un esfuerzo. Sin moverse, acuclillada en el suelo y extendiendo las “alas” de hueso, Veran levantó la cabeza bruscamente enfocando a los mortales. Todos ellos estaban paralizados por el estupor, con lo cual no pudieron reaccionar a tiempo. En un visto y no visto, Veran ya estaba delante de ellos, flotando en el aire a un palmo del suelo. Instintivamente, me lancé hacia ella, consiguiendo apartarla de los mortales. Conseguí que su atención se volviera hacia mi. Invocó una onda de caos que me tiró hacia atrás con violencia. Conseguí dar una vuelta en el aire para caer agachado y apoyando las palmas de las manos en el suelo. Veran ya estaba allí, delante de mí, y sin que tuviera que tocarme, de nuevo me vi lanzado hacia atrás. Los mortales exclamaron al unísono, contemplando la batalla sin interceder. Por sus ojos de iris totalmente rojo y perdidos, supe que Veran no estaba siendo muy consciente de lo que estaba haciendo. Me incorporé y me adelanté a sus actos. Probó a repetir la jugada de antes a la que me adelanté concentrando caos antes que ella. Esa vez, fue mi aprendiza la que salió disparada hacia atrás unos cuantos metros. Resistió y se detuvo en mitad del aire. Aproveché para comprobar su aura: seguía de color añil, pero las alas no tenían aura ninguna. Solo hay una cosa que no emite aura: el caos puro. Me dio un escalofrió y se me heló la sangre. ¿Cómo podía Veran tener esas alas? ¿Desde cuando las tenía?

Nuestro combate se había desplazado hasta la misma carretera y a lo lejos, tras Veran, ya podían vislumbrarse las sirenas encendidas de la policía y ambulancia acercándose. El grupo de mortales permanecía expectante a una prudente distancia de nosotros. Veran, una vez más, dio el primer paso y volvió a abalanzarse hacia mí. Su velocidad había variado muchísimo, tanto que sin que me diera cuenta, ya la tenía de nuevo a pocos milímetros de mi. Reaccioné antes que ella y la cogí del brazo. Con una llave, conseguí tirarla al suelo, aumentando mi fuerza y velocidad con el caos. Cada vez tenía que hacer más esfuerzo para moverme debido al cansancio y a las continuas manifestaciones de mi poder, cosa que en Veran no se manifestaba. Pretendió evadirse con todas sus fuerzas. Intenté sujetarla, y fue entonces, al agacharme a su lado, cuando se me cortó la respiración. Me miré el costado, de donde manaba un terrible dolor que se abría paso poco a poco. El extremo de una de las “alas” de Veran acababa de atravesarme. Se me nubló la vista, pero me exigí a mí mismo a permanecer consciente. Tenía que alejarla de allí. Aprovechando hasta la última gota de mis fuerzas, cogí a Veran y salté desafiando la gravedad hasta la terraza del edificio más cercano. Se retorció entre mis brazos, intensificando el dolor que sentía cada vez que movía el ala, que aún mantenía clavada en mi cuerpo. Una vez en la azotea del inmueble, aprovechando que nadie nos veía, apreté los dientes y con un impulso de caos la retiré de mí arrojándola al otro lado de la terraza. El dolor aumentó y me doblé sobre mí mismo tapándome la herida con una mano. La sangre manaba a borbotones de la herida, y sentía que mis fuerzas me iban abandonando. La cabeza me daba vueltas y la vista se me nublaba. El cuerpo me pesaba como si de metal se tratara. Casi arrastrándome, de rodillas, me acerqué a Veran, aunque apenas podía distinguirla. Se había quedado inmóvil. Tanteé un poco para descubrir que se había quedado en el suelo, y que de su espalda ya no salía ningún hueso fuera de lo normal. Me derrumbé a su lado perdiendo el conocimiento, bañados por la luz de la luna mientras mi sangre formaba un charco debajo y las sirenas de abajo ponían música de fondo al telón negro que me cubría.

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Notas de la autora:

De nuevo nos encontramos ante una serie de capitulos que iban a formar parte del libro oficial. Por ahora, la idea no se ha descartado, aunque este sufriría un lavado de cara más leve que la saga de "En las garras del mal".

Echando la vista atrás, con este capítulo es la viva muestra de cuanto ha evolucionando la historia y el mundo del caos desde que lo creé, con especial alusión al personaje de Nicómedes y su relación con Veran, además de ciertos detalles de la naturaleza y la motivación de esta última.

Una vez más, gracias a vuestros comentarios, y un saludo ^^
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime11/05/10, 03:00 pm

Capitulo 16 - Iniciación: una mirada al pasado II parte
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Me puse la chaqueta ajustándomela rápidamente mientras caminaba por el pasillo enmoquetado en azul. Varios seminmortales lo cruzaban también en ese momento, muchos de ellos ya conocidos. Saludé con cortesía a todos al pasar frente a ellos que no tardaban en responder. Al doblar la esquina del corredor, éste ya no estaba tan habitado. Aproveché para acicalarme el pelo comprobando que cada punta estuviera en su sitio. Llegué a mi destino, una puerta de doble hoja. Tragué saliva y suspiré para quitarme de encima el nerviosismo, cogiendo después los pomos y abriendo la puerta.

Ya estaban todos en sus puestos. Era una sala cuadrada sin muchos adornos, solo con una sencilla mesa de madera de gran tamaño tras la que se sentaban sobre sus respectivas sillas los lores de la Orden.

Esta estancia tenía una sencilla función. Era la sala de los juicios. En realidad, no era la única. En la planta baja del cuartel general de la Orden de Corver había tres salas de este tipo. La más grande estaba destinada para los juicios graves y decisiones importantes. En esa sola habitación cabían todos los seminmortales que trabajaban en la Orden, y que votaban para llegar a la resolución de estos casos. Luego está la mediana, para las presentaciones de los seminmortales que pasan de ser alumnos a miembros de pleno derecho. Es la que más se utilizaba, y estaba abierta a todos aquellos que querían ser testigos del gran paso que iba a dar su nuevo compañero o compañera. Ya por último, encontramos la más pequeña. La que rara vez se usaba. No se permitía aquí el acceso al público. Su fin era para los asuntos más “delicados”, y la mayoría de las veces, hacía de sala de reuniones entre los lores. Ese día sería una excepción.

Estar allí era una mala señal. Por suerte, solo tres lores estaban presentes. En el centro de la mesa se hallaba Lady Mégara. Una mujer de aspecto joven, de melena corta de un rojo abrasador y vestida siempre con elegancia aunque sus prendas fueran sencillas: unos pantalones color crema y una camisa blanca de manga corta con pedrerías de pequeño tamaño incrustadas. Esta inmortal era una mujer muy madura y correcta, y se mantenía siempre atenta y cerca de los integrantes de su departamento, el reparto de misiones. A su lado derecho, un inmortal de cabellos azules y ojos del mismo color, vestido con una armadura de metal muy brillante que cubría su fornida constitución. Lord Heraclio, cabeza del departamento de asuntos paranormales. A pesar de su rocambolesco aspecto, como salido del tiempo de las caballerías, era un hombre amable y bastante inocente. Tenía una gran colección de espadas de todo tipo, a las que cuidaba con mimo y adoraba mostrar a los integrantes de su sección. Al verme, me sonrió y me saludó con disimulo con una mano. Le devolví la sonrisa, que se apagó enseguida al ver el lord que se sentaba al otro lado de Lady Mégara.

Lord Donato. Era el inmortal que menos simpatías levantaba. Estricto y frío, contaban que ni siquiera tenía don único, sino enormes cantidades de caos en su cuerpo. De estatura media y un poco obeso, vestía siempre trajes de chaqueta ajustados a su talla. Nunca borraba de su cara su mohín serio y monótono. Los miembros de su departamento se ocupaban del reclutamiento de nuevos miembros.

En el centro de la sala, ante los tres inmortales, se encontraba de pie mi aprendiza, Veran. El costado me dio una pequeña punzada al verla. Miraba de frente a los inmortales, sin ningún miedo o pudor. Mantenía las manos enlazadas a su espalda, y llevaba aquel día la misma ropa que cuando la misión: zapatillas de deporte, vaqueros y una camisa de tirantes negra. No apartó la mirada de los tres inmortales cuando llegué.

No la había visto desde hacía una semana. De hecho, había despertado dos días antes del juicio, en la enfermería de la Orden, en el primer piso. Lo ocurrido en la misión era entonces lagunas borrosas de mi memoria, que se fueron aclarando conforme pasaban las horas. La Orden supo lo ocurrido durante la misión y mandaron a alguien a recogernos. Nos ingresaron a ambos en el hospital interno de la Orden. Permitidme que os recuerde que debido al caos, nuestro organismo es ligeramente diferente al vuestro. Es por eso por lo que un médico normal no sabría como tratar nuestras heridas. Por ello, la organización tiene a su propia gente especializada para curar las heridas de los miembros y en el mismo edificio central se encuentra el hospital interno.
Pues bien, Veran despertó antes y la mandaron a casa. Cuando desperté, mis heridas ya habían sanado por completo y mi sangre y caos regenerados. Me avisaron del juicio y por eso fui.

Me acerqué hasta colocarme al lado de Veran, que me miró de reojo cuando me agaché para presentarles mis respetos a los lores. Los tres respondieron al mismo tiempo que Lady Mégara se ponía en pie.

- Bienvenido, agente Nicómedes. ¿Cómo se encuentra?

- Bien, gracias –respondí mirándola a los ojos castaños directamente.

- Nos alegramos mucho. Es un portentoso miembro. Espero que vuelva pronto a trabajar con nosotros.

- Por supuesto, milady.

Lord Donato se aclaró la garganta sonoramente, sin dejar de mirar fijamente a la sombría Veran, que le mantenía la mirada. Mégara removió unos papeles sorbe la mesa.

- Esta bien, empecemos. Lord Heraclio, por favor...

Ambos inmortales se lanzaron una mirada cómplice antes de que Heraclio se levantara y se aclarase la garganta.

- Veamos, la misión asignada a la señorita Veran bajo la supervisión del agente Nicómedes ha sido cumplida con éxito. Nuestros agentes registraron la zona y pudieron comprobar que el demonio había sido eliminado. La señorita Veran ha cumplido con los objetivos de la misión, de hecho...

- De hecho –continuó Lady Mégara –la misión recibida fue errónea, aumentando la dificultad y poniendo en peligro la seguridad de dos miembros de la organización –su gesto se tornó serio –Por ello, me siento en la obligación de pediros disculpas y felicitaros por vuestro éxito.

- Gracias, milady –respondimos Veran y yo al unísono.

- Sin embargo... –el tono de voz potente de Lord Donato se elevó –Tenemos un grave problema. Un gran grupo de mortales vio lo ocurrido.

- Debo discrepar, Lord Donato –Veran se adelantó con aplomo –Durante el exorcismo no hubo testigos. Nos encontrábamos fuera del inmueble cuando se nos echaron encima. Actué en defensa propia.

- Señorita Veran, debería bajar un poco su prepotencia...

- Del interrogatorio realizado a los testigos previo al borrado de memoria –se apresuró a intervenir Mégara pasando a leer uno de los folios -, estos dijeron que intentaron detener a los dos ladrones mientras acudía la policía, y que la chica agredió a varios de ellos que intentaban inmovilizarla...

Lord Donato se inclinó sobre la mesa en señal de escucha, mirando fijamente a mi compañera. Lord Heraclio levantó las cejas haciéndome una señal, preocupado y nervioso. Él era el Lord con el que más confianzas tenía y con el que me unía cierto lazo de simpatía mutuo. Que se sintiera intranquilo en aquel momento no auguraba nada bueno.

- El siguiente punto a tratar es la agresión a su maestro Nicómedes. La herida fue bastante seria...

- Pero ya se recuperó.

Lord Donato dio un suspiró de exasperación. Me froté las manos sudorosas con nerviosismo.
- Si, se recuperó, mas ha permanecido inconsciente durante una semana completa. Y según el informe de la enfermería, se ha encontrado en su cuerpo un alto concentrado de caos contaminado.

- ¿Sabrá lo que significa eso, no, señorita Veran? –añadió Donato examinándose las uñas.

Veran hizo rechinar sus dientes y apretó la mandíbula, bajando un poco la cabeza pero sin perder el contacto visual con nuestros superiores.

- No recuerdo bien lo que pasó. Pero el demonio fue eliminado. Cumplí mi misión. ¡He cumplido mi deber! –su tono de voz fue aumentando -. ¡Completé mi iniciación! ¡Pese a que el informe era erróneo!

- Señorita Veran, estoy de acuerdo con que cumplió con su misión a la perfección aún con el inconveniente de encontrarse con un enemigo mucho más complejo del esperado. Sin embargo, una misión no es solamente terminar con la amenaza.

- Cierto –se agregó Lord Donato -. Muy cierto. Estoy impresionado al ver que con solo un año de entrenamiento, ha conseguido eliminar a un demonio, pero aún no sabe controlarse.

- ¡Se equivoca! –Veran se encaró con él, acercándose amenazante. Tuve que cogerla de los brazos para evitar que se abalanzara contra el Lord. Tiraba con todas sus fuerzas -¡Pude controlarme! ¡Borré a ese demonio del mapa! ¡Tuve que defenderse de esos mortales! ¡No le hice daño a nadie!

- En eso creo que Nicómedes no esta de acuerdo, ¿no, agente?

No pude responder, concentrándome en sostener a mi aprendiza que no dejaba de forcejear. Y mi respuesta no hubiera ayudado a que Veran se calmara.

- Nos hemos topado con un serio problema, señorita Veran. Puede que sepa controlar su caos y el “don único”, pero hemos descubierto otro don suyo que podría causar problemas. Debemos tomar una decisión.

- ¡¿Qué decisión?! ¡Está todo hecho! ¡Cumplí la misión! ¡Ya puedo convertirme en una agente!

- Me alegro de que tenga tantas ganas de trabajar para nosotros, pero después de lo visto, debemos llegar a un consenso. Obviar lo ocurrido sería un grave error y podríamos poner en peligro algo más que la misión –Mégara continuó hablando, con una sombra de pena pasando por sus ojos.

- Creo que haríamos bien en dejar que se convierta en una más de nuestros agentes –expuso Lord Heraclio -. Por mi parte, ha cumplido perfectamente con los requisitos de la Iniciación y con solo un año de entrenamiento.

- ¿Y qué pasa con las alas? ¡Agredió a un grupo de mortales y a su propio maestro!

- Lord Donato, eso podría haber sido causado por el error de la propia misión. Enfrentarse a un demonio no es fácil, y es muy posible que la misma sugestión del agente le confunda y...

- ¿Y qué pasa si en otra misión también mostrara las alas y pierde el control? ¡Lo que necesita esta chica es más entrenamiento!

Mégara miraba a uno y a otro como en un partido de tenis. Lord Heraclio suspiró.

- Ese don se puede ir puliendo con la experiencia. Pienso que la señorita Veran está preparada para formar parte de la organización oficialmente. Esa es mi decisión.

- Al ser yo el que se encargó de su reclutamiento, tengo más datos sobre ella que tu, Lord Heraclio. Será inteligente y aprenderá rápido, pero aún no esta preparada del todo. Mi decisión es que continué con los entrenamientos todo el tiempo que sea necesario.

Le tocaba el turno a Lady Mégara, que ordenó antes sus papeles sobre la mesa aún de pie mientras los presentes esperábamos su respuesta con el corazón en un puño. Solté a Veran que había dejado de bregar por fin y escuchaba atenta todo lo que se decía.

- Cómo podéis ver, el resto de lores no ha podido acudir, por lo cual, los que estamos aquí somos los encargados de encontrar la solución a este conflicto. Admito el error cometido en el informe y tengo en cuenta el éxito obtenido en la misión. Estoy de acuerdo tanto con Lord Heraclio como con Lord Donato. Por ello, me gustaría escuchar antes la opinión de la persona que vivió los hechos de primera mano –Veran abrió la boca pensando que se refería a ella, pero Lady Mégara con una sonrisa aclaró -: Nicómedes.

Mi aprendiza se giró hacia mí. A través de sus ojos se podía ver perfectamente la fuerte lucha que estaba sucediéndose en su interior por aguantar las lágrimas y la furia y desesperación que la embargaba. Ella tenía algo por lo que luchar gracias a mí. Cuando había decaído, me presenté en su casa y le encargué la misión, encendí una nueva esperanza en ella con una promesa más. Sabía que no podía fallarle, pero la Orden era lo primero. Pasaron por mi mente, como una película, todos los fotogramas de lo ocurrido aquella noche. El costado me dio una punzada en cuanto recordé sus alas. Era la primera vez que las veía. En los entrenamientos, jamás había conseguido mostrarlas, por mucho que lo intentara. Conocíamos su existencia por los datos proporcionados por testigos antes de que Veran fuera reclutada.

Había sido una estudiante ejemplar, una aprendiza única que nunca había abandonado su empeño durante el año que duró su entrenamiento. Me sentía orgullosa de ella, pero si en lugar de haber sido yo el que sufrió aquella agresión hubiese sido un mortal...

Me aclaré la garganta notando que el vello de mi nuca se ponía de punta. Tenía que decirles mi veredicto asumiendo el papel de maestro, no de compañero ni amigo. Me concentré en un punto inexistente tras Mégara y procedí:

- Me honra el haber sido testigo de cómo mi aprendiza ha cumplido su tarea –Miré a Veran por un momento, que aún guardaba su ilusión, pero su mirada se agravó cuando continué -. Aún así, siento que mi labor no esta completa. Me comprometí en su alistamiento a ayudarla a controlar sus dones y uno de ellos se mostró esa noche ante mí por primera vez. Pido disculpas por no haberme dado cuenta antes, y mi veredicto es que Veran se mantenga un año más como mi aprendiza. Después de ese año, estoy seguro de que...

- ¡No! –Veran me interrumpió. Evité mirarla -. Nicómedes... No puedes... ¡Me lo prometiste! ¡Prometiste que si cumplía la misión podría...!

- Lo siento, Veran –murmuré bajando la mirada -. Pero es nuestro deber.

Veran negó con la cabeza, muda e incapaz de asimilar lo que estaba sucediendo. Me sentí más culpable que nunca. Me pareció ver una sonrisa cruel en el rostro de Lord Donato que se esfumó en seguida. Lord Heraclio evitaba también mirarnos, mientras que Mégara con un suspiró tomaba su decisión.

- Está bien. Veran continuará un año más con su entrenamiento. Está vez, Lord Heraclio estará informado de cada avance realizado. Nicómedes, te encargarás tu de ello. Dentro de un año, le será concedida otra misión de Iniciación. Eso es todo. Podéis marcharos.

Con una reverencia me dispuse a marcharme, pero Veran temblaba en el sitio. Había bajado la cabeza y el largo cabello le impedía mostrar sus ojos. Mégara y Heraclio no se habían dado cuenta porque se habían puesto a charlar entre murmullos entre ellos, no así Donato. Con una mano en la barbilla contemplaba a mi aprendiza como quien va al zoológico. Cogí a Veran del brazo y me la llevé a rastras fuera de allí. No luchó por liberarse. Solo pude respirar con normalidad en cuanto abandonamos la sala. Solté a Veran.

- Oye, Veran, ¿no estarás llorando?

Me llevé una bofetada de su parte antes de que terminara la frase. Me sobrevino un intenso dolor en la mejilla enrojecida, que me froté asombrado por su reacción. Boqueé un poco sin saber que decir. ¡Era la primera vez que recuerde que una chica me abofeteaba!

- Eres un traidor... –susurró con voz ronca y casi inaudible -. Todas tus promesas eran falsas...

- Veran, por favor, entiéndelo. ¡Si no controlas las alas podrías herir a las personas a las que quieres!

- ¡Ya basta! –desesperada, se tapó los oídos con las manos -¡No quiero escuchar más tus mentiras! ¡Vosotros me separasteis de él! –con una fuerza increíble, me cogió de la camisa y me levantó en el aire obligándome a ponerme de puntillas. Me empujó hasta que mi espalda chocó contra la pared y el costado me dio una dolorosa punzada de dolor que mostré con una mueca -. ¡Todo es por vuestra culpa!

Pude mirarla a los ojos, pero maldije la hora en que lo hice. Estaban totalmente enrojecidos e hinchados, y las lágrimas manaban de ellos a borbotones. Aún así, Veran mantenía la furia reflejada en su rostro en todo momento. Temí por mi propia vida. Poco a poco la presión que casi me ahogaba fue soltándome hasta que pude volver a tocar el suelo con los pies. Volviendo el rostro se alejó de mi corriendo por el pasillo hasta doblar la esquina y perderse de vista. No hice nada para detenerla. Me froté la mejilla dolorida lamentándome por lo que acababa de ocurrir.

Las cosas con Veran iban a cambiar desde entonces...
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime11/05/10, 08:09 pm

veran me encanta el cariz del pasado de tu personaje. pero qe quieres qe te diga, prefiero la Veran fria y bestiaja con los demas XD
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Veran

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime12/05/10, 12:05 pm

Capitulo 17 - Coincidencias I parte
.................................................

El papeleo nunca me ha gustado. En rellenarlo tardaba horas, y en entregarlo, ya ni os cuento. Solía posponer la entrega de informes tanto como podía, ganándome alguna que otra bronca de los jefes que se escurrían sobre mí como las gotas de lluvia en un paraguas.

Era divertido ver a Lord Heraclio totalmente encendido de ira porque le faltan siempre mis informes. Lo que no era tan divertido era la reacción de Lady Mégara, otra de las jefas de la Orden, ejemplo vivo de la responsabilidad y formalidad y que exigía a todos lo mismo que se exigía a sí misma.

Así que aquella vez, entregué el informe de la misión cumplida con éxito en aquel pueblucho llamado Raven hill a tiempo.

De vuelta a casa me encontraba, sujetándome el abrigo mientras el mal tiempo se obstinaba en levantarlo y juguetear con él y con mis cabellos en aquella fría noche, cuando recibí la llamada.

Guareciéndome en un portal cualquiera, miré el número reflejado en la pantalla de mi móvil. Tentada estuve de apagarlo, pero mi estúpida consciencia me convenció para responder.

- ¿Qué quieres, Nicómedes?

- Veran, tenemos una emergencia -me comunicó sin perder tiempo -Necesitamos que vengas a…

- Acabo de venir de una misión. ¿En serio crees que voy a picar? Por muy necesitado que estés..

- ¡Veran, por favor! -no encajó la broma como de costumbre, molestándose más de lo normal y demostrándolo con su brusco tono de voz -¡Ven ahora mismo a la dirección que te mando y estate preparada para lo peor!

Me ahorré el comentario sarcástico que cruzó mi cabeza, escuchando la línea cortarse con las mismas formas bruscas que mi maestro. Le conocía desde hacía casi diez años, así que sabía perfectamente que cuando estaba así, era porque algo realmente serio estaba ocurriendo.

Mi teléfono volvió a sonar, recibiendo la dirección a la que debía acudir en un mensaje de texto. Guiada por el viento, sin testigos, me elevé hasta las azoteas y tejados, corriendo por ellos como alma que lleva el diablo, deseando terminar aquel trabajo repentino cuanto antes.

* * *

A pocos metros de mi destino, decidí cubrir la distancia que me quedaba andando a ras de suelo. La cosa era no llamar la atención.

Reparé por el camino que varios muchachos, todos con la misma apariencia juvenil, estaban apostados por todo el trayecto, charlando entre ellos o simplemente en silencio, mirándose totalmente tensos. No me hizo falta activar la visión de aura para descubrir que todos eran seminmortales.

Uno de ellos, con su cabello de punta, vino corriendo hasta mí. La naturaleza de la situación se reflejaba perfectamente en su cara y en la fría forma por la que me cogió del brazo para guiarme. Dimos la vuelta completa al edificio que teníamos delante, escondiéndonos tras unos arbustos que había detrás, frente a una larga malla metálica que cubría todo el recinto. Esperé pacientemente las explicaciones pertinentes.

- Muchos se han ofrecido voluntarios, pero están sólo para apoyarnos. Si te he llamado a ti es porque Mégara me lo pidió -susurró mirando la vacía piscina que el instituto tenía detrás y buscando algo en las oscuras ventanas.

- ¿Y eso? ¡Acabo de volver de dos misiones! Sólo he tenido tiempo de darme una ducha rápida en casa y salir corriendo a rellenar el maldito informe.

- Precisamente por eso estás aquí. Mégara ha leído el informe por encima, y posees información que puede ayudarnos con esto.

- ¡Si solo supiera lo que está pasando! -le eché en cara en tono agrio.

- Demonio capaz de usar caos para quemar cosas. ¿Te suena? -me respondió en el mismo tono.

Me quedé desconcertada. ¡Acababa de volver de enfrentarme con un demonio así! ¿Se trataría del mismo?

- ¿Ya lo habéis visto?

Nicómedes respiró profundamente con la nariz antes de responderme.

- No exactamente. La única información de la que disponíamos era que había un ente quemando cosas en el instituto y atemorizando a alumnos y profesores. Descubrí que construyeron esa piscina que ves recientemente y encontraron todo un cementerio ahí abajo. Los sucesos empezaron a sucederse desde entonces.

- Que tópico… -me atreví a observar - No tiene nada que ver con lo que me encontré en Raven Hill.

- Tiene más que ver de lo que crees. Tiene las mismas características, como ya te comenté.

- A lo que me enfrenté allí quemaba personas, no cosas; y no era más que un guardián de piedra -me enfrenté a él -Yo aquí no tengo nada que hacer.

- ¡Veran! -me llamó mientras veía como me levantaba y salía del escondite para marcharme -¡Si cumples esta misión, rellenaré yo mismo tu próximo informe!

Me detuve en seco.
- Cinco informes -rebatí mostrándole el dorso de mi mano para que pudiera contar los dedos que tenía levantados, dándole la espalda.

- ¡De eso nada! ¡Dos!

- Tres, y es mi última oferta.

Escuché su suspiro de derrota, señal inequívoca de que aceptaba la propuesta antes de que abriera la boca para responder:

- Está bien. Pero tienes que exterminar a ese demonio…

- ¡Hecho! -giré la cabeza para guiñarle un ojo con picardía, mostrándole mi teléfono, donde había grabado nuestra conversación. Así no tendría por dónde escapar si negaba que había aceptado mi oferta.

Nicómedes estaba que echaba humo. Pero aún así, me explicó los detalles de la misión en escasos minutos e incluso me mostró un pequeño mapa de la instalación. Los seminmortales con los que me había cruzado por el camino acudirían a mí en el momento en el que vieran algo raro o llamase a Nicómedes.

Congeniándomelas para poder recordar por encima el plano, me puse manos a la obra una vez más.

Dejando a Nicómedes atrás y con la vista de auras activada, salté por encima de la valla metálica con agilidad y me interné de una carrera, bordeando el vacío agujero de la piscina, en el instituto.

Abrí la puerta trasera de doble hoja con caos, guiándome por la invisible luz de las auras que irradiaban las paredes de los pasillos. Cierto olorcillo a quemado se escondía entre el hedor a soledad nocturna y ajetreo diurno, silenciosos.

Un leve rastro de aura rojiza me llevó por el interminable pasillo. Pasé de largo de la puerta principal y las aulas que se extendían por todo el recorrido hasta unas escaleras.

Me tocaba decidir: el rastro aural se dividía en dos. Se arrastraba por la pared, subiendo a la primera planta; y otro reguero bajaba en forma de pequeñas manchas por las escaleras que se perdían de vista en la negrura del sótano. Me decanté por empezar desde abajo.

Cada vez me era más difícil seguir ese rastro con la nula luz que poseía. Caminaba sin hacer ruido entre corredores tanteando la pared, ya que no había auras cuyo leve resplandor traslúcido pudieran iluminar mis pasos. Sólo aquel fino hilo rojo como la sangre que me obligaba a internarme más y más en aquel lugar.

Empecé a sentir una ligera punzada en el pecho. Evitaba en todo momento mirar otra cosa que no fuera el aura que seguía, pero por el rabillo del ojo tenía la sensación de que las paredes se me echaban encima, pugnando por enterrarme allí a traición. El vello de mi nuca se erizó advirtiéndome del peligro, y haciéndole caso por una vez, saqué el teléfono móvil para comprobar si tenía cobertura en caso de necesidad. La pantalla emitió un haz azul que iluminó mi rostro por un momento, mostrándome que en aquel nivel la tecnología no funcionaba.

La impresión de que me estaba metiendo en una cripta aumentó.

Por fin, después de la caminata, se produjo un ruido brusco que interrumpió mis pasos y me puso en guardia. Con los puños cerrados en torno a la empuñadora de mis cuchillas, escuché atentamente a la espera de alguna aparición que se lanzase a atacarme. No sé cuanto tiempo pasé así, pero al no escuchar absolutamente nada durante los segundos siguientes, el nerviosismo me hizo mover un pie y provoqué de nuevo el siniestro sonido. Al buscar su procedencia, me agaché y toqué el suelo. Las losas que antes había pisado se terminaban abruptamente en ese punto y se convertían en tierra.

Eran los restos de la obra que se había llevado a cabo allí para poner la piscina al instituto. Seguramente, no habían cerrado ese cementerio que encontraron durante la construcción.

Y el aura demoníaca se adentraba todavía más. Esa era la confirmación de que de nuevo, el poco respeto de los humanos despertaba más demonios que cualquier otra raza.

A partir de ahí, decidí andarme con pies de plomo. Saqué las cuchillas aguardando el próximo encuentro y acompañada del ruido que mis pisadas sobre la arena producían, continué mi camino, aunque no por mucho tiempo…

De repente, al igual que había pasado con las losas, la pared del pasillo se ensanchaba hasta formar una habitación. Recorrí su contorno totalmente pegada al muro, tanteando para descubrir que era un cuadrado perfecto y que la cantidad de tierra del suelo era mucha más. No había otra salida en ningún otro ángulo.

Haciendo acopio de valentía, me solté de la pared para situarme en el centro de la habitación. El rastro de aura roja terminaba allí, en el punto exacto que formaba el centro de la estancia. Para poder ver algo, tuve que sacar de nuevo el teléfono móvil, atenta a cualquier sobresalto que pudiera producirse, e iluminando la pantalla.

La sangre se congeló en mis venas. La información que le dieron a Nicómedes era cierta: habían encontrado un cementerio debajo del edificio. De hecho, en tan pequeño espacio en el que me hallaba, se repartían algunas lápidas de piedra esculpidas. En las paredes, cerca del techo, había algunos nichos horadados en los que ya no quedaba otra cosa que no fuera polvo y telarañas rotas.

Ya sabía de dónde había salido el demonio en cuestión. Primero el aquel Altar en el pueblo de Raven Hill, y ahora una cripta subterránea. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? Que el demonio al que tenía que dar caza entonces también quemase cosas no significaba que tuviera algo que ver con el Guardián del Altar…

Con un suspiro que rebotó en las paredes calmé mi miedo inicial, que se acumulaba en mi columna al ser consciente de que estaba en un lugar cerrado y bajo tierra que se me hacía más y más estrecho por momentos, sintiendo la urgente necesidad de salir a la superficie cuanto antes. Guardando el teléfono, me propuse salir de allí lo más rápido posible y buscar en la planta superior, pero…

Otro suspiro que no era el mío deslizó una corriente fría por mi nuca y se hizo la luz.

Una luz parpadeante, cuya sombra bailaba en la pared en forma de llama que lamía sin piedad alguna una de las lápidas más grandes.

Empuñé mis cuchillas en el momento justo. Detrás del fuego, dos ojos negros en los que todo se reflejaba con brillo macabro me vigilaban y preparaban su ataque.

Mi idea se reafirmaba: ese caso no se parecía en nada con el del Guardián de Raven Hill. Nicómedes me había timado otra vez.

Como una exhalación, la negra figura saltó hacia mi desde detrás de la lápida, envolviéndose en fuego al atravesar la creciente llama que repiqueteaba poniendo música de fondo a la situación.

Le esquivé por pura chiripa, haciéndome a un lado. Con un golpe sordo, la criatura se estampó contra la pared y cayó al suelo. Sus cuatro patas corroídas pugnaron para poder levantarse.

Estudié a aquel raro espécimen con interés: bajo las llamas que destrozaban aún más sus tejidos musculares que sobresalían a la luz entre los pocos retazos de pellejo que le quedaban, un can de tamaño respetable se preparaba para lanzarse contra la intrusa. Me enseñaba los dientes, ennegrecidos totalmente, emitiendo un furioso gruñido largo. El olor a quemado y putrefacción se intensificó hasta casi asfixiar.

Sus patas se flexionaron para saltar hacia mí. Le esquive saltando a tiempo y pegándome al techo, evitando entrar en contacto con aquella bola de fuego. Le toreé una vez más, comprobando que en un lugar tan estrecho me sería imposible enfrentarme a la criatura sin salir malparada. Así que, igual que en el pueblo, me lancé a correr en la misma dirección por la que había llegado.

Las zarpas del animal endemoniado golpeaban el suelo en mi persecución. Aún me quedaba un buen trecho hasta la salida, y tenía que intentar guiarme por lo que mi mente recordaba haber tanteado momentos antes en la oscuridad en plena carrera, con la dificultad añadida de que de la boca del perro infernal, sus mucosas en forma de llamas y chispas salían disparadas en mi dirección.

Tuve que reducir un poco el ritmo de la carrera, y eso le sirvió a él para darme alcance. Sentí el caluroso contacto de sus patas y por un momento percibí su aliento en la nuca.

Las fauces del animal se cerraron con un escalofriante chasquido mientras el fuego contagiaba mis ropas.

Aquellas eran las últimas y nefastas consecuencias de una mala jugada por mi parte que conllevaban al fin…

--------------------

Notas de la autora:

En primer lugar, gracias por los comentarios ^^. Bueno, el pasado de un personaje es, en ocasiones (como en mi novela oficial) vital. Para entenderlo mejor, pensemos en nosotros mismos: somos lo que hoy somos porque, a lo largo de nuestras vidas, hemos pasado por todo tipo de vicisitudes, momentos buenos y momentos malos que han ido determinando y modificando nuestra forma de ver las cosas, nuestro modo de pensar e incluso han forjado nuestro carácter.

Añadirle un pasado a un personaje lo convierte en más real, y lo acerca al lector, tanto si las experiencias son semejantes a las que pueden ocurrir en la vida real, como las que no. Humaniza al personaje, lo acerca al lector y le enseña que puede ser tan humano como él. Facilita la identificación con él o ella, e incluso despierta ternura, cariño u odio.

En la historia oficial, el pasado de Veran cobra suma importancia. En el primer "primerísimo" borrador, nuestra correctora llegó a pensar que (leyendo su pasado, obviamente) el pj de Veran tenía doble personalidad. Después de pulir las impurezas del primer texto, la razón de ser de Veran y toda su mentalidad estan influidas por ciertos hechos de su pasado, que, como es evidente, nos reservamos para la publicación del tomo físico.

Un vez aclarado esto, no os aburro más. ^^ Saludos.


Última edición por Veran el 16/05/10, 02:23 pm, editado 1 vez
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Darkspinus

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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime12/05/10, 11:41 pm

Buenos capis, siento no haber podido postear antes. Ya sabes, el módem...xd
Que ganas tengo de leer el tomo oficial, a ver cuándo lo acabáis y tal...

Un saludo malvado
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MensajeTema: Re: Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original]   Crónicas del Caos: 1ª temporada [Original] - Página 2 Icon_minitime

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